Otras miradas

El regusto del solsticio navideño

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Lo españoles vivimos fiestas tripartitas; comienzan con la Nochebuena, ese espacio común, sentimental y melancólico, donde se medio discute con los cuñados, o se es condescendiente con los hijos díscolos. Continúan con la goyesca-bacanal de Nochevieja, hasta desembocar en la mágica y hermosa noche de los Reyes Magos, esos señores con vestidos fascinantes y turbantes, que llevaban incienso, aceites y resinas, por las que se soñaba y mataba en el Medioevo, y aún más allá.

Son unas fiestas sorprendentes. Incluso los ateos la celebran. Los musulmanes, ante tan gran algarabía, debaten largas horas sobre la conveniencia de felicitar las navidades al personal, o si hacerlo implica una herejía más. Hay quién cree que hubo un único milagro, llamado el Corán, y que una nueva raza vino a salvar a la humanidad. En el islam se cuentan por miles los profetas desde los albores de los tiempos. Se dice que todos los pueblos sobre la tierra han tenidos sus profetas. Sin embargo, la gran mayoría conocen a solo unos pocos, aunque eso sí, hermanados con algunos de sus ancestros.

El mensaje original de las Navidades es subversivo. Una familia pobre y necesitada en un pesebre con un recién nacido. Unos reyes que reconocen y siguen una estela se disponen a reconocer la gloria del niño. Cada monarca es de una raza diferente, y trae un regalo simbólico. Es del todo revelador este pasaje, y no hacen falta muchas luces para comprenderlo. Podemos hasta celebrarlo, pero no parece fácil asumir algo así.

Este inteligente cuento tiene un significado social y político, por supuesto. No se puede negar. Nadie encontrará unos reyes tan extraordinarios, ni un Mesías tan rebajado en el reino terrestre. Ni nadie espera en estos tiempos un acto de esa magnitud. Es una historia simple, aunque transgresora.

La Navidad hoy  genera una serie de necesidades. Satisfacer el gusto es un mensaje universal de éxito. Todo lo que es global atrae y seduce, a pesar de algunos rabinos nacionalistas, y apocalípticos milenaristas. Un gran organismo llamado ciudad deglute ingentes cantidades de deseos, en una especie de aquelarre consumista.

Es una época donde se sublima el gusto, un sentido que en apariencia es menor,  y que sin embargo se ensalza en este solsticio. El aparato digestivo es la vía de tránsito hasta alcanzar el nadir de una fiesta tan familiar como colectiva.

En estas vacaciones miles de precarios nutren las agencias de trabajo temporal, para martillearnos con nuevas ofertas de compañías telefónicas, para mayor gloria de la temporada vacacional y el PIB.

Esperamos que el marisco engorde la libido hasta la catarsis del 1 de enero. Qué buen afrodisíaco, aunque será difícil sortear cierta confusión al amanecer y observar que el sol sigue saliendo por su lugar. Otros se levantarán como siempre,  para constatar que nada ha cambiado, tal vez por fortuna.

Una cosa es clara: esta festividad permanecerá hasta el año que viene.

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