Otras miradas

Necesitamos más niños

Rafael Puyol

Catedrático de Geografía Humana y Rector Honorario de la Universidad Complutense de Madrid. Preside el Comité Asesor de The Conversation España., IE University

Necesitamos más niños
Foto: PIXNIO

La estadística del movimiento natural de la población española del primer semestre de 2018 ha hecho sonar de nuevo la alarma demográfica. Los nacimientos han seguido disminuyendo y las muertes creciendo, prolongando así la preocupante tendencia de un crecimiento vegetativo desfavorable. ¡No será porque los expertos en población no lo vengan advirtiendo y explicando desde hace tiempo!

Estos son los principales argumentos:

  • Los nacimientos caen porque la tasa de fecundidad es tan solo de 1,3 hijos por mujer, un valor cada vez más alejado de esos 2,1 hijos necesarios para el relevo generacional.
  • Disminuyen también porque hay menos mujeres en edad de procrear, es decir, madres potenciales que ahora son un millón menos que en 2009.
  • Y retroceden porque la edad media de alumbrar el primer hijo sigue subiendo y ya se sitúa por encima de los 32 años, lo cual significa que muchas mujeres no se planteen tener más.

Y la mortalidad, ¿por qué sube? Porque aumenta el envejecimiento y crecen, por lo tanto, las muertes de los mayores de 70 años. La gente ya (casi) solo se muere de vieja.

Se puede empeorar

Lo malo de esta situación es que puede empeorar como no se empiecen a tomar medidas serias para impedirlo. Medidas sobre todo en el ámbito de la natalidad, porque reducir la mortalidad no va a ser posible. Aplicada al conjunto de la especie, la tasa de mortalidad es hoy por hoy del mil por mil. La inmortalidad no está a la vuelta de la esquina y el envejecimiento es la mejor opción teniendo en cuenta su alternativa.

¿Y esas posibles medidas para mejorar la natalidad serían eficaces?

Algunos las desacreditan recordando el escaso efecto que tuvo el cheque-bebé de Zapatero. La verdad es que no fue muy eficaz y por ello necesitamos otras estrategias no solo económicas (que también), sino laborales y fiscales, que compongan una verdadera política de ayuda familiar que hasta ahora duerme en el baúl de los deseos.

Supongamos que por fin se establecen: ¿servirían de verdad para mejorar la natalidad, dados los niveles tan bajos a los que hemos llegado?

La respuesta depende de las medidas que se adopten, pero si son razonablemente generosas es posible que eso suceda, si tenemos en cuenta los datos de la última Encuesta de Fecundidad que ha publicado el INE.

Un primer argumento positivo se refiere a los hijos deseados. Casi tres de cada cuatro mujeres de entre 18 y 55 años quieren tener, al menos, dos hijos. Si no los han concebido es porque aún pueden hacerlo (mujeres menores de 35 años) o por motivos laborales, económicos o de conciliación de la vida laboral y familiar (a partir de los 35 años). De ahí que para tener hijos o más hijos manifiesten su deseo de que el Estado lo facilite mediante diferentes medidas.

Una primera es el aumento de la duración del permiso de maternidad o paternidad, y añaden a este primer incentivo un segundo que varía según la edad de la madre. Las mujeres menores de 40 años mencionan la flexibilidad en el horario de trabajo para padres y madres con niños pequeños. Y las de 40 años y más insisten en la necesidad de ayudas económicas a las familias con hijos a cargo menores de 18 años.

Dos hijos, el número favorito en España

¿Y qué opinan los hombres? En otros países con contextos de fuerte fecundidad las mujeres manifiestan (sobre todo si no están en presencia de sus maridos) que si de ellas dependiese tendrían menos hijos de los que alumbran. En cambio, los varones, a veces por simples motivos de prestigio o de afirmación de su virilidad, son partidarios de tamaños familiares mayores. En cambio, en España no se observa esta diferencia. Dos hijos es la cifra preferida por hombres y mujeres.

La conclusión de todo esto es sencilla: a las parejas españolas les gustaría tener más hijos de los que conciben, y si no lo hacen es porque las condiciones económicas y laborales dificultan esta pretensión, lo cual hace pensar que si se corrigiesen o suavizasen los obstáculos, los comportamientos se acomodarían mejor a los deseos.

¿A qué esperamos, entonces, para implementar una buena política de ayuda familiar?

  • En términos demográficos ayudaría a revertir el crecimiento natural negativo y a suavizar la tasa de envejecimiento.
  • Desde una perspectiva económica, más niños alimentarían por la base la pirámide laboral del futuro y mitigarían el desequilibrio intergeneracional.
  • Y desde un punto de vista social, permitiría a muchas mujeres ser madres de los hijos deseados y de mantenerse activas en un mercado laboral que las va a necesitar.

Una política de ayuda familiar no es de derechas ni de izquierdas. Es una auténtica política de Estado que requiere consenso, medios y continuidad.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

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