La extinción de los dinosaurios es un tema fascinante que nos atrapa a todos desde niños. Como tenemos mucho de iconoclastas derribadores de mitos, reaparece de cuando en cuando. Esta vez le ha tocado al meteorito que contribuyó (y subrayo contribuyó) a la desaparición, entre otras especies, del Tyrannosaurus rex, la terrorífica criatura que perturbó nuestros sueños infantiles.
Muchos medios han anunciado una supuesta gran novedad: el famoso meteorito de Chicxulub no causó la extinción de los dinosaurios que, dicho sea de paso, siguen por aquí tan campantes en forma de aves. El epicentro del sismo mediático ha sido la apresurada y tal vez mal digerida lectura de dos artículos.
Publicados en febrero en la revista Science, ambos artículos se limitan –que no es poco– a añadir matices a un hallazgo que se conocía bien desde 2016. Fue entonces cuando otra revista, Nature, publicó un artículoque iluminó el tenebroso episodio que diezmó a los parientes de nuestras prosaicas gallinas.
Volcanes y meteoritos
A lo largo de la historia de la Tierra, se han producido cinco grandes eventos de extinción masiva. De todos ellos, el que más ha excitado la fantasía es la desaparición de los dinosaurios no avianos. El último se esfumó hace 65 millones de años, a finales del Cretácico, cuando alrededor del 75 % de las especies resultaron eliminadas o diezmadas.
A algunas estirpes les fue mejor. Los dinosaurios avianos superaron el trance y dieron lugar a las aves modernas: el gorrión que picotea en el parque y el pavo navideño son sus descendientes.
¿Qué causó esa masiva extinción que marca el final del Cretácico y el comienzo del Paleógeno? Desde hace años, el debate científico busca una respuesta. Esta gira en torno a dos hipótesis:
- Un impacto extraterrestre producido por un asteroide.
- Un período de gran actividad volcánica.
Cualquiera de los dos escenarios habría oscurecido los cielos hasta el punto de privar a la Tierra de la energía solar. Esto habría impedido la fotosíntesis y extendido la destrucción a través de la cadena alimenticia. Una vez que se hubiera asentado el polvo, los gases de efecto invernadero bloqueados en la atmósfera habrían provocado un aumento de la temperatura. El repentino cambio climático habría acabado con muchos de los organismos que hubieran sobrevivido a la prolongada oscuridad.
La teoría del impacto extraterrestre proviene del descubrimiento que, en la década de los 70, hicieron el premio Nobel de Física Luis Álvarez y su hijo Walter, geólogo. Observaron que en algunos estratos rocosos de la corteza terrestre había una gran cantidad de iridio. Este material es muy raro en nuestro planeta, pero abundante, en concentraciones similares, en meteoritos y asteroides. Para finalizar, bastó con datar esos estratos, que fueron fechados en la época de la extinción cretácica.
El hallazgo suscitó muchos debates. Resucitaba un anatema geológico, el catastrofismo. Al final, convenció a los científicos de que el iridio se esparció por el planeta cuando un cometa o un asteroide cayó en algún lugar de la Tierra y se evaporó.
El cráter de Chicxulub fue, y es, el candidato número uno que certifica el impacto de un enorme meteorito, cuya lluvia radiactiva –sostienen muchos científicos– acabó con los dinosaurios. Mide 180 kilómetros de ancho, se localiza en la península mexicana de Yucatán y su antigüedad se ha fijado en 65 millones de años.
¿Iridio terrestre?
El núcleo de la Tierra también es rico en iridio, y como el núcleo es el origen del magma que fluye por los volcanes, otros investigadores afirman que la actividad volcánica que hubo hace 65 millones de años en las escaleras del Decán fue la responsable de extender el iridio por todo el planeta, junto con el polvo que ocultaba la luz solar y los gases de efecto invernadero. El Decán es una gran provincia ígnea del tamaño de España situada en el centro-oeste de la India, y una de las mayores formaciones volcánicas de la Tierra.
La evidencia geológica sugiere que las erupciones volcánicas pueden tener un gran efecto en el clima terrestre. El polvo, los escombros y cenizas de las erupciones pueden flotar en la atmósfera durante mucho tiempo, incluso años. Las partículas flotantes reflejan la luz solar que, incapaz de alcanzar la superficie de la Tierra, provoca que la atmósfera se enfríe. La literatura apoya esta idea: Drácula y Frankenstein nacieron en 1816, el año sin verano provocado por la colosal erupción del Tambora, un volcán indonesio.
Un doble mecanismo de aniquilación
Las dos hipótesis son plausibles y, sobre todo, no son contradictorias. Independientemente de lo que provocara la extinción, el fin del Cretácico marcó el fin del reino del terrorífico protagonista de Parque Jurásico y abrió la puerta a que los mamíferos se diversificaran rápidamente y ocuparan nichos recién abiertos.
En julio de 2016, el citado artículo de Nature confirmó el doble "mecanismo de aniquilación". No fue solo el impacto contra la Tierra de un enorme asteroide. Las erupciones volcánicas y las emisiones de enormes cantidades de CO₂ a la atmósfera también contribuyeron a la extinción cretácica.
La investigación se basó en el análisis paleontológico de un conjunto de moluscos fósiles hallados en la isla Seymour, en la Antártida. Los científicos fueron capaces de calcular con precisión los cambios ocurridos en la temperatura de las aguas, que quedaron marcados en las conchas de los moluscos del Cretácico. Así pudieron constatar que la extinción de los dinosaurios y otras especies coincidió con dos rápidos aumentos de la temperatura del mar. Esto demuestra que existe un vínculo directo entre el vulcanismo, el impacto del meteorito y los ciclos de extinción.
El primer "mecanismo de aniquilación" ocurrió como consecuencia de las erupciones volcánicas y la emisión de grandes cantidades de CO₂, en lo que hoy es la India, al final del Cretácico. El segundo, menos pronunciado, tuvo lugar 150.000 años más tarde, cuando impactó el meteorito en el Yucatán.
Lo que el estudio publicado en Nature demostró hace ya dos años es que el vulcanismo afectó negativamente al equilibrio de los ecosistemas terrestres, acentuando su vulnerabilidad frente a la llegada del gran asteroide. En 2019, nada nuevo bajo el sol.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation
Comentarios
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