Otras miradas

Juego sucio

Máximo Pradera

Los que piensen que el nivel de encono y mentira que ha alcanzado la política en España solo se puede dar en nuestro país, en nuestra época y en el campo específico de la lucha entre partidos están muy equivocados. Siempre que dos bandos codizian el mismo trofeo (lo pongo con zeta porque me parece que así el verbo denota más ansia viva, que decía José Mota) se desatan las bajas pasiones y prolifera el juego sucio. Incluso en el mundo de la ópera, en el que supone que trabajan codo con codo eximios artistas, que solo aspiran a transportarnos, con sus floridos versos y sus celestes y recónditas armonías, a un mundo de ensueño.

Ocurrió en la Viena imperial de finales del Siglo XVIII, pero no entre Salieri y Amadeus, como nos hizo creer la inmortal película de Milos Forman. Antes por el contrario, los dos músicos se llevaban relativamente bien, incluso después de que Salieri, en un memorable aunque poco conocido duelo operístico, derrotara artísticamente a Mozart en presencia del emperador.

El líder del PP, Pablo Casado (de espaldas), interviene en la sesión de control del Congreso. Al fondo, el presidente Pedro Sanchez. EFE
El líder del PP, Pablo Casado (de espaldas), interviene en la sesión de control del Congreso. Al fondo, el presidente Pedro Sanchez. EFE

Los que sí se llevaban a matar eran los respectivos libretistas (encargados de escribir argumento y versos de las óperas), dos italianos llamados Giambattista Casti y Lorenzo da Ponte. La diferencia entre ellos y Casado y Sánchez es que, a pesar ser muy marrulleros, ambos poseían talento a raudales, mientras que a los dos políticos españoles las neuronas no les alcanzan ni para escribirse sus propios libros. Si entre Pedro el Guapo y Pablo el Muecas lo que está en juego es el Palacio de la Moncloa, Casti y Da Ponte se disputaban el momio más suculento al que podía aspirar un libretista de los Habsburgo: el puesto de poeta cesáreo. Una bicoca tan excelsa que ni siquiera José Ignacio Wert habría soñado con ella. Y permítanme que les recuerde que el españolizador de niños catalanes, sin tener experiencia alguna en el cuerpo diplomático, logró que Rajoy lo nombrara a dedo embajador en París ante la OCDE y allí se benefició durante años de un salario de 60.000 euros anuales más complementos, gastos de representación, coche con chófer y un palacete ajardinado que costaba 11.000 euros al mes.

En la Viena imperial, el cargo de poeta cesáreo lo había ocupado durante decenios un italiano, Pietro Metastasio, rapsoda competente pero poco fresco e inspirado, que pergeñaba esos libretos trufados de personajes de cartón piedra que Amadeus tanto detestaba porque solo les falta cagar mármol. Libretos aparte, el único trabajo de Metastasio, por el que recibía con carácter vitalicio miles de florines al año, consistía en redactar, de pascuas a ramos, versos que hubieran hecho enrojecer de alipori  incluso a  nuestros Messi y CR7 de la adulación patria, hoy todos en la COPE, lamiendo las suelas de los zapatos de ese comentarista de copla venido a más, cuya máxima aportación a la radio española es el uso intensivo y abusivo de la palabra fósforo.

Cuando Metastasio pasó a mejor vida, Casti y Da Ponte decidieron que la mencionada sinecura tenía que ser suya. Como ambos eran muy apreciados por el emperador José II (igual que lo son ahora por sus respectivas huestes Sánchez y Casado), la única vía para hacer caer en desgracia al rival era difamarle. Da Ponte echaba pestes de su enemigo por toda la ciudad y Casti, que sabía más por viejo que por romano, preparó un boicot en toda regla contra Da Ponte. Se las arregló para robar el libreto de la ópera con la que se iba a consagrar su rival, lo llenó de palabrotas, lo repartió entre el público el día del estreno, dejó fuera de juego a la soprano principal y consiguió que los músicos del foso se equivocaran en las entradas y en los tempi y que el estreno fuera calamitoso. Da Ponte quedó fuera de combate y jamás consiguió convertirse en poeta cesáreo, aunque gracias a sus tres grandiosas óperas con Mozart (Le nozze di Figaro, Così fan tutte y Don Giovanni) tiene )a diferencia de Casti, que sí consiguió el momio), un lugar asegurado en los campos elíseos del bel canto.

Cuando Casado y sus esbirros repiten hasta la saciedad esa infamia de que Sánchez ha pactado con los que quieren romper España y cedido a los 21 puntos de Torra, no se diferencia de Casti falsificando el libreto de Il ricco di un giorno para asegurarse el naufragio de su rival.

Solo que los versos de Casti aún consiguen hacer sonreír a aquellos que se adentran en las páginas de su poema Los Animales Parlantes, mientras que las paridas y gazapos de Pablo Casado  –desde Maíllo no está imputado, está citado en calidad de imputado a La corrupción es nuestra seña de identidad no mueven ya ni a la vergüenza ajena.

Como a diferencia de lo que pasa en el cine, en la vida casi siempre ganan los malos, ya estoy calentando la voz, por si este espécimen logra pisar La Moncloa.

Y como soy barítono, trataré de rebajar mi nivel de horror y ansiedad (quien canta, sus males espanta, decía El Quijote), entonando, como Leporello en el Don Giovanni de Mozart/Da Ponte aquello de

Ah, padron! Siam tutti morti.

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