Otras miradas

Show macabro pertinente: eutanasia en directo

Marta Nebot

Periodista

Esta mañana en Telecinco, en El programa de Ana Rosa, han emitido un vídeo de una eutanasia, grabado hace dos días por el marido de la mujer a la que ayudó a morir, después de 30 años de esclerosis múltiple, que se llamaba María José Carrasco. Todos los que estábamos en la tertulia, fuéramos de la ideología que fuera, hemos entendido y justificado a este hombre valiente que hoy está en la cárcel por ayudar a morir a quien llevaba mucho tiempo pidiéndoselo y al que podría caer una pena de entre dos y ocho años por hacerlo.

En pleno Siglo XXI esto sigue ocurriendo. Pareciera que se castiga a quien quiere vivir por encima de sus posibilidades;  esos que se niegan a suicidarse preventivamente antes de que la vida se les haga insoportable. Los que defienden la vida, hasta cuando es intolerable, siempre olvidan la cifra de suicidios prematuros que provoca la falta de legislación para poder morir bien, cuando uno ya no puede matarse solo. Porque, cuando uno tiene una enfermedad degenerativa irreversible, siempre llega ese momento en el que tiene que decidir si se mata mientras todavía tiene facultades para hacerlo o si se arriesga a seguir viviendo a sabiendas de que la vida se pondrá muy cuesta arriba y el final del sufrimiento dependerá de la valentía de otros.

Los valientes los que deciden vivir hasta el final, hasta que no queda nada placentero (o al menos no doloroso) a lo que aferrarse para querer seguir existiendo y los que les ayudan a terminar cuando llega su momento son los castigados por una sinrazón que subraya el divorcio entre sociedad y política y la falacia de que vivimos en un estado aconfesional ¿Si de verdad España es aconfesional en base a qué creencias infringe estos martirios que hasta la mayoría de los católicos rechaza?

Ángel Hernández, con su mujer, María José Carrasco, a la que ha ayudado a morir. TELECINCO
Ángel Hernández, con su mujer, María José Carrasco, a la que ha ayudado a morir. TELECINCO

Y luego está el debate sobre si esto es espectáculo o no. En principio, reconozco que no se puede negar que lo es porque en televisión siempre se está persiguiendo audiencia;  pero, cuando el espectáculo está organizado a medias entre los protagonistas y los profesionales y sirve para algo importante, se trata de servicio público. En este caso, el show macabro está más que justificado porque este relato, bien contado en televisión, remueve más conciencias y pone a la clase política frente a lo que están provocando con sus interesadas faltas de acuerdo.

En esta legislatura no se ha aprobado ni la ley de muerte digna que propuso Ciudadanos (una ley de paliativos),  ni la de Eutanasia de Unidos Podemos, ni la de los socialistas, ni la que propuso la Generalitat de Catalunya.  No ha dado tiempo, dicen, aunque todos menos el PP votarían a favor, mientras el tiempo apremia sobre todo a los que esperan ansiosos.

A mí solo se me ocurre recordar que ya se consiguió el derecho al aborto (aunque algunos se empeñen en cuestionarlo) haciéndonos preguntas sencillas y peleando mucho: ¿se puede obligar a una mujer a ser madre?, les dijimos y conseguimos que dejaran de poder obligarnos. Ahora nos toca hacernos otra y volver a pelear fuerte:  ¿Se puede obligar a vivir en un cuerpo torturador? ¿A alguien se le ocurre alguna tortura peor?

Sé que es un tema del que cuesta hasta hablar porque invoca las imágenes de esas enfermedades aterradoras y de esos finales terroríficos pero ya va siendo hora de que dejemos de hacer el avestruz sobre la muerte digna. Si uno lo piensa un poco  la cuestión bien merece una buena ola de manifestaciones por civismo, por caridad o simplemente por egoismo, porque mañana podría tocarnos a nosotros.

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