Otras miradas

Cómo amansar sin voltios a la fiera

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

Creo que no se está valorando en su justa medida la gravedad del experimento que durante el gobierno del PP se realizó con 41 presos (violentos) en las cárceles de Huelva y Córdoba. Si yo fuera uno de esos conejillos de indias, tiempo me estaría faltando para denunciar al ex ministro Zoido y al que fuera su director general de Prisiones, el inefable Yuste. Aunque se argumente que eran tratamientos voluntarios del coco a base de voltios, ¿cómo puede haber una limpia manifestación libre de voluntad cuando uno se encuentra tutelado por el Estado y sometido a presiones insuperables, como la de conseguir a toda costa un beneficio penitenciario?

La actual Secretaría General de Prisiones, atacada por un incómodo prurito ético, ha paralizado esta barbaridad electromagnética una vez que sus excelentes resultados científicos han sido publicados en Neurosciencie, una prestigiosa revista que hubiera hecho las delicias del doctor Frankenstein.

Tan buenos apuntaban esos resultados durante el desarrollo del experimento, que Zoido pensó que con cuatro enchufes de 220 voltios arreglaba el grave problema de las agresiones en los talegos de España: es decir, que el plan de reducir drásticamente la plantilla y la paciencia de los funcionarios era muy cierto: con un par de electricistas iba a sacar adelante penales con gran índice de violencia,  como Soto, o Estremera.

Alex (Malcolm MacDowell) en 'La naranja mecánica'.
Alex (Malcolm MacDowell) en 'La naranja mecánica'.

Esta lamentable historia, como una parte significativa de las desgracias que hoy se sufren, comenzó con las ocurrencias de alguien dedicado a la psicología. El ensayo famoso consistió en aplicar descargas, unos sutiles calambrazos, a presos con delitos violentos: el objetivo loable era el de amansarlos, y que así no les apeteciese seguir con esa fea conducta de pegar, matar y violar, tan propia de criminales.

A esta ocurrencia de la psicóloga, sin duda una persona muy arrojada (con 22 años se metió en dos cárceles a entrevistarse a solas con cacos de peligrosidad manifiesta), se le unió sin embargo gente de más rango, como titulares de Psiquiatría de hospitales de renombre, algo que tampoco debería sorprender tanto, pues hartos estamos de ver que causas, a cual más infecta, las hagan suyas sabios de primer nivel, como hoy mismo sucede con Vox, que cuenta con el acervo profundo del matador Morante, o la erudición áspera del mismísimo Sánchez Dragó, venga este último a colación en beneficio del torero.

Pero es que pienso que no se puede experimentar con el cerebro de los presos: no es éticamente aceptable por mucho comité que haya aprobado esta abominación científica, por muchas vueltas que le demos.

Además, tengo serias dudas de que su eficacia; lo digo por que, conociendo como conozco el percal, no se puede uno fiar casi nunca de las impresiones que nos cuente una persona privada de libertad, hecha al trullo durante años, presionada por mil factores que escapan a la buena fe de nuestra intrépida psicóloga.

Al parecer los internos, tras las sesiones de cosquillas, le contaron que se sentían "mejor", como mansos, sin ganas de volver a las andadas. ¡Pues claro! ¿Qué quiere que le cuenten?

El deseo de los penitenciados (muy humano) es agradar para conseguir un beneficio penitenciario, y en ese sentido, la novedad de someterse a ese experimento, la expectativa del premio o simplemente el protagonismo que el interno adquiere al reunirse con la psicóloga en el mismo módulo donde transcurren sus años con un aburrimiento mortal, ya de por sí garantiza un resultado positivo: se sienten mejores personas, ¡natural!, y también se sienten así de mejorados a recorrer durante una semana (con personal adecuado y permiso del juez) el camino de Santiago, iniciativa ésta ya probada y con éxito. ¡Siempre terminan con gritos de viva el apóstol! ¡Natural!

Para atacar el síntoma del agresivo no hay que despersonalizarle usando prerrogativas de intervención cerebral ilegítima, sino que hay que apostar por mejorar la cárcel con más medios y funcionarios: eso es lo que dice el sentido común, un concepto digno del ser humano... y la misma Victoria Kent.

Nuestra psicóloga, y las eminencias que la han apoyado, lo que necesitan para orientar éticamente sus esfuerzos es verse otra vez La naranja mecánica, de Stanley Kubric, donde podrán comprobar entretenidamente las consecuencias nefastas de jugar con el coco de los presos. El interno protagonista, un psicópata de rango estratosférico llamado Alex (Malcom MacDowell), salta de la fila el primero cuando el ministro de Interior británico oferta la oportunidad de someterse a la prueba: hay riesgos, pero a cambio les dice que obtendrán la libertad: Alex quiere agradar al ministro, someterse a lo que le proponga con tal de ser libre, ¿qué le importan los riesgos? Las consecuencias todos los que han visto la cinta las conocen: un desastre sin paliativos, también para el sinuoso político.

Secuencia de 'La bestia humana'.
Secuencia de 'La bestia humana'.

No obstante, si lo que se quiere es atacar las raíces de la violencia, y no conformarse con curar a los que teniendo el demonio dentro han sido condenados por sus crímenes, la película a recomendar es La bestia humana, filmada por Jean Renoir inspirándose en la novela homónima de Émile Zola.

Basta leer la cita inicial del escritor sobre el protagonista (Lantier- Jean Gabin) para entenderlo:

"... a veces notaba su tara hereditaria y creía estar pagando por los otros, los padres, los abuelos, que habían bebido... generaciones de borrachos que tenían la sangre gangrenada sintiendo él ahora un leve envenenamiento, un salvajismo que le semejaba con los lobos devoradores de mujeres en el fondo de los bosques".

Generaciones atrapadas en la miseria, el alcoholismo atroz de los hombres como derivada, lo que implica lesiones cerebrales que los hijos heredan.

En efecto, es la desigualdad educativa, sanitaria y económica las que están en el origen de muchas psicopatologías criminales, y eso no se corrige con calambres, sino con política a largo plazo, con justicia social, con buenos salarios que aporten un futuro de salud, cultura y felicidad a los ciudadanos.

Pero si tan convencidos están la investigadora y los que la apoyan de que van por el buen camino, les propongo cambiar el campo de muestra de ratones de laboratorio, y dejando en paz a los presos pasen a otro que les verificará creíblemente sus resultados: los toreros; no hay sector profesional más arrojado y sacrificial, y seguro que no se niegan a dar un paso adelante prestándose alegres a que jueguen con su salud: ya los oigo rivalizar a Morante, Roca Rey, ¡El Cid!, para ser los primeros en tirarse en plancha sobre la camilla al grito de ¡vaya mi equilibrio psíquico por España!

Si después de acalambrarles abominan de pinchar, cortar y matar, tres actos que, más allá de consideraciones artísticas, son muy violentos, me creeré que al menos los síntomas sí que desaparecen tras el polémico experimento: más que nada porque si los matadores se hacen conversos a las dulces enseñanzas de san Francisco dejarían así de estar presentes en los próximos carteles de San Isidro: eso implicaría la renuncia radical a unas vidas de copla, lujo y gallardía, y entonces sí que no cabrá duda del triunfo rotundo de la ciencia.

¡Es una idea!

 

 

 

 

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