Muchas personas piensan que no vale la pena responder a una nueva provocación del movimiento abolicionista, que eso les da más bombo, que no es estratégico. Pero a pesar de eso algunas y algunos activistas de Barcelona hemos decidido que sí, porque nos hemos hartado de la impunidad de su beligerancia y de la complicidad que suponen nuestros propios silencios. Cuando hace unas semanas leímos que un convoy de activistas abolicionistas venía hoy, 11 de mayo, en procesión desde lugares distintos del Estado a nuestra ciudad, anunciando que se pasearían por las calles donde se ejerce el trabajo sexual a decirle a nuestras vecinas que ser puta no está bien y que hay que hacer desaparecer esa lacra de nuestras calles, alguna gente decidimos decir basta. Definitivamente basta.
Las trabajadoras sexuales son nuestras vecinas, son parte de nuestra comunidad, son nuestras amigas, son a veces nuestras hermanas, nuestros compañeros de piso, son las otras madres del parque o las que se manifiestan por otras causas. Son también esta ciudad, una ciudad que debemos mantener firme frente al acoso, la estigmatización, la criminalización, la victimización y demás estrategias que tienen como objetivo anular su voz. Y a pesar de saber todo esto, las hemos dejado en la estacada muchísimas veces frente a la violencia y los insultos de un movimiento que se jacta de venir a salvarlas. Salvarlas aunque tengan que barrerlas de las calles, salvarlas aunque tengan que amordazarlas para no escuchar lo que están diciendo. Abolir la prostitución aunque eso implique abolir la autonomía de todas esas mujeres y hombres que han decidido ejercerla.
Por todo esto, muchos movimientos, colectivos, entidades y activistas de Barcelona nos hemos unido para decir que aquí no son bienvenidas iniciativas como esta manifestación abolicionista estatal en el comunicado "Barcelona. Ciudad Pro-derechos". No en nuestra ciudad, en nuestras calles, en nuestras plazas. No contra nuestras vecinas y vecinos cuyo único delito es su agencia para decidir como van a sobrevivir económicamente. Por todo eso más de 100 organizaciones feministas, LGTBI, migrantes y de derechos humanos y más de 300 activistas de la ciudad dicen hoy basta.
Escribo para compartir aquí algunas ideas para quienes todavía dudan sobre si vale la pena mojarse con la que está cayendo. Porque sí, está diluviando, y los movimientos en defensa del trabajo sexual están aislados bajo la lluvia. Así que bajemos a la calle de una vez, con nuestros paraguas rojos, y comprometámonos con esta lucha.
El tono. Hace tiempo que las organizaciones abolicionistas de la prostitución dejaron de plantear un debate político real para instalarse en una campaña de acoso y derribo contra cualquiera que formulara críticas a su argumentario. Acoso a las y los activistas que defienden el derecho a ejercer el trabajo sexual y acoso a las representantes políticas que buscan fórmulas para establecer esos derechos mediante políticas públicas. Difamaciones, insultos, troleo en redes, publicación sin consentimiento de datos privados. Eso hace tiempo que no es un debate. No normalicemos actitudes totalmente inaceptables en un debate político democrático. Para empezar porque no se deja espacio al activismo que reivindica más derechos en el trabajo sexual para exponer sus posiciones. Las putas solo merecen ser escuchadas si es para nombrarse como víctimas. Pero cuando alzan la voz para reclamar más derechos, entonces son unas colaboracionistas del patriarcado financiadas por las mafias. Abandonemos ya el mantra de que éste es un debate eterno e irresoluble del feminismo. No lo es. Se resolverá con consensos, propuestas y escucha. Pero depende de nosotras y nosotros sacarlo del hastío en el que se encuentra. Y vamos tarde.
Llegará. Ahora que hemos entendido que es fundamental defender los derechos de las trabajadoras internas, a las camareras de pisos, a las trabajadoras del ámbito doméstico y del cuidado, estoy convencido de que es ahora el momento también de las trabajadoras sexuales. De combatir el estigma de puta, de apostar por su profesionalización para lograr su empoderamiento, de asegurar derechos laborales y sociales para una pensión digna, el paro o una baja médica. ¿Si no es ahora, cuando? Más allá de eso, los derechos de las trabajadoras sexuales son una conquista que nos beneficia a todas las personas. Dice algo enormemente positivo de nuestra sociedad y es que creemos de verdad en la agencia y en la libertad de la gente por encima del paternalismo y el asistencialismo.
Los derechos laborales y sociales en el trabajo sexual llegarán. No tengo ningún atisbo de duda. Supongo que cada uno y cada una deberá preguntarse en qué lugar quiere estar durante el proceso. ¿En qué lugar quiere estar cuando le pregunten qué hacía cuando en nuestro país se demonizaba el trabajo sexual, cuando se negaba la presencia de activistas en los debates, se las expulsaba de las manifestaciones, y se las perseguía con multas, ordenanzas o demás promesas de salvación?
Y las alianzas. Siento que los movimientos LGTBI pero especialmente los movimientos trans nos hemos comprometido demasiado poco, demasiado tímidamente, con estas reivindicaciones y es inexplicable. Si yo puedo ser un activista trans es porque hace 30 años mis compañeras trans trabajadoras sexuales se organizaron para visibilizar esta posibilidad de existencia. Aquí en Barcelona, la primera asociación de personas trans que se organizó, en la década de los ’90, fueron compañeras trabajadoras sexuales trans que frente al estigma de sus identidades y también de sus trabajos alzaron la voz. Nuestro movimiento no estaría donde está si no fuera por Beatriz Espejo, Norma Mejía, Natalia Parés y tantas otras que no dudaron un segundo en afirmar con dignidad que la transexualidad no era nada monstruoso y que el trabajo sexual era una forma de subsistencia digna y merecedora de derechos. Pero parece que se nos ha olvidado todo en nuestra euforia colectiva de banderas y siglas. Y no podemos permitirnos eso. El empoderamiento de nuestras comunidades no puede permitirse dejar a nadie atrás. Y así está siendo. Es preocupante que la cuestión del trabajo sexual ya no forme parte de la agenda política de nuestros movimientos. Este año especialmente, en el que se cumplen 50 años de la revuelta de Stonewall en las calles de Nueva York, veremos cómo se enarbola esa causa para el decorado de todos los Orgullos. Pero lamentablemente, aunque la luchas de las y los trabajadores sexuales es inseparable de esa revuelta, 50 años después somos capaces de celebrarla sin ni siquiera nombrarla. Reivindicamos a Marsha P. Johnson y a Sylvia Rivera pero solo por su estética radical que nos reconcilia con algo que fuimos. Como si nos diera igual el hecho de que sus vidas serian hoy igual de precarias que entonces. Es injusto, es problemático, pero estamos a tiempo de recuperar esas reivindicaciones si lo decidimos ahora. Hagámoslo. Los derechos de los y las trabajadores sexuales tienen que ser parte de la agenda política de las luchas LGTBI o realmente no estaremos a la altura de la transformación social que ellas prometieron.
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