Otras miradas

Los veintiún hijos de Pablo Iglesias

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

José Ángel Hidalgo

Joe Keller fabricó en serie un motor defectuoso que despanzurraba contra el suelo a los bombarderos americanos que lo montaban. A pesar de saberlo, acosado por las deudas y las presiones del Ejército para fabricar más y más aparatos ordenó que la cadena de producción siguiera llenando los hangares a un ritmo infernal: estaban en guerra contra el Eje.

Su hijo pilotaba uno de esos aviones estrellados, así que no fue extraño que a Keller, criminal inconfeso y cobarde, pues salvó el pellejo dejando que el juez imputara a su socio, el infierno de la culpa siempre le acompañaría en Todos eran mis hijos, la obra teatral de Arthur Miller: aún me parece oír en el Romea de Murcia los gruñidos de Agustín González (Keller), ocultando tras un periódico un rostro que ya es una máscara por el dolor del remordimiento.

Una imagen de la puesta en escena de 'Todos eran mis hijos', en 1988,
Una imagen de la puesta en escena de 'Todos eran mis hijos', en 1988,

La cuestión es que no solo pereció su hijo: fueron veintiuno los pilotos que murieron a consecuencia del fraude, los veintiún hijos que en un momento de la obra Agustín González, deshecho, reclama como suyos en un estallido de dolor que es una cumbre del teatro moderno.

Joe Keller actuó con la política del "sálvese quien pueda" ante las presiones que sufría, algo muy humano, pero que le llevó a tomar decisiones que, al implicar trágicamente a otros muchos, le vinieron de vuelta con el tiempo como un boomerang que le partió la frente en mil pedazos.

En alguna medida Pablo Iglesias me recuerda a este Keller que toma un rumbo equivocado bajo la presión de los mil demonios que le salen al paso en una encrucijada maldita; así es como inició hace tiempo una forma de retirada a sabiendas de que Podemos había tocado techo y víctima de una persecución institucional y mediática como nunca antes se había visto en democracia.

Su socio del alma empezó a subírsele a las barbas, y la decepción mezclada con una justa amargura, se le hizo insufrible: tantos disgustos, que también eran personales, le indicaron que retirarse a Galapagar junto a su familia para buscar una plenitud que finalmente no encontraba en la política, era buena cosa. Políticamente fue interpretado como un repliegue, legítimo, pero así fue, el síntoma de que Podemos maduraba con velocidad de vértigo y se caía del guindo demasiado pronto, que se tomaban decisiones que ponían por delante la felicidad personal antes que empeñarse en un complicado compromiso político de futuro cada vez más incierto.

Yéndose a Galapagar dejó sorprendidos a sus propios inscritos, que se vieron ante el compromiso de votar si les parecía bien la compra del chalé. Inaudito.

El repliegue también dio munición ilegítima y rastrera, pero muy dañina, a quienes no deseaban que Iglesias disfrutara en paz de la sierra y de su familia, ofensiva que no ayudaron a contrarrestar los tres meses de baja paterna que intentó colarnos como una medida de calado político llevada a un extremo de coherencia personal digamos que insoportable, pero que no dejó de ser un abandono de Iglesias de la primera línea cuando tanta falta le hacía al partido y a sus votantes, a las familias y a los hijos de esas familias que tiemblan ahora ante los chistes que sobre sanidad, educación y gases contaminantes, habremos de soportar de esa pareja de esperpento popular que inopinadamente (¡vaya sorpresa!) ha saltado al escenario.

Ese "sálvase quien pueda" de Iglesias yo no entendía que contuviera ilegitimidad, como sí que tiene (y grave delito) el del empresario Keller al dejar que se montaran los motores defectuosos: incluso seguí sin culparle de nada cuando volví a leer hace pocos días en El País que lo más importante en su vida, lo primero de todo, subrayadamente, son sus dos niños y el que viene de camino.

Algo admirable, comprensible, que eleva su perfil de padre a alturas estratosféricas, aunque yo pensaba, ingenuo de mí, que la paternidad del político alcanza y comprende a los cientos de miles de hijos de todos los que le rinden su voto, e incluso si gobierna, de los que no le votan: si les promete que legislará a favor de ellos, que les van a dar escuela y médico dignos, salarios justos, realización personal: ¿cómo no van a ser hijos de Iglesias si en sus manos está su vida presente y futura?¿No exige ello cierta renuncia y sacrificio, hacer alarde de altura de miras para no dejar que se gripe el motor del avión?

Aunque entiendo que es una anécdota (dolorosa) no vi al político de raza que para mí ha sido siempre Iglesias cuando le oí pedir el voto para Sánchez Mato (Madrid en pie) a pocas horas de la cita electoral: me pareció algo sorprendente, aunque es verdad que en coherencia con la retirada, o "sálvese quien pueda", que veo que afecta desde hace un tiempo al líder de Podemos.

No fue un buen gesto lo de Mato.

Como al final le sucede a Joe Keller por haber dejado volar bombarderos con defectos en el motor, será quizás el remordimiento, el resabio de culpa por las consecuencias terribles de no haber gestionado con inteligencia las salidas de pata de banco del socio del alma (ojo, sin disculpa alguna para éste, o para Carmena y su pizpireto equipo) lo que quizás le haga comprender a Iglesias que ser político, arrastrar la buena fe de cinco millones de votantes, convencerles de que por el futuro de sus familias es capaz de asaltar los cielos, te hace responsable como un padre de todos esos niños que después del 26 de mayo podrán seguir teniendo a su disposición unos servicios públicos mezquinos en este Madrid que hoy tanto duele.

Así es Pablo, algunos como tú saltaréis del avión (si no habéis saltado ya mentalmente, espero que no) suspendidos en un buen paracaídas que os garantizará posaros con dulzura en la cruda realidad; pero un número significativo de tus votantes no dispone de ese sofisticado artilugio para aliviar los efectos de la caída: su esperanza de alcanzar una legítima felicidad para ellos y sus hijos pasaba por disfrutar contigo de un feliz aterrizaje en una España más justa.

Ojalá y me equivoque en todos y cada uno de estos extremos y apreciaciones, y en todo caso, ¡feliz nueva paternidad, Pablo!

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