Otras miradas

Tener coche podría acabar siendo cosa del pasado, igual que el transporte público

Martin Mayfield

Profesor de Ingeniería del Diseño, Universidad de Sheffield

Giuliano Punzo

Lector, Universidad de Sheffield

Tener coche podría acabar siendo cosa del pasado, igual que el transporte público
Atasco. Foto: PxHere

En el mundo del automóvil se va a producir una enorme transformacióndurante los próximos años a medida que la automatización vaya eliminando la necesidad de conductores y los vehículos eléctricos e híbridos ocupen una parte cada más importante del mercado mundial.

Sin embargo, en un futuro en el que los coches autónomos estarán disponibles bajo demanda para llevarnos a donde necesitemos ir, parece que no tendrá sentido tener coche propio.

El automóvil medio pasa alrededor del 90% de su vida aparcado. Pasar de tener vehículos propios a contar con un servicio de empresas, sean públicas o privadas, que sean dueñas de los vehículos y gestionen su uso sería una solución inteligente y eficiente para revolucionar la forma en que el tráfico circula por las ciudades. Pero también podría tener profundas consecuencias para los sistemas de transporte ya existentes, como el tren, el metro y los autobuses.

Deje el coche

Para muchas personas, los coches son un símbolo de autonomía y libertad, por lo que lo lógico es que se opongan a prescindir del automóvil privado. Pero, en general, la experiencia sugiere que la gente está dispuesta a renunciar a tener un coche en propiedad, siempre y cuando el transporte alternativo sea lo suficientemente rápido y llegue a los sitios necesarios.

Esto es evidente en ciudades como Londres, donde el transporte público tiene buena frecuencia y cubre gran parte de la ciudad, lo que hace que el coche sea algo innecesario para muchas personas. En promedio, hay 0,8 coches por hogar en la zona del Gran Londres, donde el metro conecta la ciudad con un total de 402 km de vías.

Pero en zonas donde el transporte público es menos estable los automóviles privados tienen una mayor presencia. Por ejemplo, los residentes en la zona del Gran Manchester, en el norte de Inglaterra, tienen de media 1,3 coches por hogar y un sistema ferroviario urbano que solo se extiende 93 km.

Si existen soluciones alternativas competitivas, parece que la gente está dispuesta a renunciar a un coche propio.

El precio de la anarquía

Los coches autónomos funcionarán probablemente dentro de un sistema interconectado, lo que les permitirá evitar atascos, reduciendo así la contaminación y minimizando el tiempo que las personas pasan en la carretera.

Para entendernos: A menudo los atascos son ocasionados por demasiados conductores que intentan tomar al mismo tiempo la ruta más directa o conveniente, pero eso solo beneficia a los conductores que toman la ruta temprano, mientras que el resto queda atrapado en el tráfico, algo que los matemáticos denominan "el precio de la anarquía".

Funcionando como un sistema integrado, los coches sin conductor podrán redistribuirse a través de otras rutas alternativas para evitar atascos y moverse por la ciudad de forma más eficiente. Además de ahorrar tiempo, este sistema debería aportar más beneficios, siempre y cuando los datos recogidos por los coches autónomos sean transmitidos a los sistemas de gestión municipales para que puedan trabajar y mejorar las infraestructuras según sea necesario.

Transformación del transporte

No solamente el tráfico por carretera se verá afectado por estos nuevos sistemas. La movilidad de las personas, a nivel urbano e interurbano, también va a cambiar, lo que plantea importantes interrogantes sobre el gasto público en algunas infraestructuras, como puede ser el ferrocarril.

Como norma general, un área poblada tiene que alcanzar un cierto nivel de densidad para que el transporte público sea económicamente viable; tiene que haber suficientes personas que utilicen un servicio para que merezca la pena su gestión, algo que resulta fácil en las grandes ciudades, pero más difícil de lograr en las urbes pequeñas y medianas. Los coches autónomos podrían hacer que un mayor número de personas contase con una forma rápida y cómoda de llegar a una estación o salir de ella.

Pero si la gente pudiera elegir, probablemente tomarían el coche hasta su destino. A medida que las redes de coches autónomos se amplíen y aumenten su capacidad, surgirán grandes interrogantes sobre la viabilidad de las inversiones previstas para el transporte de trayecto fijo (el transporte que va de un punto a otro, como el tren, el autobús y el metro). Incluso el transporte entre ciudades podría verse afectado a medida que crezca el alcance de estas redes de coches autónomos.

De ahí la cuestión de si las inversiones en infraestructuras para vehículos autónomos, que optimizan el uso de las ya existentes, deberían considerarse como una alternativa a las grandes inversiones en nuevas infraestructuras ferroviarias, porque estas podrían resultar redundantes antes o después de estar terminadas por culpa de las nuevas tecnologías.

Diseñando la hoja de ruta

Probablemente pasarán entre diez y veinte años antes de que los vehículos autónomos y la red 5G de alta velocidad (factores ambos necesarios para abordar adecuadamente el "precio de la anarquía") se extiendan por las carreteras públicas. La forma en que se produzca este cambio influirá también en el diseño de las ciudades del futuro. Los coches autónomos tienen la capacidad de reducir exponencialmente los tiempos de viaje, algo que abre la oportunidad para replantearse la planificación de las ciudades.

Pero si la fisonomía de las ciudades cambia a un ritmo menor que las tecnologías digitales, cabe la posibilidad de que algunas personas opten por alejarse de aquellas que no aprovechan esta ventaja y dirigirse hacia las que estén más adaptadas a la revolución del transporte.

Para que los ciudadanos puedan beneficiarse del despliegue de los coches autónomos será necesario tener en cuenta los problemas sociales a la hora de programar dichas redes. Esto significa garantizar que la movilidad se va a optimizar de una manera que apoye la cohesión de la población (por ejemplo, agrupando hogares y empresas e integrando otras funciones como la educación y el bienestar) de modo que sea más fácil llevar a los niños a la escuela o ir a visitar a la abuela, no más complejo.

Los coches autónomos van a hacer que la gente se replantee la idea de tener un coche en propiedad, pero, a medida que estos nuevos servicios interconectados se conviertan en una realidad en las ciudades de todo el mundo, surgirán grandes interrogantes sobre la necesidad de seguir financiando el transporte público. Es el momento de pensar cómo deberíamos planificar las ciudades para aprovechar al máximo los coches autónomos sin que pierdan lo que las hace humanas.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

 The Conversation

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