Otras miradas

Porque yo lo valgo

Máximo Pradera

Creo haber contado alguna vez que en 2011 me ofrecí como consultor externo del PSOE y que para mi sorpresa, fui contratado. La patria me llamaba.

Es broma. Eso es lo que habría dicho Iván Redondo, el consejero aúlico de Albiol y de Monago, hoy mercenario sin criterio de Pedro Manosbonitas. En realidad, me postulé como asesor sociata movido por el pánico. Todos los sondeos electorales anunciaban victoria del PP por mayoría absoluta. Yo estaba tan aterrorizado como un pobre polaco viendo cómo se aproximan a su país los tanques de Hitler.  Sentía la necesidad de contarle a Rubalcaba por qué llevaba lustros sin votar al PSOE.  Quería ir a Ferraz a detallarle qué tipo de argumentos necesitaba oírle decir en público para volver a reconciliarme con su partido. ¿Hace falta recordar que aún no existía Podemos?

Tuve un par de encuentros con Elena Valenciano. Era ella quien tenía que evaluar si yo era digno y confiable. Tras mostrarle algunas reflexiones que había puesto por escrito, me presentó al jefazo.

–Ahora vas a conocer a Alfredo – me susurró en la antecámara, en la misma actitud y tono de voz que el camarlengo vaticano hubiese empleado para anunciarme que iba a ser conducido a presencia de Su Santidad el Papa.

Rubalcaba (que Dios le tenga en su gloria y le  colme de bendiciones por  todo lo que hizo por nosotros desde Interior) era desconfiado. ¿Hasta qué punto? Tanto o más que el ciego de El Lazarillo de Tormes. En vez de un Iphone, manejaba un Nokia de la época en que Finlandia era aún un Gran Ducado y formaba parte del imperio ruso.  Su asesor de comunicaciones le había informado de que, por ser de tecnología tan básica, ese móvil era muy difícil de interceptar. Fredi, puro apparátchik, tenía terror de que le hicieran un Txiqui Benegas, el hombre que bautizó a Felipe como Dios. Pero yo me había ganado ya la confianza de Valenciano y Fredi me recibió en el despacho del Secretario General del PSOE con los brazos abiertos. El viejo zorro podía llegar a ser muy cálido cuando se lo proponía.

Valenciano y Rubalcaba estaban desesperados. Los datos del paro se iban a hacer públicos al día siguiente y les daban una hostia al Gobierno del tamaño de la que se llevó en su día la extinta Rita Barberá. Compartieron esos datos conmigo en tiempo real y en ese instante supe lo que es el Poder. El Poder es información. Enterarte un día antes que todos los españoles de lo que pronto sabrá el país entero.

Faltaban pocos meses para las elecciones. Lo del paro era terrible, pero aún más espeluznante para Elena y Fredi era la desafección política. La amenaza de la abstención.

–¿Qué te dice la gente en los cualitativos? – me confesó Rubalcaba–. Que la política es impotente, ha perdido la batalla frente a los mercados. Y al ser impotente, todo da igual y me quedo en casa. Nosotros íbamos a enfocar la campaña diciendo algo como es la política, estúpido, pero esto que nos propones tú es mejor. ¡Lo compro!

Un rearme moral. Esa era mi propuesta. Admitir que el PSOE había perdido de vista los valores de la izquierda y que con Rubalcaba a los mandos, la cosa iba a cambiar. Empezando por el lenguaje. Basta ya de crecimiento negativo de la economía y zarandajas por el estilo. Les invité a no negar la crisis. Al contrario, a aumentar su importancia. No solo habíamos vuelto a la pobreza: además nos habíamos instalado con cinismo en la insolidaridad absoluta. En el sálvese quien pueda.

Al principio me sentí influyente. Me creí el Rasputín de Ferraz. Durante las primeras semanas, Fredi decía en la tele lo que yo le había escrito el día anterior. Pero aquello duró poco. Menos de lo que le duró a Felipe el Otan, de entrada no. A Fredi y a Valenciano empezó a entrarles el canguelo. A medida que se aproximaba el 20–N, dijeron: de cuevita de la izquierda, nada. A ver si nos va a pasar como al partido socialista francés o el alemán, que fueron paloma por querer ser gavilán. Tardaron 20 años en recuperar el centro.

Pronto me di cuenta de cómo utilizaban Elena y Fredi mi material en los mítines. Era como un maquillaje. Decían cuatro cositas que sonaban progre y ya está. Pero sin convencimiento. O al revés, con un énfasis excesivo, que lo hacía aún más sospechoso. ¡El PSOE ha vuelto! ¡El PSOE ha vuelto! Era mentira. Y como era mentira, nació Podemos y les quitó cuatro millones de votos. Por hablar de boquilla.

El discurso de investidura de Pedro Sánchez me ha recordado aquella época: todo en su boca suena a lugar común, a palabrería hueca. Discurso bonito. Maquillaje izquierdoso.

Como he dicho ya en un tuit muy celebrado, si de aquí al jueves la gauche caviar sigue instalada en la cosmética política, Pedro tiene más probabilidades de protagonizar el próximo anuncio de L´Oréal que de seguir en la Moncloa.

Porque yo lo valgo.

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