Otras miradas

Ayudar al maltratador

Marta Nebot

Periodista, presentadora del programa 'Pisando charcos' en la cadena Ser

Al enemigo ni agua, dice un dicho popular. Ese dicho lo asumen l@s que plantean la lucha por la igualdad como una guerra de géneros. No debería ser guerra y si lo es, como en todas las guerras, hay víctimas en ambos bandos y en ésta los bandos no están tan claros como pareciera. Me explico: aún sabiendo que es una obviedad, porque creo que hay quien no lo recuerda, las víctimas de la violencia machista tienen padres, hermanos, hijos, además de madres, hermanas e hijas. Hay hombres que pierden hasta la vida defendiendo la igualdad de desconocidas y hay mujeres tan machistas o más que el machista más machista de cabecera y la sororidad no va con ellas; además, las víctimas de maltrato, en muchos casos, justifican y aman a quien les pega, porque entienden que el maltratador también se hace daño a sí mismo y porque a la compasión no hay quien le ponga puertas.

Todo esto para llegar a una pregunta muy incómoda: ¿Es el maltratador otra víctima aunque sea de sí misma?

Confieso que llego a esta cuestión porque el pasado 26 de julio, en Benial, un pueblo de Murcia de 11.000 habitantes, un padre mató a cuchilladas a su hijo de 11 años durante su régimen de visitas y después se colgó en la cocina. Los detalles de este doble asesinato machista me han traído hasta esta duda casi metafísica: sie el asesinato del niño se incluirá en la lista de víctimas de violencia machista,¿el asesino, asesinado también, debe estar en la lista?

Comparto la rabia porque en su locura se lleve a un inocente por delante. Son ya 29 los menores que han sido matados por sus padres, desde que se hace estadística de "violencia vicaria", que es como se  llama a que un padre mate a su hijo para hacer daño a la madre. Como tant@s, me he preguntado en voz alta: ¿Por qué no se mata él solo? ¿Qué necesidad de hacer daño? ¡Qué maldad espantosa, coño!

Pero los detalles de esta historia cuentan la vida de alguien tremendamente perdido, al que no se ayudó cuando se estaba a tiempo.

X nunca jamás le puso la mano encima a Laura o a su hijo. Sabemos que su madre huyó de su padre y que por eso se instaló en el pueblo, cuando él era pequeño, con sus otros dos hijos. El niño se convirtió en un hombre y se casó con Laura por amor y tuvieron dos hijos; todo iba bien hasta que la crisis le dejó en el paro en lo suyo, la construcción, y tuvo que ponerse a trabajar como jornalero. X tenía problemas de cervicales y empezaron a entrarle mareos; se dio de baja y terminó perdiendo el empleo. Entonces, llegó la depresión y la obsesión por su mujer. La perseguía fuera donde fuera. Los celos enfermizos reventaron la relación. Después de años así, para Laura se convirtió en insoportable y decidió irse y dejarle la casa, cuya hipoteca pagaba más que nadie la madre de Laura. Y seguramente lo hizo porque le quería y no le deseaba mal y era consciente de que X era quien peor lo estaba pasando, a pesar de todo.

Tras el divorcio, firmado en febrero, la acosó de tal manera, noche y día, al grito de "estás zorreando", que Laura le denunció y lo demostró, consiguiendo una orden de alejamiento.  X se saltó la orden en junio y fue detenido. En el juicio rápido del 19 del mismo mes, por el quebrantamiento de la orden de alejamiento, el juez decretó la suspensión de la prisión de cuatro meses a la que había sido sentenciado, sin la oposición de Laura, que una vez más no le quiso mal.

Después de aquello, X se fue hundiendo en la desesperación a los ojos de todo el pueblo: pedía por las calles, dejó de lavarse... Su caída a los infiernos fue pública y notoria.

La pareja tenía dos hijos: David, de 18 años, y Cristian, de 11. David no quería saber nada de su padre. Cristian le pidió a su madre que le dejara seguir viéndolo. El padre y el hijo acordaron encontrarse los lunes y los miércoles de 5 a 8:30. La madre impuso que fuera en el parque, cerca de casa, porque le daba miedo que estuvieran a solas.

El final de la historia es que X convenció a su hijo de que le acompañara a su piso; según Laura le tuvo que engañar con algo de algún vídeojuego porque si no no hubiera subido. Allí se encontró con la muerte a manos de quien más debería haberle querido. Lo mató con un cuchillo en el pasillo. Después, con semejante escena en la retina, probablemente con una culpa de un tamaño insostenible, se colgó en la cocina.

Ante estos hechos, la ametralladora de preguntas se me dispara hacia todos los sitios:

¿Dónde estaban servicios sociales desde el principio? ¿No era obvio que X necesitaba ayuda psicológica y que la ayuda podía haber evitado estos crímenes? ¿Cómo es posible que ante casos de reiteración delictiva, de órdenes de alejamiento quebrantadas, de obsesiones enfermizas, de violencias reiteradas, se permitan las visitas no tuteladas a menores? ¿Si ese niño va a estar en la lista de víctimas de violencia de género, cómo es posible que no se le incluyera en la orden de alejamiento que tenía su padre de su madre por este mismo delito? Y para los que señalan a la madre como responsable de lo ocurrido por no haber intentado meterle entre rejas o por haber permitido que su hijo viera a su padre, ¿no hizo suficiente señalando cuál era el camino: distancia y ayuda? ¿No es este caso el mejor ejemplo de que no son los padres los que, en casos de violencia reiterada, tienen que decidir el régimen de visitas? ¿No es la seguridad del menor lo que tiene que estar por encima?

Laura, concedió una entrevista a El Español en la que cuenta todo esto y lo que más repitió fue: "Se podía haber evitado". Laura también pidió "endurecer las penas" y denunció que fue a la Policía local y a la Guardia Civil "miles de veces" a pedir ayuda y que le prometieron vigilancia "y por aquí no apareció ni Dios". Laura cuenta que todo lo que hicieron fue llamarle por teléfono una vez por semana para "ver qué tal estaba". Mi cabeza sigue disparando preguntas:  ¿Y si además de llamarla a ella, le hubieran llamado a él? ¿Y si los 4.000–6.000 millones de euros que gastamos de media al año en la lucha contra el terrorismo en España desde 2004, se parecieran en algo a los 200 millones que gastamos en la lucha contra el terror del machismo? Tenemos bastantes más víctimas por lo segundo que por lo primero: 1.012 víctimas mortales de violencia machista desde 2003, que es cuando se empezaron a contabilizar, según los datos del Ministerio de Interior; 253 víctimas mortales de terrorismo en España, entre 2.000 y hoy, según el Libro Blanco y Negro del Terrorismo en Europa publicado por el Parlamento Europeo.

Así que, cuando pensemos en fondos para la lucha contra la violencia de género, pensemos en que necesitamos medios para ayudar a las víctimas y a los verdugos. Así, quizás, los verdugos dejen de serlo y dejen de ser, también, víctimas de su propia violencia. En este terrorismo, como en el otro, lo importante debería ser la prevención.

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