Otras miradas

Tres años después: 15M y kickboxing social

Josep Maria Antentas

Josep Maria Antentas

Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y coautor de Planeta Indignado. Ocupando el Futuro (Sequitur, 2012)

Han pasado ya tres años del "gran estallido" del 15 de mayo de 2011. Inscrito en mayúsculas en la historia social de la humanidad, 2011 fue el año de la indignación global, el año en que imaginamos occupy un mundo cada vez más irreconocible, el año de la revolution reloaded en el mundo árabe, el año en el que, como recuerda Zizek, soñamos peligrosamente. Tan lejos y tan cerca.

El 15M marcó un punto de inflexión en la trayectoria política y social del Estado español y el comienzo de una nueva fase. Expresó una corriente profunda de malestar social, y no fue un mero fenómeno coyuntural o pasajero, sino la primera sacudida de un nuevo ciclo del que acampadas y ocupaciones actuaron de lanzadera a modo de acontecimiento fundador.

En este periodo se ha conseguido mucho y poco. Mucho, porque el clima político y social cambió drásticamente. Donde antes había pasividad, apatía y resignación hay ahora un reinterés por los asuntos colectivos fruto de una repolitización, parcial y contradictoria, de la sociedad. La crisis económica y social se transformó en crisis política y de régimen, en la que al desgaste por la reacción social a los recortes, se le ha sumado el impulso independentista democrático en Catalunya. Poco, porque el bulldozer de la austeridad ha seguido avanzando implacable, desahuciando a su paso derechos, esperanzas y dignidades. La crisis social se agudizó y la austeridad sin fin cubre un presente sombrío que se alarga hasta invadir un futuro que se aleja cada día.

El 15M pronto se dispersó y dejó de existir en tanto que movimiento articulado y con capacidad de iniciativa, pero se transmutó en una infinitud de iniciativas y proyectos que tenían en él una referencia real o simbólica. Tras la explosión de mayo y junio de 2011 el devenir de las resistencias sociales ha sido desigual y lleno de altibajos. No podía ser de otra manera. Los dos éxitos más claros del impulso nacido entonces fueron la propulsión político-mediática-moral de la PAH y el ascenso de las múltiples mareas, con sanidad y educación al frente, nacidas al calor de los recortes. Tres años después, sin embargo, constatamos el agotamiento de este primer aliento, de la primera fase en aquel momento iniciada. Fragmentada y dispersada, la protesta social necesita un segundo impulso. Sólo el éxito de las Marchas por la Dignidad marcan una excepción en este panorama de debilidad y ausencia de rumbo de las resistencias. ¿Serán éstas el reinicio y los prolegómenos de un nuevo estallido y de una nueva fase ascendente? He aquí la cuestión.

Una crisis marca un antes y un después en la trayectoria de una sociedad. La recurrente metáfora del túnel esconde el elemento crucial de que éste no tiene una única salida. Toda gran crisis se salda con una reorganización de las relaciones sociales y geopolíticas. Tan erróneo es pensar en una placentera salida automática y lineal de la crisis, como practicar un catastrofismo apocalíptico paralizante. La histora es una partida abierta no escrita de antemano. Marca un itinerario abierto, lleno de encrucijadas, vías muertas y falsos atajos.El mundo de la poscrisis no está aún definido de forma irreversible.

El túnel tiene varias salidas posibles. En medio del recorrido se abren bifurcaciones y desvíos, que conducen a mundos poscrisis muy dispares. Dos grandes salidas antagónicas se dibujan. Una, a derecha, conduce al abismo social, a un verdadero agujero negro de los derechos. A una derrota histórica de las clases populares. Un mundo a medida del capital financiero. Distopía social para la mayoría, utopía perfecta para el 1% (un concepto de más significado simbólico que sociológico), mitad Mad Max, mitad Blade Runner. El túnel de la crisis acabaría siendo así un verdadero túnel del tiempo hacia atrás, que nos recrea a la vez el capitalismo salvaje decimonónico y la barbarie del siglo XX, mezclados con el descontrol global del presente milenio.

La otra salida, a izquierda, nos empuja hacia la apertura de procesos constituyentes a modo de ventanas mágicas, y llenas de sortilegios que conjugar, hacia la incierta posibilidad de otro orden social. Una salida quizá tan díficil de imaginar como necesaria, tan urgente como aparentemente inalcanzable, tan deseada como esquiva. A la vez, extrañamente distante y extrañamente próxima. Dentro del túnel se juega la partida. El futuro se conjuga en el presente. El de la crisis es un verdadero túnel de los horrores donde lo que quedaba lejos en la memoria y en la geografía acontece aquí y ahora. Asistimos a una auténtica batalla campal entre poder financiero y mayoría social. Un verdadero kickboxing social y político. Un kickboxing de clases sin cuartel que esconde el intento de una ínfima minoría de subyugar a la mayoria para defender sus privilegios, mientras ésta se defiende cual gato panza arriba, en una reacción tan desesperada como ilusionada, tan colérica como alegre, tan defensiva como disruptiva.

La crisis dispara amenazas y oportunidades. Lo peor y lo mejor son posibles. No da la pinta de que el combate se decida en los puntos, de que el partido vaya a acabar con una victoria a los penalties. Las sensaciones apuntan a goleada. ¿De quien? La correlación de fuerzas global es aplastantemente favorable al capital y el punto de partida de la remontada social empezó desde muy abajo, desde el fondo oscuro a donde nos llevaron décadas de derrotas, retrocesos y, porque no, de renuncias y capitulaciones.

El neoliberalismo austeritario acelerado es tan avasallador como profunda es su crisis de legitimidad galopante. Una paradójica situación no apta para cardíacos. Bajo el chantaje de la prima de riesgo, de la Troika y de sus amigos domésticos, hemos padecido una verdadera implosión de los mecanismos institucionales de representación política tradicional, un vaciado desde dentro de la democracia parlamentaria representativa. La crisis de la democracia y de la política han llevado aparejadas una involución autoritaria de la vida política y social. El poder cambia las reglas del juego a su antojo en plena partida a golpe de decreto para limitar la particpación política y el espacio de la protesta social. O simplemente incumple sus propias normas, siendo ilegal respecto a a sí mismo. El aumento de la represión ha sido, sin embargo, tanto una demostración de fuerza como de debilidad. El Matrix cotidiano se resquebrajó, una parte importante de los ciudadanos optaron por tomar la pastilla roja y es necesario recurrir a los agentes Smith para mantener el orden.

La situación permanece abierta, pero forzoso es reconocer que el marcador es muy favorable a la élite financiera. El sistema y el régimen político, a pesar de su crisis, poseen todavía margen de maniobra y de recuperación, y el vacío político y de legitimidad puede tanto llenarse por proyectos solidarios como por fuerzas y movimientos reaccionarios. Articular una mayoría social y transformarla en mayoría política aparece como el gran reto de fondo para quienes, tres años después del gran estallido indignado, se reconocen en el legado y el espíritu de aquellas mágicas jornadas de mayo y junio de 2011, en las que los minutos valieron por horas, las horas por días, y los días por semanas. Para ello toca un paciente pero apresurado trabajo de construcción de puentes de solidaridades en una sociedad fragmentada por muros de incomprensión y egoísmo, y de formación de confluencias para articular una mayoría plural.

Esta partida sólo admite un resultado tan ambicioso como imprescindible, tan atrevido como obvio, tan imposible como realista: ganar. Ello implica, como recordaba el recientemente fallecido Miguel Romero, editor de la revista Viento Sur, en una de sus últimas charlas, empezar por ser capaces de generar expectativas de cambios reales, y de difundir un "'sí se puede' en un sentido rupturista".

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