Otras miradas

Buenas prácticas

FJ Rebollero

Periodista

Acostumbrados a pensar que en el anonimato de las redes sociales tenemos una supuesta garantía, utilizamos las corralas del siglo XXI para volcar no sólo nuestras opiniones, en un ejercicio ético de la utilización de la libertad de expresión, sino también como el lugar común desde el que pagar nuestras frustraciones. Si hemos pasado de ser sujetos colectivos para ser individuales, el entorno digital nos ha ayudado a que podamos construir personajes con voz, voto y capacidad de actuación.

Todos y todas hemos sido capaces de reconocer el bulling en las aulas cuando éramos pequeños. Allí dónde existía una diferencia con lo normativo se generaba un conflicto de entendimiento que, en el mejor de los casos, se traducía en burlas e insultos continuados. Lo que no queda tan claro, en pleno crecimiento del universo de las nuevas sociedades digitales, es hasta dónde un padre o una madre es capaz de asimilar que lo que hace o sufre su menor es ciberacoso o, por el contrario, es aceptado como normalidad. En algunas ocasiones, admitimos como normales actitudes que copian los y las menores a través de las redes sociales por una razón muy simple: no son más que reacciones naturales ante lo que ven en su propio entorno. Un entorno, el nuestro, viciado de fakes news y falsas acusaciones, que condiciona el crecimiento dentro del desarrollo ético que ha de primar en las mentalidades de aquellas personas que, no dentro de mucho tiempo, llegarán a gobernar el mundo que mañana les dejaremos en herencia.

El verano es un buen momento para la reflexión. Para formarnos y entender qué ocurre con las nuevas tendencias, cada vez más sofisticadas, en el aprendizaje de cómo solventar una situación de acoso, ya no solo escolar, sino también en la edad adulta, que se van produciendo a través de Internet. Y es que la defensa, desde el respeto, de los valores que entendemos tienen que primar frente a cualquier totalitarismo que pueda hacer flaquear la fuerza de nuestra inteligencia colectiva, no debe ser un punto de ataque para quienes no entienden que la democracia, a parte de traernos la libertad de expresión, articulada en nuestra Constitución, nos ha dotado de los elementos necesarios como para entender que nuestra libertad termina cuando se pone en cuestión la libertad del otro.

La utilización de las redes sociales como producto y no como canal por parte de algunas de las fuerzas políticas más reaccionarias que aún se plantean la igualdad como un escollo y no como una realidad es, a todas luces, el ejercicio más mezquino ante el que nos podemos encontrar hoy día. Nos vendieron que el periodismo moría allá por el 2008, cuando una crisis azotó el modelo económico y social que, hasta ese momento, había sido tendencia entre aquellos países que se acogían al modelo capitalista más feroz. Entonces fueron muchas las personas que entendieron que la necesidad informativa eran las redes quienes tenían consigo el canal de comunicación desde el que habían trabajado tantos y tantas periodistas. Necesidades, lícitas y amparadas en la propia definición de la palabra democracia, que se han visto cubiertas de manera veloz gracias a la inmediatez de las redes sociales. En eso nos quedamos. Preferimos lo rápido que lo contrastado. Preferimos la copia al original; pero sobre esto ya teorizó hace muchos años Guy Debord.

El periodista busca, ante todo, defender la verdad. Tener en frente siempre al poder para ejercer su profesión de manera crítica. Somos críticos porque entendemos que la lucha jamás termina y que nuestra es la obligación de hacer llegar la información. Y es en esa búsqueda de la verdad y el reacondicionamiento de las condiciones laborales que ha sufrido el colectivo de los y las periodistas durante estos años donde encontramos la barrera que jamás debemos sobrepasar. Porque ejercer nuestro oficio es defender, en primer y último término, la libertad. En contraposición con nuestras intenciones, condenadas por quienes entienden la información como mera herramienta de captación de voluntades. Mentiras que se hacen llamar noticias y que, desde hace unos años, conocemos como fakes news.

Si defendemos las redes como un producto y no como un canal, debemos combatir el discurso de odio que se está produciendo día a día a través de las redes y que llevan, en casi todos los casos, aparejadas noticias que, de manera intencionada, pretenden señalar y acusar a quien entienden como una amenaza. La diversidad no es una amenaza, es una oportunidad. Básicamente eso.

Entendemos que el periodismo ha muerto; o, al menos, ha sido tocado de muerte. La gente ha comprado la idea de que la información ya no es un derecho porque los medios de comunicación han resuelto la crisis del 2007 con un viraje hacia la politización a través de sus redes sociales. Y no entendemos que la manipulación a través de la falsa información es un delito que atenta contra el mismo artículo de la Constitución desde el que se sustenta el derecho a la Libertad de Expresión.

En definitiva, en esta época en la que la información se basa en ciento cuarenta caracteres, somos tremendamente manipulables. Y es el buen periodismo quien puede acabar con la manipulación constante y diaria a la que estamos sometidos.

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