Otras miradas

Brexit-Ulster, ¿volverán los terroristas?

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Asistimos durante estos días a otra vuelta de tuerca en la saga interminable del Brexit, y la anunciada salida (sí o sí) del Reino Unido de la Unión Europea. Pase lo que pase, y como ha anunciado el inefable Boris Johnson, a partir del próximo 31 de octubre el estado británico no formará parte del continente político europeo.

manifestación contra la reinstauracion de fronteras entre Irlanda e Irlanda del Norte. AFP/Paul Faith
manifestación contra la reinstauracion de fronteras entre Irlanda e Irlanda del Norte. AFP/Paul Faith

Alude el título de la celebrada novela de Henry James a una última vuelta de tuerca o giro argumental como recurso interpretativo de las acciones humanas. En el caso que nos ocupa, es como si el primer ministro británico ofreciese una postrera tabla de salvación para un acuerdo de ‘salida’ que evitase un futuro incierto tanto para el RU como la UE. En sus visitas a Berlín y París, Johnson ha propuesto la eliminación del asunto del backstop, o salvaguarda para evitar una frontera "dura" entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, y soslayar un divorcio sin convenio de regulación y abierto a potenciales hostilidades mutuas. El Reino Unido completaría un adiós flemático previo al fortalecimiento de su alianza global con EEUU en el relanzamiento del capitalismo neoliberal anglosajón a escala global.

Los británicos presumen de ser unos eficaces negociadores y de flirtear, a su conveniencia, con el bitter end (final amargo) para apabullar a la otra parte contratante. Es lo que en el mundo formalista de la teoría de juegos de las ciencias sociales se conoce como el "juego de la gallina". Se trata de una estrategia para obtener concesiones de la otra parte negociadora retrasando el posible acuerdo hasta el final del período establecido. Si te rajas, te rajan. Alternativamente, el desacuerdo y el eventual enfrentamiento son inevitables.

Algún lector puede pensar que el asunto del backstop es simplemente un pretexto para salvar la cara del dislate propiciado por el gobierno conservador británico. Puede que así fuera, pero resulta que el asunto es lo suficientemente importante en sí mismo para evitar lo que pudiera ser una vuelta a los treinta años de The Troubles (Problemas) que dejaron un saldo de 3.600 muertos en un perverso y devastador período de conflicto etno-religioso y político (protestantes y unionistas frente a católicos y republicanos). En realidad, Irlanda del Norte no es sinónimo de Ulster. Recuérdese que está compuesta por 6 condados de los 9 que formaban parte de Ulster, uno de los cuatro reinos históricos de Irlanda (Ulster, Leinster, Munster y Conaught).

El esfuerzo conciliador que supuso el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 (Good Friday Agreement) fue un hito para lograr la paz frente a un porvenir de destrucción que parecía encallado irremisiblemente. Todos los partidos importantes de ambas facciones religiosas y políticas, a excepción del DUP (Democratic Unionist Party) que ahora presta sus preciosos votos en Westminster al gobierno minoritario de Johnson, prestaron su apoyo al cese de la lucha armada. Pero los terroristas del IRA (Provos, principalmente) y los lealistas paramilitares (UVF, UDA/UFF, ‘luchadores por la libertad’ en el protestante norirlandés) no desaparecieron de la noche a la mañana.

En 2015, la Secretaria de Estado para Irlanda del Norte, Theresa Villiers, miembro del gobierno de la conservadora Theresa May, endosó un informe sobre la actividad paramilitar preparado por el Servicio de Policía de Irlanda del Norte (antiguo Royal Ulster Constabulary) para los servicios de inteligencia británicos. En dicho informe se aseveraba que todos los grupos paramilitares operativos durante The Troubles lo seguían siendo y estaban preparados para reemprender su violencia política si así lo decidían.

Alrededor de un 48% de los norirlandeses se declaran protestantes en contraposición a un 45% de aquellos que manifiestan católicos. Pero en el referéndum del Brexit del 2016, el 56% de todos los votantes (fuesen católicos o protestantes) votaron por la permanencia del RU en la UE. Según las afinidades políticas, un 88% de los que declaraban nacionalistas (republicanos que aspiran a la unificación de Irlanda) votaron a favor de permanecer en la UE, frente al 34% de los unionistas. Significativamente el 70% de norirlandeses que no se manifestaron ni nacionalistas ni unionistas, votaron ‘si’ a la UE.

Pocos dudan que la situación pudiera volverse muy delicada si se restablece una frontera "dura" en la isla Esmeralda. Sin embargo el deseo de mantener la paz y el gobierno consociacional tienen sus límites en una realidad sociológica altamente polarizada. Considérese que la gran mayoría de los vecindarios residenciales en Irlanda del Norte están circunscritos y delimitados por la religión. Más del 90% de los niños norirlandeses continúan segregados en escuelas de acuerdo a su credo religioso.

La situación que provocaría un Brexit salvaje hace temer una vuelta a una confrontación descorazonadora en Irlanda del Norte. La ensoñación neoimperial británica por abandonar la Unión Europea y alinearse cual solícito escudero a las tesis agresivas de la anglobalización apadrinada por Trump, pueden hacer descabalgar un acuerdo modélico en generosidad, pragmatismo y esperanza para el futuro político de Irlanda del Norte y Gran Bretaña como sigue siendo el Good Friday Agreement.

Confiemos que a Macron, Merkel y demás dirigentes de los países europeos, no les entre la flojera de echarse para atrás en este insano "juego de la gallina" del Brexit salvaje. Quién sabe si, en el entretiempo, los europeístas británicos consigan retomar su capacidad de influencia política.

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