Otras miradas

El rapto del estilo de vida europeo

Ana Miranda

Portavoz BNG Europa

Silvio Falcón

Profesor asociado Universitat de Barcelona

El equipo de la presidenta electa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hizo público la pasada semana el organigrama –con los nombres de los responsables asignados- y la distribución de competencias del futuro ejecutivo europeo. Como saben, cada Estado de la UE tiene un comisario o comisaria –aunque los Tratados no obliguen a ello- y, por tanto, ese organigrama habla de pesos y contrapesos entre los países europeos. Además, la organización competencial de la Comisión marca prioridades y dibuja el perfil ideológico del futuro colegio de comisarios y comisarias.

Podríamos pensar que, en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mes de mayo, la Unión Europea viró a la izquierda. El gran resultado de las fuerzas integradas en el Grupo Verdes/ALE, con 74 parlamentarios, unida al debilitamiento de socialistas y populares, podría ser un incentivo para construir una Comisión Europea centrada en asuntos sociales y verdes. Alinear las prioridades del Parlamento y de la Comisión en materias como la emergencia climática es una responsabilidad de primer orden.

En este sentido, parece que von der Leyen ha cogido el guante, designando a Frans Timmermans como candidato a vicepresidente, a cargo del European Green Deal. Como siempre que se trata de estos asuntos, habrá que ver en qué medidas concretas se traduce esta apuesta, después de haber anunciado en su discurso de investidura la presentación de la primera Ley Europea sobre el Clima, un plan de inversiones sostenibles para Europa y la reconversión de una parte del Banco Europeo de Inversiones en un Banco Climático.

Del portfolio presentado, ha destacado –por lo desacertado y lo polémico del asunto- la cartera del candidato a comisario griego, Margaritis Schinas: Protecting our European Way of Life. Un Comisario encargado de proteger el estilo de vida europeo podría responsabilizarse de la agenda de desarrollo sostenible o de la agenda social de la Unión. En cambio, Schinas estaría a cargo de la política de asilo, migración y de seguridad de la UE. Toda una muestra –tal vez involuntaria- del perfil conservador del colegio de comisarios y de la permeabilidad de las ideas que siembra la ultraderecha en el debate público europeo. ¿Amenazan las migraciones el estilo de vida europeo? Desde luego que no, a menos que este estilo de vida se defina ligado a los valores del cristianismo, y otras lindezas que harían las delicias de Viktor Orban o de los gobernantes polacos.

Además, la persona escogida para comandar esa polémica cartera ha sido el griego Margaritis Schinas. Un eurócrata instalado en la polémica y protector a capa y espada del status quo. Triste fue su rol durante la crisis catalana, despejando desde la sala de prensa de la Comisión cualquier posicionamiento de la Unión al lado de la democracia y los derechos de la ciudadanía. Seguramente Schinas hará un buen tándem con Josep Borrell, de quien recientemente se ha sabido que estaría "dispuesto a renunciar" a sus acciones en Bayer, Iberdrola y el BBVA para poder tomar posesión como nuevo Mr. PESC. Curiosamente, nadie le exigió renunciar a estos títulos –aludiendo incompatibilidades- durante su mandato como Ministro de Exteriores.

Pero, ¿está en peligro el estilo de vida europeo? Puede ser que esté amenazado, sobre todo teniendo en cuenta la deriva ideológica vivida en Europa en los últimos años. Nos referimos, en concreto, al abandono paulatino de los principios de protección social que fundamentan la Unión Europea y a sus Estados miembros.

Hay múltiples ejemplos. La Constitución española afirma que el Estado español es un Estado social –antes de proclamar el principio democrático o definirlo como Estado de derecho-. El texto constitucional portugués define a Portugal como una República soberana basada en la dignidad de la persona y en la voluntad popular, que reconoce el derecho de autodeterminación de los pueblos y persigue su "transformación en una sociedad sin clases". La Constitución italiana habla de Italia como una República fundada en el trabajo y que exige el cumplimiento de "los deberes inderogables de solidaridad política, económica y social". El preámbulo de la Constitución francesa proclama la adhesión del pueblo francés a los derechos humanos, así como define a su República como "laica, democrática y social". Incluso el Tratado de la UE afirma, en su artículo 3, que la Unión combatirá la exclusión social y la discriminación, así como fomentará la cohesión económica, social y territorial.

Europa no ha conseguido combatir sus principales brechas en materia social. Cabe tener en cuenta que avanzamos hacia un incipiente estancamiento económico –la previsión de crecimiento para este 2019 en el conjunto de la Unión Europea es de un 1,2%, cuando en 2018 el PIB de la UE creció un 1,9%-. Además, el PIB de la eurozona creció en 2018 a su ritmo más lento desde el año 2014. Este contexto de crecimiento moderado no nos debe llevar a equívocos: Europa no ha hecho los deberes.

Según datos de Eurostat de este año 2019, Grecia sigue teniendo un 39,6% de paro juvenil, por un 33,8 del Estado español o un 30,3% de Italia. Teniendo en cuenta que la tasa de paro media en el conjunto de la UE es de un 6,3%, es impactante observar que tan solo un país de la UE28 (Alemania) tiene una tasa media inferior (5,3%) de desempleo juvenil. ¿Qué amenaza mayor para el estilo de vida europeo que unas instituciones que no consiguen garantizar un futuro mejor para sus ciudadanos y ciudadanas?

El dato es contundente: un total de 112,8 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión social en la Unión Europea, según datos de Eurostat (2017). En el caso del Estado español, estaríamos hablando de un 26,6% de la población total.

La nueva Comisión Europea debe asumir como propio el reto climático y social y centrar sus esfuerzos a abandonar lecturas ideológicas maniqueas, más propias de la ultraderecha. La verdadera amenaza para el modo de vida europeo consiste en dar la espalda al Estado del bienestar, dejando en manos del mercado el futuro de nuestros jóvenes y la calidad de vida de nuestra gente.

Debemos evitar, como ciudadanía activa y movilizada, que la ultraderecha rapte el significado verdadero del estilo de vida europeo. Los europeos y europeas debemos pensar en clave de futuro y con un marcado carácter social si queremos conseguir que haya futuro en nuestro Planeta, que los jóvenes tengan trabajo y futuro y que los trabajadores puedan tener una vida digna. ¿Estará la futura Comisión Europea preparada para combatir semejante reto?

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