Otras miradas

Una momia infestada de chinches

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

José Ángel Hidalgo

Escudo franquista de España, con el yugo y las flechas de la alange, en el Valle de los Caídos. REUTERS/Sergio Perez
Escudo franquista de España, con el yugo y las flechas de la alange, en el Valle de los Caídos. REUTERS/Sergio Perez

¿Las últimas declaraciones de Díaz Ayuso están dictadas por sus remilgos o son más bien el fruto de su pavor? ¿Son manifestación de asco más que de espanto, o quizás sea al revés? A la presidenta madrileña le inquieta la memoria histórica, y declara que le produce aprensión la sola idea de que se exhume la momia de Cuelgamuros.

¡Las iglesias volverán a arder!, exclamó ayer mientras se rascaba las picaduras que le producen esas odiosas chinches ideológicas que molestan a los buenos españoles como ella cada vez que algo les recuerda, ya metidos en la cama, aquellos cuarenta años de crimen y ruindad.

Pienso yo que si esto de la memoria histórica consistiera tan solo en dar sepultura debida a los restos desperdigados en las cunetas, o de dignificar calles arrebatándoles el recuerdo de las malas bestias que ahora las ensucian, podríamos ahora encontrarnos ante el debate de si las chinches que pican a Ayuso le producen más asco que pavor, o si es más bien al revés.

En mi autorizada opinión de entomólogo licenciado por la Universidad de Murcia en Historia (brutal) de los Insectos, esas chinches lo que les provocan es mayormente miedo.

Y no miedo a que alguien se dedique a quemar iglesias como afirma con perfidia nuestra brujita mala. A lo que la derecha tiene miedo (absolutamente irracional) es a que al removerse la tumba de Cuelgamuros, todo se venga abajo. Y todo es todo.

Es un miedo cerval, casi atávico, que Díaz Ayuso manifiesta sin vergüenza ni pudor alguno y con ello se delata). Es un miedo del que solo son dueños los que por el motivo que sea (ellos sabrán) se ven en la necesidad de defender cuarenta años de sórdida maldad. Ese sinvivir, esa inquietud por si el pasado regresa y se recrea en sus más crudos términos (y con ello la culpa aún palpitante de los que mataron y robaron a manos llenas) lo hemos visto muchas veces retratado en las grandes películas que nos fascinan con las idas y venidas del capo de la mafia y sus entretenidos herederos: es el silencio que se impone con el olvido el mejor cómplice de la masacre.

Hay que darle por lo tanto toda la razón al juez Yusty cuando apunta en su auto contra la exhumación que los restos del tirano pueden contener un mágico resorte que, al remover la clave de bóveda de la cripta, provocaría el hundimiento de la estructura... con serio peligro para la integridad de los operarios, claro.

En realidad Yusty, un genio del lenguaje en cifra, usó zumo de limón en el famoso auto: me cuentan fuentes tan próximas como desautorizadas que acercando al texto la llama de una vela, surte a la vista lo que hay escrito entre líneas; así, el magistrado nos advierte con alfabeto cítrico que no es a que se vaya a venir abajo la asquerosidad de mausoleo que es el conjunto del Valle: es una bóveda mucho mayor que la de Cuelgamuros la que se va a hundir, nos refiere este juez, tan picado o más que Ayuso por las odiosas chinches: su anuncio apocalíptico (con sabor a limonada) es que la momia tiene la portentosa facultad de hacer que se venga abajo el firmamento que cubre por entero España, tal y como temen los galos que les suceda en las estupendas historietas de Astérix.

Para Yusty, España no es más que un tinglado funerario en serio peligro de derrumbe... si es profanado el Valle, vaya por dios.

¡Pero esta Ayuso, y este Yusty son unos exagerados! ¡Nada se va a venir abajo, hombre, y ninguna iglesia arderá!

Hay que entender que el tamaño del miedo de todos aquellos que tienen sus lechos infestados de chinches, como muy bien saben los facinerosos, solo es comparable al tamaño de los crímenes que, ellos sabrán por qué, se empeñan desde hace décadas en callar o justificar.

Por eso clama Ayuso que van a pegarle fuego a los templos como en 1936, cuando en  realidad, pienso yo, su miedo es a que una horda de rojos vayan a exigir que les sean devueltos sus bienes expoliados, las viñas, cátedras, grados militares, casas, empresas eléctricas, judicaturas, hasta kioskos, y expendedurías de tabaco y lotería

¡Y como la presidenta hay multitud que hoy están como locos por el escozor de las picaduras! ¡No hay quien las aguante! Pero que no teman nada, que se echen pomada para calmar el prurito, tranquilos, que nada va a cambiar, ¿o es que no saben que a día de hoy puede atropellarse con impunidad judicial a un guardia civil como quien pasa con el coche por encima de un gato? Y es que España habrá dejado de ser un cuartel, y no es desde luego un tinglado fúnebre e inamovible como desearía el juez Yusty, pero en algunos aspectos significativos sigue siendo un país de orden, no me dirán que no.

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