Otras miradas

Los apellidos árabes que desprecia Vox

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Anouar Boukharsa es un campeón marroquí de taekwondo. El pasado 24 de octubre publicó un vídeo en el que muestra como desde una patera tira una medalla al mar. Según dice, "se sentía oprimido", y su "carrera deportiva no tiene ningún valor". Buscaba las costas de nuestro país.  Lo que debería ser un honor para todos, es un escarnio para los partidos de extrema derecha y sus seguidores.

Es probable que el campeón encuentre una sociedad abierta y hospitalaria, pero también hallará rechazo fuera y dentro de las instituciones, al menos donde Vox está presente.

Definir a los otros por el origen de su apellido, religión o etnia, tal y como hizo Abascal el pasado 29 de octubre, es ruin. El líder de las mesnadas de Vox hizo pública una lista en la que humillaba a los magrebíes beneficiados de las ayudas del Estado. Transformó a los necesitados en criminales. Carece de honor quien hace algo así.

Abascal manifestó su enfermedad y la de sus votantes. Como era de esperar, muchos son patronímicos amazigh o árabes. Buscaba el jaleo de la multitud y el escándalo en Twitter. Y lo consiguió.

No está bien ensañarse con la indefensión de los desfavorecidos, aunque tampoco es correcto victimizar a los extranjeros por su origen de procedencia. Resulta que millones de magrebíes trabajan en sus países, consumen a buen ritmo, y en consecuencia sube el PIB por encima del 3%. Pero la enorme diferencia per cápita entre España y Marruecos ahonda en este abismo, en un mundo donde el respeto viene por lo que tienes.

Ahora que sabemos que muchos extranjeros desean consumir nuestra riqueza...¿Por qué no cita a los que no consiguen un alquiler, un trabajo, o el más mínimo reconocimiento en sus espacios sociales?. Porque son cientos de miles de jóvenes los que sufren en ambientes de escasez. Sus familias en muchos casos proceden del Rif, una región abandonada y despreciada por el majzén hasta hace pocos años.

Miles de sus votantes identifican al marroquí con un musulmán, combinación que resulta "letal" para quien los ven como enemigos históricos Consideran también que les hurtan el trabajo, cuando en realidad toman lo que los otros rechazan. Miles de empleadas del hogar, en residencias, o en las obras, calzan apellidos magrebíes.

Abascal imagina un nuevo protectorado en el Rif, donde los indígenas se dedican al servicio doméstico. Ese es su lugar natural, y no aquí, sorbiendo fabulosas ayudas que les permiten vivir sin trabajar.

Que lea las listas sobre los miles de extranjeros a los que se les niega un trabajo, por mínimo que sea, por llamarse Sliman o Seifian. En realidad, los de Vox cuestionan políticas centrales del Estado y la UE. Obvia que las que acuden a nuestro solar patrio asumen que sus hijos adoptarán otra cultura, y están destinados a perder un idioma y una religión de Estado.

Vox se ha metido en un juego muy peligroso, porque el odio al musulmán/magrebí duerme como una serpiente en oscuras profundidades. Todos los componentes parecen alineados para un conflicto permanente en un bucle angustioso: una comunidad mediatizada por su país de procedencia, hijos con un elevado índice de fracaso escolar, una marginación brutal en el mercado laboral, y la aparición de la extrema derecha que ve en "este cuerpo extraño" motivos para medrar.

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