Otras miradas

Cómo lograr que el turismo siga siendo un motor económico… sin calentar el planeta

Fernando García Caro

Profesor Asociado de Gestión de Transportes Turísticos, Universidad Complutense de Madrid

Jorge Rafael González Teodoro

Doctorando en el departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de la Universidad de Extremadura, Universidad de Extremadura

Shutterstock/06Photo
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Gracias a la llegada de 82,8 millones de turistas extranjeros, 2018 fue otro año récord para España. Estos gastaron unos 90 000 millones de euros, lo que confirma la solidez del sector turístico español y su situación de privilegio a nivel mundial.

Por otra parte, los residentes en España realizaron en 2018 unos 200 millones de desplazamiento por ocio. El 90 % de estos no traspasó las fronteras nacionales.

Todos los datos anteriores pueden verse en las encuestas y estadísticas que elabora el INE, que también indican que la contribución al PIB del sector en 2018 se aproximó al 12 % y su aportación al empleo fue un punto porcentual superior.

El sector turístico ha recuperado la primera posición en las cifras de producción anual de bienes y servicios de nuestro país.

¿Y qué pasa con las emisiones GEI?

El resumen anterior dibuja la situación venturosa del turismo en España, pero esta actividad humana requiere desplazamientos y es intensiva en transporte. Esto nos introduce en otro plano de la realidad del turismo, pues el transporte es el sector con más peso en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de nuestro país.

Según el avance de cifras para 2018 del Ministerio para la Transición Ecológica, el transporte contabiliza el 27 % del total del inventario de emisiones de GEI. Este porcentaje recoge la totalidad de las emisiones derivadas del transporte, tanto de mercancías como de personas, en cualquiera de sus medios y cualquiera que sea el propósito del desplazamiento.

Turismo y emisiones

Centremos la cuestión en las emisiones de la actividad turística.

Cuando las Naciones Unidas declararon 2017 Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo se proporcionaron las siguientes estimaciones del impacto del turismo en las emisiones globales: 5 %. Este porcentaje se descompondría en el 4 % generado por el transporte turístico y el 1 % por el sector de alojamiento. Dentro del transporte casi tres cuartas partes de su impacto se concentrarían en el medio aéreo (40 %) y en los viajes en automóvil (32 %). Unos pesos y proporciones que ya conocía la Organización Mundial del Turismo desde la década anterior.

Fue en 2018 cuando un trabajo de la Universidad de Sidney publicado en Nature Climate Change agitó el escenario, bastante complaciente, desde el que se observaba la contribución del turismo a la emisión global de GEI. Con una nueva metodología que investigaba lo que sucedía en áreas hasta entonces no tenidas en cuenta, como las cadenas de suministros de los bienes y servicios que consumen los turistas, el nuevo impacto global en las emisiones de GEI del turismo se situaba en el 8 %.

También resultaba preocupante que el trabajo se refiriese a datos del periodo 2009 a 2013, que mostraban un crecimiento del 15 % en las emisiones.

Los elevados ritmos de crecimiento son un dato distintivo de las magnitudes asociadas al turismo. Un grupo de investigación de la Universidad de Castilla-La Mancha, trabajando con datos de 2007, estimó en el 10,6 % el impacto de la actividad turística en las emisiones globales de GEI en nuestro país. El reparto era bastante equitativo entre el turismo que viene del extranjero y el que realizan los residentes en España, tanto doméstico como emisor.

Dejando a un lado las diferencias metodológicas, el 5 % de la Organización Mundial del Turismo como cifra de referencia de la contribución del turismo a las emisiones contaminantes se quedaba muy corto en el caso de un país como España, intensivo en turismo. Incluso el 10,6 % indicado puede ser una cifra poco representativa, pues se producía en un país que en 2007 recibía 60 millones de turistas, lejos de los 83 millones de 2018.

El 80% de los turistas usa el avión

En resumen, la actividad turística se situaría en el grupo de cabeza de las actividades emisoras de GEI a nivel planetario. Esto tiene un especial significado para nuestro país, cuya economía depende mucho del turismo. A esto se añadiría que nuestros visitantes usan de modo intensivo el avión, medio escogido por el 80 % de los millones de turistas que recibimos y que, a su vez, es el medio de transporte que produce una mayor emisión de GEI por pasajero y kilómetro transportado.

Pese a los múltiples retos y dificultades que deben superarse, la mayoría de los países del planeta ha suscrito el Acuerdo de París de 2015 que, entre otros compromisos, requiere a los países firmantes reducir en un 40 % el nivel de emisiones de GEI respecto al de 1990. Además, los objetivos del milenio (ODS) son un estándar en las políticas internacionales para llegar a un desarrollo sostenible y equitativo.

En este contexto, los gobiernos no solo necesitan honrar los compromisos suscritos, sino también responder a una demanda ciudadana progresivamente más beligerante contra el calentamiento del planeta. Esto ha producido una larga lista de actuaciones de mejora, muchas de ellas ya puestas en práctica.

Las mayores dificultades para el logro de este objetivo irrenunciable se observan en el transporte. Las estadísticas de la Agencia Europea del Medio Ambiento muestran que es el único sector cuyas emisiones han aumentado en la UE en relación con 1990.

¿Cómo solucionarlo?

Con un propósito sumamente simplificador, se comentan dos grupos de soluciones para el transporte con muy diferentes efectos sobre el turismo:

Soluciones tecnológicas
Están centradas en el cambio de los combustibles y sistemas de propulsión. En el transporte terrestre por carretera los motores eléctricos y de hidrógeno anticipan buenas expectativas de eliminación de combustibles fósiles. La sustitución de estos últimos por biocombustibles es un asunto delicado por el riesgo de deforestación. En cambio, en el transporte aéreo, los aviones eléctricos son todavía prototipos.
No deben olvidarse otras audaces soluciones tecnológicas como el hyperloop, que conjugaría la velocidad del avión y las emisiones de los trenes eléctricos, pero no resolvería las barreras de agua y seguramente no se adapte bien a los tráficos requeridos por el transporte turístico.

Soluciones de conciencia
Estas incluirían los impuestos. Por ejemplo, para eliminar la asimetría en el trato del queroseno para aviación, que no paga impuestos especiales ni IVA en recorridos domésticos o intracomunitarios, cosa que sí hace la gasolina. También la reducción del uso del avión, que podría sustituirse por el tren para distancias de hasta 800 km en las que no se interpongan barreras de agua.
Es evidente que estas medidas reducirían el número de desplazamientos por avión y tendrían un impacto negativo sobre el turismo, por lo que encuentran un gran rechazo entre los agentes de un sector económico al que nuestra economía resulta especialmente sensible.

Parece también evidente que el calentamiento global supone un riesgo estratégico de enorme envergadura para la industria turística pues, junto a otros problemas, habría comenzado a afectar a los viajes por avión de los que esta industria depende intensamente.

¿Hay alguna luz al final del túnel?

Los indicios apuntan a esperanzadores avances en el campo de la energía de fusión en el mundo de la aviación. Un motor de fusión compacta fue presentado en 2013 y, recientemente, la US Navy ha patentado un motor de fusión sin necesidad de bobinas superconductoras. Es obvio que debe recorrerse todavía un camino para la construcción de prototipos, su validación y comercialización, pero se alcanza a ver luz al final del túnel, la misma luz que nos llega de las estrellas.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

The Conversation

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