Otras miradas

Costa-Gavras y los destinos de Europa

Roberto R. Aramayo

Profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía IFS-CSIC

Detalle del cartel de ‘Adults in the room’, de Costa-Gavras (2019). Wanda Films
Detalle del cartel de ‘Adults in the room’, de Costa-Gavras (2019). Wanda Films

El último Zinemaldia entregó un merecido premio Donostia a Costa-Gavras por toda su carrera y con ese motivo se proyectó su último film: Adults in the room, que se ha traducido al castellano por Comportarse como adultos.

En ella se nos recuerda la tragedia social vivida recientemente por el pueblo griego, cuando le tocó pagar la factura contraída por otros, por culpa de los desmanes de una clase política que no dudó en falsear balances para esquilmar su patrimonio colectivo y tras el dictamen de unos mandatarios europeos que necesitaban imponer una severa sanción para que no se cuestionaran sus inapelables directrices macroeconómicas.

Un cine políticamente comprometido

El cine de Costa-Gavras continúa mostrando su acendrado compromiso político, tal como testimonian tantas otras películas anteriores como Z o Desaparecido. Es llamativo que sean dos octogenarios quienes consagran su cine a la denuncia social, porque sólo el británico Ken Loach sigue cultivando de modo sistemático ese género cinematográfico junto a Gavras entre los cineastas europeos.

En sus últimas películas Loach nos relata cómo se va degradando el sistema social inglés y las condiciones laborales de los trabajadores. Por su parte, a Gavras nunca le ha temblado el pulso para criticar las perversiones de la política. En la citada Desaparecido nos brindó la historia de un ciudadano estadounidense que descubría cómo el golpe militar chileno dado por Pinochet había segado la vida de su hijo.

Varoufakis, el economista "filósofo"

La ultima película de Gavras se basa en un libro homónimo de Yanis Varoufakis, ministro de economía griego en la época mencionada, que acabó dimitiendo al ver cómo se ignoraban sus propuestas para luchar de un modo humanitario contra la crisis económica.

Su planteamiento era sencillo. De poco servía recibir préstamos que únicamente valían para pagar los intereses de una creciente deuda si no se podía reactivar la economía y fomentar el consumo paralizado por la receta de una creciente austeridad.

Varoufakis resulta ser un economista muy atípico. Para él, la economía no es una ciencia exacta, ni mucho menos una meta que ha de modelar nuestra vida, sino un instrumento al servicio de unas u otras prioridades políticas. No hay recetas infalibles en este ámbito, donde contra lo que suele parecer hay margen para distintas opciones, puesto que cabe poner por delante unos u otros intereses.

¿Qué es la Unión Europea?

Esta película nos hace pensar en los orígenes de la Unión Europea y sus posibles devenires. Tras haberse asomado en el siglo XX al insondable abismo de dos terribles guerras mundiales y verse abducida por el agujero negro de un fascismo que llevó la barbarie hasta cotas insospechadas, a Europa le interesaría mucho repasar su historia y fomentar los valores que comparten sus ciudadanos.

La rica y plural cultura europea es lo que debería vertebrar políticamente a la Unión, en lugar de ceñirse a determinados intereses económicos que más bien tienden a desagregar y hacer cundir el desafecto hacia esos valores compartidos.

Parece triunfar lo que se ha dado en llamar "la Europa de los mercaderes", heredera en definitiva de Comunidad Económica del Carbón y del Acero. Esta se forjó al crearse la República Federal de Alemania tras emitirse su papel móneda en EE.UU., dentro del contexto de la Guerra Fría y el Plan Marshall.

Venía muy bien conceder crédito a ciertos países europeos para que pudieran adquirir las exportaciones norteamericanas y expandir un consumismo que alejase las tentaciones del siempre diferido paraíso comunista. España quedó excluida de tal ayuda económica, como nos recuerdan las fantasías consumistas de quienes protagonizaban la película Bienvenido Mr. Marshall.

El patrimonio cultural europeo

Mientras los recortes impuestos por las políticas monetarias nos dividen, el patrimonio cultural que compartimos nos hace sentirnos orgullosos de ser ciudadanos europeos, ya que nuestro imaginario colectivo se ve cincelado por literatos, poetas y dramaturgos como Cervantes, Dante, Goethe, Diderot y Shakespeare o filósofos como Maquiavelo, Hume, Rousseau, Kant y Unamuno.

Siguiendo el modelo del cosmopolitismo enarbolado por la Ilustración europea, deberíamos considerarnos ciudadanos del mundo precisamente por ser europeos y eso nos haría mostrarnos más hospitalarios con quienes deben emigrar por motivos bélicos, climáticos o económicos.

En cambio, el fenómeno de la globalización difumina las particularidades y lo uniformiza todo por doquier, aun cuando al mismo tiempo y paradójicamente alimenta el fenómeno contrario de una manera exacerbada, restaurando el decimonónico auge de los nacionalismos y las más variopintas independencias.

Autonomía, interdependencia y solidaridad

Esto no tiene mayor sentido en pleno siglo XXI, dado que nuestra época se ve presidida por una inexorable interdependencia, como se subraya en el volumen colectivo titulado justamente así: Interdependencia: del bienestar a la dignidad.

Otra cosa es la independencia fundamental señalada por autores tales como Kant y Rousseau, una independencia que se cifra en la emancipación de toda tutela y cualquier tipo de servidumbre para poder decidir de modo autónomo.

Uno debe ser autónomo e independiente para ser libre, sin depender de voluntades ajenas ni paternalismo alguno, reconociendo al mismo tiempo que como sujeto colectivo somos absolutamente interdependientes.

La Teoría de juegos nos ha demostrado que para resolver los conflictos resulta imprescindible ponderar la interacción con las partes implicadas.

El célebre dilema del prisionero muestra las nefastas consecuencias que conlleva la falta de cooperación y cómo esta quebranta el interés mutuo, es decir, cómo resultan mucho más beneficiosas las estrategias cooperativas y que la solidaridad se muestra infinitamente más rentable para los miembros de cualquier colectivo.

El precio de las cosas y la dignidad de las personas

En esta dirección apunta la película de Gravras, Comportarse como adultos. El destino de Europa está en juego, una vez más. Y nos jugamos mucho en este otro falso dilema del que ahora mismo nos vemos prisioneros: apostar por el primado de la cultura o por el de la economía, como si fueran cosas antagónicas e incompatibles.

Y no lo son en absoluto, porque somos cultura, como bien señala Cassirer al definirnos como un animal simbólico que ha tejido su propia telaraña de redes culturales a través del mito, las religiones, el arte, los avances científicos o la filosofía. En este orden de cosas, la economía sólo debería ser un mero medio a nuestro servicio y no viceversa.

El Kant de la Fundamentación distingue entre personas y cosas, porque todo puede tener un precio, esto es, un valor de intercambio, salvo lo que por su dignidad no debe ser tratado como jamás un simple medio instrumental y no cabe asignarle un valor de mercado:

"En el lugar de lo que tiene un precio puede colocarse algo equivalente, pero lo que se halla por encima de todo precio y no se presta a ninguna equivalencia posee una dignidad".

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

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