Otras miradas

Íberos marrones y ‘WASP’ norteamericanos

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

(c) CC0/Unsplash
(c) CC0/Unsplash

"Guide on a ship on the first Columbus trip (Pedro Alonzo Nino) was a brown man... Farm workers rights were lifted to new heights (Caesar Chavez) by a brown man..." (‘Black man’, Songs in the key of life, Stevie Wonder, 1976).
"El guía piloto de la nave (Santa María) en el primer viaje de Colón a América fue un hombre marrón (Pedro Alonso Niño)... Los derechos civiles de los campesinos alcanzaron un amplio reconocimiento (en California y Florida, por ejemplo) con un hombre marrón (César Chávez)"

Resultaba que Antonio Banderas era el único candidato de ‘color’ al premio Oscar a la mejor interpretación protagonista masculina de este año. Las populares revistas Vanity Fair y Deadline se dieron cuenta de su despiste y rectificaron de manera inmediata. Antes de sus disculpas, sin embargo, la primera de las citadas revistas había precisado que, "... los españoles no son técnicamente considerados personas de color".

La anécdota refleja un enfoque antropológico de colores entre razas y etnias. Ello se visualiza en el galimatías de las diversas categorías a elección de los ciudadanos estadounidenses a la hora de formalizar periódicamente el censo poblacional. Así, por ejemplo, la categoría de raza blanca contiene la subdivisión entre blancos no hispanos y blancos hispanos. O en la categoría, ‘Negro o afroamericano’, se diferencia entre ‘negros no hispanos’ y ‘negros hispanos’.

Es bien sabida la predilección por la distinción cromática de las razas y/o etnias tan del gusto de una cierta cultura anglosajona. Durante el período imperial español, los colonizadores de la península ibérica indujeron un alto grado de mestizaje con las comunidades nativas originarias del continente americano. Así ocurrió, al menos, con el 5% de la población indígena que se calcula sobrevivió a las enfermedades que portaron los conquistadores ibéricos. No fue ese el caso de los descendientes de los primeros colonos y peregrinos anglosajones que arribaron en el Mayflower a la costa este estadounidense en 1620. Durante los dos siglos siguientes del Go West, o conquista del Oeste norteamericano, los colonos se cuidaron muy mucho de evitar ‘mezclarse’ con los rojos indios de Norteamérica. Más bien los aniquilaron como han glorificado numerosas películas de Hollywood.

Sucede que en la canción del cantante y compositor afroamericano, Stevie Wonder, ‘Black man’, algunos de cuyos versos se reproducen al inicio de este artículo, la insistencia machacona es sobre los colores de las personas: black, brown, red, white, yellow (negro, marrón, rojo, blanco, amarillo). El color de las razas es la referencia primaria al mencionar los hitos conseguidos por una serie de prohombres, entre los que se incluye al íbero marrón, Pedro Alonso Niño. El propio Stevie Wonder, un preclaro representante ‘negro’ de la música pop contemporánea, reproduce un discurso en la sociedad estadounidense que agrupa a las personas según el color de su piel.

Mucho se ha hablado del melting pot estadounidense, el cual sería resultado de una asimilación de los grupos de inmigrantes en una identidad nacional y una ciudadanía estatal común. Tras un proceso de hibridación social, los distintos grupos étnicos se habrían disuelto en un nuevo compuesto social y cultural. La expresión inglesa hace referencia una caldera donde se funden metales diversos y de distinta procedencia para producir una nueva aleación. El caso paradigmático de melting pot sería el de Estados Unidos de Norteamérica. El último devenir social en el país norteamericano ha falsado tales proyecciones.

Ya en los años sesenta, los científicos sociales Nathan Glazer y Daniel P. Moynihan cuestionaron el concepto de melting pot, el cual reflejaba una visión del grupo hegemónico blanco, anglosajón y protestante (WASP, White-Anglo-Saxon-Protestant). En su estudio de la ciudad de Nueva York dichos autores concluyeron que las diferencias entre los grupos étnicos de irlandeses, italianos, judíos, negros y puertorriqueños eran mayores que sus similitudes como conjuntos de ciudadanos estadounidenses. En realidad se constituían como grupos de presión (interest groups) en pugna con otros colectivos raciales y étnicos por preservar y mejorar sus intereses y posiciones en la sociedad plural norteamericana. Con frecuencia los lazos étnicos prevalecían sobre otros de carácter funcional y de clase.

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia del ejecutivo estadounidense, el retorno de la influencia política WASP se ha dirigido a enderezar las cosas como solían ser. El tan repetido lema, America first (Primero los Estados Unidos) cabría ser reexaminado como un reforzamiento de los ‘blancos’ anglosajones en la política USA. La incorporación de otro blanco ‘puro’ como Boris Johnson, adalid del Brexit, al proyecto de dominación del capitalismo global anglosajón, no hace sino reforzar el último envite del supremacismo de la pretendida raza blanca.

Por contraposición, los otros colores de los grupos sociales estadounidenses, en especial, el marrón de los inmigrantes latinoamericanos, son objeto de la ignominia por parte los descendientes de aquellos pistoleros blancos del Far West. El proceso de criminalización y estigmatización de los hispanos como responsables de los males que sufren los incontaminados WASP, apenas es contrarrestado por los ejemplos de la laboriosidad y la excelencia de ‘marrones’ como Antonio Banderas.

A nuestro admirado actor malagueño le ofrecen a menudo papeles de personajes hispanos, algo que asume con un gran oficio y profesionalidad. En modo alguno el color de su piel podría compararse con la tez oscura del primer ministro portugués de origen indio, Antonio Costa (su padre era natural de Goa). Ambos son caucásicos de la península ibérica que no constituyen, en modo alguno, una raza propia como tal. Puede que algunos políticos aprovechados intenten equivocar a los electores con la pretendida pureza impoluta de lo español o, en su caso, lo portugués. En realidad, nuestros pueblos milenarios son expresión sedimentada de culturas varias. Ellas han configurado fenotipos y expectativas existenciales propias, pero en modo alguno raciales. Salvo que ustedes estén de acuerdo con la ideas del nazi Rosenberg o las leyes raciales fascistas promulgadas por Víctor Manuel III. Ciertamente, el redactor Moreno de estas líneas no las suscribe.

Más Noticias