Otras miradas

El brexit expone el déficit de democracia en Reino Unido

María Luisa Sánchez Barrueco

Profesora de Derecho de la Unión Europea, Universidad de Deusto

Retirada de la bandera del Reino Unido que ondeaba en el exterior del edificio del Parlamento Europeo en Bruselas, el 31 de enero de 2020. REUTERS/Johanna Geron
Retirada de la bandera del Reino Unido que ondeaba en el exterior del edificio del Parlamento Europeo en Bruselas, el 31 de enero de 2020. REUTERS/Johanna Geron

1. ¿Cómo afecta el brexit a los derechos de los europeos en el Reino Unido y a los de los británicos que residen en la UE?

Conviene huir de la generalización. Brexit es un proceso novedoso, de una magnitud difícil de abarcar dada la intensidad de los vínculos creados en 47 años de pertenencia a la UE, y de una gran casuística. Brexit afectará a cada uno de nosotros de modo distinto, en función de nuestra nacionalidad, de nuestra situación e intereses, y del derecho que queramos ejercer. En mi opinión, la única certidumbre en Brexit es que sus efectos ahondarán la brecha de desigualdad de las capas más vulnerables de la población, por medios económicos, por edad, por estudios, o por origen.

Muchos ciudadanos solo notarán cambios sustanciales en sus vidas cuando finalice la fase de transición el 1 de enero de 2021. El Reino Unido ha abandonado la Unión Europea, pero el Tratado de Retirada extiende la vigencia de ciertas normas europeas que reconocían derechos esenciales a los ciudadanos, como circular, trabajar, o residir en igualdad de condiciones que los nacionales del estado miembro de destino. Los ciudadanos que ya se encuentran en la otra parte y aquéllos que decidan trasladarse allí de manera temporal o permanente antes del 1 de enero de 2021 deben poder disfrutar esos derechos con carácter general.

Ello no quita que desaparezcan algunos beneficios desde el primer día, creando cierta incomodidad en función de nuestro ritmo de vida, como la cola rápida para ciudadanos europeos en el control aeroportuario de pasaportes. En otros casos –por ejemplo, la supresión de los gastos de roaming en la UE-, no apreciaremos cambios incluso después de 2021, aunque la reglamentación europea deje de vincular al Reino Unido- bien porque el gobierno británico ha alineado la regulación nacional con la europea, bien porque las empresas implicadas lo deciden estratégicamente. Finalmente, la supervivencia de otros beneficios que actualmente disfrutamos, como la tarjeta sanitaria europea, depende del curso de las negociaciones bilaterales sobre la futura relación entre el Reino Unido y la UE.

2. ¿Qué parte saldrá peor parada a corto y largo plazo?

La división correcta no es UE por una parte, Reino Unido por otra. Ambas partes cuentan con sectores ganadores y sectores perdedores a largo plazo. El gobierno conservador británico, sin sujeción a los límites europeos y con voluntad de posicionarse a nivel internacional, probablemente implementará una política de desregulación que, en principio, reforzará la posición de sectores de la población con mayor capacidad adquisitiva. Al mismo tiempo, recupera el control para implementar políticas de desarrollo económico y regional, sin tener que sujetarse a la cofinanciación impuesta por los programas europeos. Queda por ver y controlar qué prioridades políticas pondrá en práctica, y cómo ello afectará a los sectores que venían sobreviviendo gracias a la financiación europea.

3. ¿Cómo será a partir de ahora la relación entre el Reino Unido y la UE?

A día de hoy, el Reino Unido no es miembro de la UE. Ya no está representado en las instituciones europeas, ya no puede influir en la legislación europea que se adopte a partir de ahora. No obstante, el Brexit no ha hecho más que empezar. La ruptura solo era la primera parte del proceso. Queda por definir la futura relación bilateral, mediante un acuerdo que ni siquiera ha empezado a negociarse. La UE y el Reino Unido deben resolver varias cuestiones fundamentales. Primero, las relaciones comerciales, es decir, en qué condiciones y a qué precio cruzarán el Canal los productos y servicios. La balanza comercial es favorable a todos los Estados Miembros salvo Irlanda. Significa que los británicos dependen de importaciones europeas para abastecerse de productos esenciales como alimentación o medicamentos, pero también que muchas empresas europeas colocan sus productos en el Reino Unido; por ello, nadie desea que se restablezcan los aranceles.

Los posibles acuerdos comerciales que el Reino Unido firme con terceros países no evitarán que el ciudadano británico soporte en el futuro el aumento de precio reflejando el costo de transporte. Otros temas importantes de la agenda de negociaciones mantienen en vilo a sectores económicos clave como el financiero o el pesquero; también a los ciudadanos con intereses en Irlanda del Norte y Gibraltar. Además, ha de articularse de qué modo y a qué precio participará el Reino Unido en programas europeos de educación, investigación e innovación, así como en los mecanismos de seguridad exterior (terrorismo internacional) e interior (crimen organizado).

Un aspecto que me preocupa especialmente es el grado en que la parte europea mantendrá la unidad mostrada hasta el momento. Brexit afecta de manera muy distinta a cada uno de los estados europeos. Durante las negociaciones podremos comprobar qué intereses regionales o económicos deja caer cada gobierno bajo la presión de sus socios europeos, y hasta qué punto la solidaridad europea resiste. La balanza comercial de Alemania quintuplica la de España respecto al Reino Unido, pero España exporta el 31% de las verduras consumidas en el Reino Unido y es el destino turístico principal de los británicos.

En breve conoceremos las directrices de ambas partes con vistas a las negociaciones para el acuerdo sobre la futura relación UE/Reino Unido, que comenzará a negociarse en marzo. Febrero es un mes clave porque ambas partes presentarán sus mandatos de negociación (el negociador europeo Michel Barnier lo hará el 3 de febrero) y negociarán el ‘cómo negociar’, resolviendo los principios básicos. La fase más importante de las negociaciones se desarrollará entre el 1 de marzo y el 30 de junio, donde las partes determinarán si creen factible que se alcance un acuerdo antes de mediados de diciembre de 2020. En caso contrario, hasta el 30 de junio es posible acordar una extensión del plazo de negociaciones –pues así lo permite el Tratado de Retirada- pero nunca más allá de 2022.

Si las partes no prorrogan el plazo de negociación y finalmente no logran concretar un acuerdo, la inseguridad jurídica alrededor del 31 de diciembre de 2020 aumentará, como ocurría con el Brexit sin acuerdo de retirada ante el 29 de marzo de 2019.

Gente celebrando el día del Brexit frente al Parlamento británico (Londres, 31 de enero de 2020). Marcos_Casado / Shutterstock
Gente celebrando el día del Brexit frente al Parlamento británico (Londres, 31 de enero de 2020). Marcos_Casado / Shutterstock

4. ¿El Brexit es la historia de un fracaso colectivo?

No me parece justo repartir las responsabilidades respecto al Brexit de manera equidistante. Reconociendo las insuficiencias de la Unión Europea, que es preciso trabajar para mejorar, el Brexit expone ante todo las deficiencias de la democracia en el Reino Unido, donde políticos mal preparados toman las riendas de políticas complejas a golpe de eslóganes vacíos (de libertad, de gloria, de superioridad) amplificados por medios de comunicación no auténticamente plurales.

Brexit anticipa igualmente el debilitamiento de la democracia liberal en el mundo occidental, así como su vulnerabilidad ante el nuevo escenario digital que, aun siendo esencialmente transnacional, apela a un argumentario populista y nacionalista excluyente polarizando la sociedad de manera artificial. Y fácil, con una mayoría de ciudadanos que reconocen abiertamente enterarse de lo que ocurre en las redes sociales, a partir de cuentas que les ofrecen el análisis que quieren oír, sin sentido crítico ni debate.

5. ¿Por qué tantos británicos son alérgicos a Europa?

Muchos de los argumentos escuchados en la campaña británica del referéndum de 2016, y desde entonces, son falsos o prometen un escenario irreal, pero atractivo a los ciudadanos. Asimismo, los beneficios de la Unión Europea no se disfrutan de modo equivalente en todas las capas de la sociedad ni en todas las regiones de un Estado. Durante muchas décadas, la población ha atribuido a la Unión Europea todo lo malo, y la Unión no ha dedicado tal vez suficiente esfuerzo a explicarles que los beneficios que disfrutaban no eran fruto de la acción del gobierno. La realidad es que los británicos han conseguido, a lo largo de los años, arrancar privilegios de sus socios europeos y disfrutar de una participación ‘a la carta’ en la Unión... pero tal vez sus ciudadanos no lo han comprendido bien.

6. El Brexit puede producir un efecto contagio en otros países europeos?

El populismo también está creciendo, fruto del declive de la democracia occidental en sentido tradicional que mencioné antes, por eso los partidos euroscépticos se han hecho fuertes en varios países europeos (Hungría, Polonia, Francia, Austria). También en España hay sectores que llaman al ‘spexit’ porque sienten que las instituciones de la Unión han traicionado sus intereses. Este proceso no es sino un reflejo de la crisis del multilateralismo a nivel internacional.

El multilateralismo como método para solucionar los desafíos transnacionales mediante la colaboración entre estados soberanos recurre primordialmente a las organizaciones internacionales y ha dominado las relaciones internacionales en las últimas décadas. Tal vez la situación actual representa una reacción a una época en que las organizaciones internacionales sobrevaloraron su poder frente a la soberanía estatal y, pasado un tiempo las circunstancias volverán a una posición de equilibrio.

Lo que es cierto es que las organizaciones internacionales están obligadas, hoy más que nunca, a probar su utilidad frente a los estados que las integran y frente a la ciudadanía en general.


Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

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