Otras miradas

El empecinamiento

Ernest Maragall

i MiraEurodiputado y miembro de Nova Esquerra Catalana

Ernest Maragall i Mira
Eurodiputado y miembro de Nova Esquerra Catalana

Una caricatura, un sucedáneo, una rendición, la muerte anunciada de la consulta, un engaño a los catalanes... Todo esto, y mucho más, hemos oído y leído desde el famoso "lunes negro" de la desconvocatoria y el consiguiente anuncio del "proceso participativo" previsto para el mismo 9N.

De acuerdo, empecemos por lo que no es y luego veremos lo que puede ser y, probablemente será, el evento convocado para el segundo domingo de Noviembre.

No es, ya no lo era en la versión original, un referéndum para que los catalanes decidan libremente sobre su futuro; tampoco es una consulta no vinculante que certifique en términos democráticos la voluntad ciudadana.

No será posible,  por lo tanto, extender un "certificado democrático" de la decisión colectiva catalana a partir de los resultados que se puedan deducir de las urnas disponibles ese día.

Y de todo ello alguien puede colegir que ya se ha resuelto la cuestión, que los catalanes, una vez más, han cedido en su "empecinamiento", que el Estado ha conseguido hacer respetar el marco legal establecido y que la Constitución ha demostrado sus límites y su plena vigencia.

Felicidades a todo el que así piense pero, sintiéndolo mucho, esa hipótesis propia de una película con vencedores y vencidos va a verse inmediatamente desmentida por un argumento más convincente e inapelable: el de los propios hechos, el de la realidad institucional y política que la sociedad catalana pondrá de nuevo sobre la mesa antes, durante y después del 9N.

El día 9 una gran cantidad de catalanas y catalanes acudirán a esos colegios electorales y harán constar, inscribirán, su determinación para acreditar la voluntad de autodeterminación. Saben que no será "el día", pero saben también que están ante una nueva e inmejorable oportunidad para cargarse de razón, aún más, para demostrarse a ellos mismos que el proyecto de país libre y digno sigue en pie y resulta fortalecido en lugar de humillado.

Sucederá porque así lo decidirán los propios ciudadanos. No porque lo pida el President Mas o porque lo propugnen los partidos comprometidos con la consulta original. Ni siquiera porque lo soliciten la ANC y Òmnium, entidades ambas del todo conscientes de su rol de catalizador activo.

Y lo harán por convicción edificada y enraizada a lo largo de los últimos cuatro años, por tenacidad y coherencia con esa convicción y, si me lo permiten, por un cierto orgullo desafiante hacia un Estado que no ha dejado de estimularla con su cerrazón antidemocrática reiterada e ilustrada día tras día.

Esa es la clave que muchos parecen no entender ni reconocer. Son los mismos que siguen soñando, o pidiendo, una solución política tradicional. Una buena foto en las escaleras de la Moncloa, un apretón de manos entre Rajoy y Mas, un anuncio de diálogo para alcanzar los acuerdos necesarios sobre la "peculiaridad" catalana y un retorno a la normalidad institucional. Los que creen que dentro de cinco (o diez) años "ya veremos hasta donde hemos llegado" en un "fructífero y fraternal diálogo" que incluso, si nos portamos bien claro está, podría llevar a una Reforma Constitucional que plasmara los acuerdos alcanzados.

Con permiso del TC, por supuesto, y quizás mediante el previo cambio de color político del Gobierno central, para que el socialismo español pueda deleitarnos una vez más con su federalismo (?) "granadino".

Pero no será sólo esa la gran constatación del próximo nueve de noviembre. El 9N se desconstruirá también otro mito. Las y los catalanes de todas las condiciones, edades e ideologías, no todos claro pero sí una proporción más que significativa, compartirán una nueva movilización general, y pondrán de manifiesto hasta qué punto nuestro proyecto de país no se formula contra nada ni contra nadie, menos aún contra España o los españoles.

Tampoco eso se quiere entender. Muchos somos catalanes de Monóvar, de Badajoz, de Monforte de Lemos, de Burgos, de Cañete de las Torres o de Belméz (ambos en la provincia de Córdoba). Detrás de cada uno de esos lugares hay personas, historias y nombres concretos que respeto y estimo. Tanto como al castellano que también es mi lengua como lo era de mi madre y abuelos. Y así seguirá siendo por mucho que cambien las instituciones, los gobiernos o los estados.

En definitiva, el 9N estaremos enviando al Estado y a sus representantes institucionales un mensaje diáfano y que no admitirá la posibilidad de ser desvirtuado o mal interpretado:

"Vamos a seguir, hemos cargado de nuevo las baterías de nuestra energía colectiva. Estamos construyendo nuestro país y no vamos a renunciar a ese proyecto  que ustedes mismos nos han animado a reiniciar.

Venimos de muy lejos, somos una vieja nación europea, pero no es la nostalgia lo que nos mueve, sino la conciencia clara de lo queremos y de lo que sabemos que podemos ser. Hasta mañana mismo cuando volvamos a emprender la ruta".

 

Más Noticias