Otras miradas

Trump, l’état c’est moi

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Una máscara de Donald Trump, entre otras para el carnaval, en un puesto en la localidad nolandesa de Maastricht. EFE/EPA/MARCEL VAN HOORN
Una máscara de Donald Trump, entre otras para el carnaval, en un puesto en la localidad nolandesa de Maastricht. EFE/EPA/MARCEL VAN HOORN

Lo decía Luis XIV, al referirse a los poderes de la monarquía absoluta: "El Estado soy yo". La frase habría sido pronunciada ante el parlamento de París gala a mediados del siglo XVII. Hace unos días hemos asistido a una alocución y actuación similar por parte de Donald Trump ante representantes y senadores de las dos cámaras legislativas estadounidenses, con motivo del discurso sobre el estado de la nación. Así lo confirmó al día siguiente el abogado del presidente tras la negativa de los senadores a proceder con el proceso de su destitución (impeachment).

El abogado, Alan Dershowitz, profesor emérito de Harvard y a quien alguno de los lectores quizá le recuerden como el personificado letrado en la película, El Misterio von Bulow (Reversal of Fortune) los manifestó sin rodeos. En respuesta a una interpelación en la sesiones previas a las votaciones del impeachment, Dershowitz aseveraba, según la información aparecida en The New Yorker, que Trump tenía el poder de hacer todo aquello que quisiese, y que no había nada que el senado norteamericano pudiera hacer para evitarlo. El propio Trump ya había validado semejante aseveración, considerando que el artículo II de la Constitución USA le empoderaba para, "... hacer lo que quiera".

Los senadores rechazaron por 52 votos a favor y 48 el primer cargo, motivado por sus maniobras para conseguir que los servicios de inteligencia ucranianos investigaran a sus rivales demócratas, entre ellos el ex vicepresidente y ahora candidato demócrata a las presidencial, Joe Biden; y por 53 votos a favor y 47 en contra, el segundo, relacionado con sus acciones para obstaculizar la investigación de los hechos. En el primer debate en la Cámara de Representantes, los miembros de la Cámara Baja estadounidense votaron a favor del cargo de abuso de poder 230 representantes frente a 197 en contra, y respecto al de obstrucción al Congreso fueron 229 a favor y 198 en contra.

Como se sabe, la elección de los dos senadores representantes de cada estado de la unión estadunidense se realiza mediante votación mayoritaria (mitad más uno) de manera homogénea y sin tener en cuenta la población. Los mismos dos senadores son electos por los ciudadanos de Wyoming (600.000 habitantes) o California (40 millones). No debe causar tanta extrañeza semejante disparidad que suele ser una característica de las cámaras altas de sistemas federales frente a las más proporcionales de las cámaras bajas. Más allá de las peculiaridades institucionales antedichas, y aún admitiendo que Trump goce ahora de una alto apoyo para ejercer el mando de POTUS (según las últimas encuestas el 49% de los estadounidenses aprueba su gestión), son legión los analistas que vaticinan un segundo mandato del multimillonario neoyorquino. Algunos jocosamente proponen una estancia vitalicia en la Casa Blanca, como sucede con los miembros del Tribunal Supremo.

Más inquietante para el futuro de la democracia digital es la interiorización de los ganadores en las contiendas electorales. Buena parte de ellos se ven capacitados a ejercer todo el poder del Estado, pese a ser electos por una escasa diferencia de votos en elecciones cada vez ajustadas en los sistemas de votación mayoritaria. Recuérdese, al respecto, cómo Boris Johnson aun sigue pretendiendo entablar una guerra con la Unión Europea estableciendo barreras comerciales y medidas proteccionistas, pese a que un 48% de los británicos expresaron su deseo de permanente en la UE.

En USA, y en general en los países de tradición liberal anglosajona, se ha reforzado en los últimos tiempos la política del ganador todo se lleva (winner-takes-all politics), según adelantaron en su estudio Jacob Hacker y Paul Pierson. Ello ha posibilitado la mayor divergencia en la distribución de las rentas y el reparto desigual de las cargas fiscales.

En España hemos comenzado a caminar políticamente por una senda inexplorada, cual es la del gobierno en coalición. Tal opción se diferencia de la personificación del poder en un líder incontestable. Ha costado mucho, y seguramente se ha pagado el precio de la apatía y el hartazgo de no pocos electores, tras meses de negociaciones y esperas. Ahora aparece en el horizonte una negociación y aprobación presupuestaria clave para la propia pervivencia del gobierno de coalición. Para conseguir tal fin, se necesitarán apoyos parlamentarios extra, además de los partidos involucrados en el gobierno de coalición.

Para hacérselo más difícil al gobierno, los partidos de la oposición no sólo llevan a cabo declaraciones tendentes al desgaste políticos del ejecutivo, sino que apuntan a revertir la propia lógica de la coalición. Es mejor para la oposición tener a un solo partido en el gobierno. Está en juego, por tanto, una innovación parlamentaria de la que dependerá la política española en un futuro no muy lejano.

Ya se sabe, "si te afliges, te aflojan y si te aflojas, te afligen", El chascarrillo hace referencia a la capacidad de aguante en política para evitar darse por vencido en situaciones difíciles como la presente, pero respecto a la cual aún se disponen de medios para solventarla. También podría decirse aquello de "si rajas, te rajan". Para los acaparadores del poder como el inefable Trump, el poder de la fuerza absoluta no es sólo para conservarlo sino para ejercerlo. Como ya lo pretendiera hace cuatro siglos el denominado rey Sol.

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