Otras miradas

Coronavirus, coreografía global

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Imagen de microscopio electrónico que muestra (objetos en azul) al SARS-CoV-2, el virus que causa el brote del coronavirus COVID-19, emergiendo de la superficie de las células cultivadas en el laboratorio. EFE/ NIAID-RML
Imagen de microscopio electrónico que muestra (objetos en azul) al SARS-CoV-2, el virus que causa el brote del coronavirus COVID-19, emergiendo de la superficie de las células cultivadas en el laboratorio. EFE/ NIAID-RML

El miedo compartido es una liturgia de redención civil. Cansados de seguridades, y bajo el manto anodino del mileurismo globalizado, los ciudadanos universales se auto imponen la clausura, la exclusión y la pandemia.

El virus comenzó en un mercado chino de animales salvajes. Tras las iniciales alarmas, los mentideros universales se llenaron de mensajes odiosos contra las prácticas comestibles de los chinos; vídeos repulsivos de animales ingeridos vivos e insectos y patos con hocico de perro, colonizaron el imaginario de los pulcros ciudadanos. En su día, también las cortes europeas se llenaron de ilustraciones sobre animales irreconocibles, de caníbales africanos e indios, a los que llamarían más tarde americanos.

Al igual que existen maniobras militares masivas, donde multitud de soldados ensayan su propio sacrificio bajo la sombra de una bandera, es necesario entrenar a millones de ciudadanos ante una invasión vírica o extraterrestre. Las autoridades financieras están preocupadas por la posibilidad de un desastre, muertes masivas, y un aislamiento indescriptible en ciudades millonarias sin agua ni luz. Las urbes ya no son un hogar seguro. Hay que volver a colonizar el campo, sus huertas y villas, tal y como los romanos hicieron, y esperar a que los tártaros y godos invadan la placidez de las campiñas.

Es un momento delicado: los milenaristas ya atisban una nueva peste oriental arribando a los puertos de Venecia y Génova. Las pulgas asiáticas de la rata negra tuvieron predilección por los puertos italianos, al igual que hoy los virus de la lejana China de Marco Polo.

Hay aspectos interesantes en la reclusión forzosa: es un buen momento para reflexionar sobre las libertades civiles lentamente conquistadas, también sobre los alimentos que se ingieren, porque no hay libertad sin comida. En efecto, es una vuelta a los orígenes, aunque desprovista de contacto social, lo que elimina cualquier acto conjunto, bien sea lúdico o forzado por el mercado laboral.

Es un prodigio aislar a más de 50 millones de personas en Wuhan y otros muchos lugares. La profilaxis se ha extendido sobre el eje del mal; China, aislada de sus vecinos, Irán de sus colegas árabes y turcos, y el Imperio y sus consortes del Gran Oriente.

Hace solo unos días que Turkish Airlines negaba sus asientos a unos valencianos atrapados en Irán. Turquía solo acepta a sus nacionales. Las fronteras se llenan de sentido y comprensión. La libertad de los tiempos medievales, donde era posible atravesar decenas de países sin visados, es una quimera. El mundo coagula entre vallas y concertinas, mientras las conexiones a Internet destrozan cualquier frontera menos la censura.

Dicen los afectados italianos que desde la II Guerra Mundial no se veía nada parecido, lo que demuestra que se trata de un ejercicio cívico-militar de autoprotección sugestionado por el temor. La censura, la limitación de movimientos, y la vuelta al furor fronterizo, es un pesimismo que no tiene sentido en la era de la hiper conexión, salvo si lo que se pretende es entrenar a la población ante lo desconocido.

Más Noticias