Otras miradas

¿Por qué los alumnos pierden las ganas de aprender según van creciendo?

Rubén Fernández-Alonso

Educación, Universidad de Oviedo

Álvaro Postigo Gutiérrez

Investigador predoctoral, Universidad de Oviedo

Eduardo García Cueto

Catedrático de Psicometría, Universidad de Oviedo

José Muñiz

Catedrático de Psicometría, Universidad de Oviedo

Marcelino Cuesta Izquierdo

Catedrático de Psicometría, Universidad de Oviedo

Sí, es un hecho probado que los estudiantes varían notablemente en su rendimiento académico y lo hacen a lo largo del tiempo. Las razones que explican estas diferencias dependen de varios factores:

  1. El contexto socio-cultural del alumnado, destacando el nivel socioeconómico y cultural de la familia y las oportunidades que ofrece el contexto social.
  2. Los factores escolares, siendo la convivencia en el centro, el profesorado, la metodología y recursos didácticos y el clima de trabajo en el aula los aspectos más relevantes.
  3. Las características personales del alumnado, tales como: aptitudes, conocimientos previos e historia escolar, actitudes, hábitos de trabajo y motivación por el estudio.

Alimentar el esfuerzo

De entre todos los factores mencionados, la motivación escolar es uno de los más determinantes. Esta se refiere al gusto por el estudio y a la energía que se pone en ello. En una palabra: al esfuerzo.

Utilizando la analogía del automóvil: si las aptitudes son el motor, el esfuerzo es la gasolina, así que por mucho motor que haya, si no lo alimentamos bien, no funciona. O mimetizando la famosa fórmula de Einstein, el rendimiento académico es igual a la capacidad del estudiante por su motivación al cuadrado: R=cm2.

Perfiles de estudiantes por su motivación

En una investigación reciente, estudiamos la motivación del alumnado en dos momentos diferentes: cuando estaban en 4º de Educación Primaria (4º EP) y cuatro años más tarde, cuando cursaban 2º de Educación Secundaria Obligatoria (2º ESO).

Atendiendo a la motivación, se encontraron tres perfiles básicos de estudiantes:

  1. Altamente motivado o con mejor disposición hacia el estudio. El alumnado de este grupo afirma que le gusta estudiar y se esfuerza para lograr buenos resultados, atiende en clase, mantiene sus cuadernos limpios y ordenados y persiste para finalizar sus tareas, incluso cuando estas le resultan difíciles.
  2. Alumnado aplicado. Reconoce que no le gusta estudiar y, por tanto, no incluye el estudio entre sus actividades preferidas. No obstante, entiende el estudio como un deber y se comporta coherentemente con dicha convicción: pone atención y esfuerzo en su trabajo y persevera en la comprensión y realización de las tareas que le plantean dificultades.
  3. Motivación baja. Es el perfil más preocupante: no le gusta estudiar y tampoco reconoce que el estudio supone un deber o un compromiso. Por ello, no entiende la necesidad de esforzarse, estar atento y acabar sus tareas.

Pero, ¿cómo cambia la motivación del alumnado a lo largo de la escolarización? Los resultados del estudio son muy claros y señalan que la motivación decae fuertemente con el discurrir de la escolaridad, deteriorándose especialmente entre Educación Primaria y Educación Secundaria.

Así, en 4º EP el 63 % del alumnado se ubica en el grupo de alta motivación, mientras que cuatro años más tarde este grupo solo concentra al 16 % de los estudiantes. Por su parte, en Educación Primaria solo el 3 % del alumnado responde al perfil de baja motivación.

Sin embargo, en secundaria este grupo aglutina al 25 %. En otras palabras, entre primaria y secundaria, prácticamente el 70 % del alumnado experimenta una bajada clara en sus niveles de motivación escolar.

En definitiva, en Educación Primaria la inmensa mayoría percibe las tareas escolares como un deber innegociable. Sin embargo, en Educación Secundaria estos mismos estudiantes tienen gustos e intereses muy alejados de lo académico, donde es difícil que encuentren incentivos para esforzarse en la escuela, más allá de las calificaciones.

¿A qué se debe la caída tan drástica?

Si la motivación está fuertemente conectada al rendimiento escolar y comenzábamos señalando tres factores asociados a dicho rendimiento (sociales, escolares y personales), es razonable pensar que el descenso de la motivación estará relacionado con la triada aludida.

El actual mundo líquido, interconectado y cambiante ofrece estímulos y satisfacciones inmediatas que rivalizan con el estudio y el acceso y construcción del conocimiento académico, donde las recompensas son siempre diferidas y se obtienen a largo plazo.

Por otro lado, la motivación escolar tiene dos grandes componentes: la creencia sobre la propia competencia (puedo hacerlo, soy buen estudiante) y la expectativa de provecho de la tarea (estudiar, esforzarme me será útil).

Sin embargo, un porcentaje importante de estudiantes considera que los contenidos escolares no son útiles y están alejados de sus intereses cotidianos.

Además, en Educación Secundaria aumenta la exigencia escolar, lo que obliga a incrementar el esfuerzo sin que necesariamente ello se vea reflejado en los resultados académicos. Esto provoca una frustración y un deterioro de su autoconcepto académico, produciéndose un círculo vicioso: el alumnado empieza a creer que no es un buen estudiante, lo que alimenta un descenso en la motivación, y esta, a su vez, retroalimenta el bajo rendimiento académico.

Finalmente, cabría una razón distal y genérica, como es el propio desarrollo evolutivo de los estudiantes. La Educación Secundaria coincide con un periodo de cambios físicos, psicológicos y socioafectivos que pueden desestabilizar el ajuste personal y minimizar el interés por los asuntos escolares.

Ayudar a los adolescentes

No es fácil, pero, parafraseando a Isaiah Berlin, "hay que intentarlo continuamente".

En primer lugar, es necesario reconocer que, en no pocos casos, el discurso sobre el diagnóstico y la mejora de la motivación escolar es una suerte de fuego cruzado: el profesorado habla de bajos niveles de esfuerzo del alumnado, las familias argumentan falta de interés y de respuesta por parte del centro, y el alumnado insiste en la irrelevancia de los aprendizajes.

Por eso, la primera condición es articular una estrategia donde converja la labor de todos los agentes implicados y actúe sobre todos los ámbitos de la vida del estudiante.

El papel de la familia

La investigación educativa ha señalado el papel de la familia. En concreto, ha destacado la importancia de motivar académicamente a los hijos, un estilo de implicación familiar ante el estudio que engloba comportamientos diversos: transmitir altas expectativas, enfatizar la utilidad de las tareas escolares y conversar sobre los temas escolares cotidianos y su futuro académico.

A nivel individual, hay que fomentar en los estudiantes la idea de que tienen el control para modificar sus habilidades personales, generando una mentalidad proactiva que hace posibles los cambios.

Se trata de desarrollar su capacidad de control ejecutivo de sus acciones, aprendiendo a planificar y demorar sus recompensas.

Además, como bien nos enseñó Judith Harris, en esas edades son fundamentales los compañeros, sus pares. Por tanto, no solo hay que trabajar a nivel individual y familiar, hay que intervenir también en el grupo de iguales.

La última reflexión apunta hacia la ordenación académica y la metodología docente. En España la organización de los currículos replica los contenidos disciplinares de materias científicas y, en general, esta ordenación académica asume el punto de vista de la enseñanza y el profesorado.

Es probable que en la escolaridad obligatoria la ordenación académica necesite descargarse de contenidos cognitivo-intelectuales y potenciar las capacidades de comunicación, relación interpersonal, pensamiento crítico, aprendizaje autónomo, emprendimiento y creatividad, de forma que los contenidos de enseñanza queden mejor alineados con los intereses del alumnado.


Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

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