Otras miradas

COVID-19: Ser-nos otros para poder ser

Carlos Saura León

Profesor de Filosofía. @CarlosSauraL

Vecinos de Vallecas, en Madrid, aplauden desde las ventanas de sus viviendas secundando la convocatoria hecha en las redes sociales para hacer un homenaje a todo el personal sanitario que está trabajando para combatir el coronavirus . EFE/Víctor Lerena
Vecinos de Vallecas, en Madrid, aplauden desde las ventanas de sus viviendas secundando la convocatoria hecha en las redes sociales para hacer un homenaje a todo el personal sanitario que está trabajando para combatir el coronavirus . EFE/Víctor Lerena

Hace años era muy normal bajar a pedir sal, harina, limón o huevos a los vecinos. También se organizaban cenas y comidas para charlar y pasarlo bien con quienes compartías el edificio y, al fin y al cabo, un poco de tu vida. De un tiempo a acá, la mayoría de gente no conocemos a nuestros vecinos, no sabemos a qué se dedican, ni a qué colegio van sus hijos. No sabemos sus anhelos, sus gustos musicales...no sabemos, a pesar de adivinar a duras penas lo que comen, qué les gusta, cuando olemos sus costumbres a través de la escalera.

Estos días parecemos vivir en un simulacro, pero puede que precisamente sea esta situación tan anómala la que nos saque del ensueño en que vivimos.  En nuestra vida actual tenemos el mundo al alcance de la mano, sin embargo, nuestras manos se encuentran demasiado alejadas de quienes nos rodean. Nuestros sueños, que se esfuman en el entretenimiento vacuo de ese dejar pasar el tiempo entre pestañas, aplicaciones y memes, parecen esfumarse. Puede que la crisis del COVID-19 nos haga volver a pensar un poco sobre aquello en lo que estamos. Quizás sea esto un oasis en medio del desierto, un santuario, un atisbo de luz, un despliegue de ese viejo tiempo que tenía un desarrollo, una lentitud propia del pueblo y lo rural y cuyo síntoma era el más puro aburrimiento. Profundidad propia del tiempo que se deshace como el agua que se desliza por las manos que hoy tenemos que lavarnos concienzudamente, para volver a deslizar los dedos sobre una pantalla que no puede esperar. Además de este redescubrimiento del tiempo, quizás podamos reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos.   Este estado de alarma supone el ejercicio de un cuidado social del que parecíamos habernos olvidado. Porque ya no nos cuidábamos. Nos daba igual pedir una pizza a un lugar que se encontraba tan solo a 300 metros de nuestra casa.  Podíamos entrar en un lugar a comprar a las 21:58, porque preferíamos no pensar en el perjuicio causado a la cajera del supermercado. Hablábamos mal a los camareros por cometer un error fortuito. No prestábamos atención a que podíamos influir negativamente en su bienestar psicológico. A veces, aceptábamos que nuestro compañero de trabajo ganara poco por un trabajo duro y no reparábamos en que estábamos amparando la explotación.

Y ahora, en este proceso democratizante de confinamiento nos protegemos unos a otros. Hemos parado máquinas para defendernos de un virus. Pero hay muchos más virus de los que tendríamos que defendernos colectivamente.  No hay otra. Todas las batallas se han ganado así, con el respaldo de mucha gente. No tiene sentido que sigamos cada uno por su cuenta sin prestar atención al sufrimiento que nos rodea. Es de justicia (fiscal y poética) que los que más tienen más paguen. Es lo moral y lo ético cuidar a los demás para cuidarse a uno mismo. Y esto no solo porque sufrimos una crisis, sino porque es de extrema necesidad trasladarlo a todos los ámbitos, principalmente a la economía, que debería ser del bien común. Porque nuestra comodidad de primer mundo se mantiene en los hombros de mucha gente. Mi momento de relax en casa mientras leo algún libro y disfruto de un café descansa en los brazos de recolectores de café en Latinoamérica. Ese dulce sabor de mi postre de fresas con nata tiene su reverso en las manos de temporeras magrebíes en Huelva. Y qué decir de esa cervecita en el bar acompañada con esas aceitunitas que juntan personas cuyas piernas tiemblan de cansancio en Jaén. Todo tiene un reverso. Todo tiene consecuencias.

El virus del capitalismo circula en este sistema inmundo, descarnado y desconsiderado: a través de cada momento de placer, se transmite en cada gesto, se contagia en cada situación contractual, en cada argumento de venta. Y habrá que combatirlo colectivamente. Para que las cuarentenas y los confinamientos que provoca cada día no se extiendan en una encrucijada que nos espera como civilización. Ese momento escatológico que aguarda: el apocalipsis ecológico. Quizás el COVID-19 sea solo un ensayo de ese "final de la historia" (cuando la historia quede suspendida por un estado de excepción permanente) que provocará que se sucedan desastres naturales y otras pandemias, sean víricas o no, que puedan poner en jaque a toda la civilización como está haciendo este virus. Frente a este ensayo de lo pueda suceder en el futuro, la mayoría de la gente está actuando responsablemente. Y eso es esperanzador. Da esperanza que la gente esté concienciada, que piense en sus mayores, que aplauda a quién le cuida, que saque su guitarra a los balcones o que ofrezca su ayuda online. Muy a pesar de todos los dispositivos que despliega este sistema para que el mundo devenga un ponerse a prueba constante, un superar a los demás y pisotear al más débil, la humanidad se abre paso e ignora, en su mayoría, a personas como Ortega Smith. Muy a pesar de lo que hay en contra, trascendemos el espíritu del egoísmo en un abrazo fraternal, en la ayuda que ofrecemos, también cuando cooperamos y nos dejamos ser de otra manera. Me da esperanza, sí, que saquemos lo mejor de nosotros mismos en las situaciones adversas.

Pero para ser sincero, también tengo miedo. Tengo miedo que en el futuro, ante tanta situación excepcional, la gente normalice la excepción y todo se convierta en un sálvese quien pueda. Hay simplemente dos modelos, y estos días se han puesto en práctica. El de los Aznar huyendo a Marbella o el de los aplausos de las 20:00. El de una mayoría confinada en casa y una minoría que ante la cancelación de clases acudieron a la playa. Y me quedo con la mayoría. Aunque albergo la duda de si en un escenario apocalíptico a nivel ecológico podremos afrontar con tanta responsabilidad la situación. Me pregunto si la extensión en el tiempo de la adversidad no hará que gente como los Abascal, Ortega Smith y los Aznar triunfen ofreciendo toda la fuerza represiva del estado a cambio de  alguna dosis de seguridad. En esto que parece un simulacro se impone lo real. Y nos anuncia dos futuros posibles: La utopía o la distopía. Solo nos queda ir anunciando lo que viene e ir preparando el terreno. Para que cuando florezcan las semillas que hoy plantamos, sean jardines lo que vengan y no humo y tiranos. Parafraseando a Heidegger, en el peligro puede que esté la salvación. ¿Nos cuidaremos ante dificultades nunca vistas?, ¿Nos querremos más unos a otros? Quizás seamos más nosotros. Quizás no nos quede más remedio que "sernos otros". Ser otros colectivamente. Sin olvidar jamás que somos parte de algo más grande. Y que este individualismo incrustado en nuestro cuerpo y nuestra mente que resiste no tendrá más remedio que ser superado. Quizás ahora nos demos cuenta de que no podemos ser sin los demás. Pues no podemos nada sin los otros. Y quizás, nos acompañemos en la noche, en esos tiempos cuesta arriba que parecen anunciarse, y susurrándonos al oído digamos: soy contigo, no sin ti.

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