¿Y qué tiene que ver el ajedrez con el Coronavirus...? Hay un nexo científico de conocimiento que oportunamente ha destacado Leontxo García, gran experto en el arte ajedrecista, en su última contribución sobre la aplicabilidad de los conocimientos a lo que podría ser la infinitud de una computadora. Y con dicha infinitud, la ayuda es factible para encontrar soluciones de vacuna y terapias para combatir al maligno COVID-19, cuyo impacto global ha cambiado nuestro mundo.
¿Quién podría renegar de vivir estos días con un mundo más robotizado y con un ingreso mínimo para todos los ciudadanos? Las cadenas de producción seguirían funcionando como antes de la crisis viral y con el dinero en forma de TTR (tax-the-robot), o sea con los recursos procedentes del pago de impuestos de los robots, se procedería a ayudar al bienestar de nuestro modelo social europeo. Y, de paso, a que los ávidos capitales peregrinos pagarán por sus transacciones, y no como sucedió tras la Gran Recesión de 2007-08, a consecuencia de la cual aumentaron las desigualdades globales entre pobres o ricos. La causa de esto fue que con el dinero del rescate las grandes corporaciones, en vez de invertir en sus empresas y trickle-down (gotear) el dinero del rescate a los más pobres, se dedicaron a comprar acciones de las mismas compañías, aumentando su valoración haciendo así aún más ricos a los accionistas. Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con las compañías aéreas, que ahora plañen por no tener dinero, cuando hace unos años tenían superávits históricos que dedicaron a invertir en comprar acciones propias. Así se explicaba en un reciente editorial del New York Times. No en vano el congreso demócrata ha parado en seco el plan de Trump de rescate por un valor de $1.5 de billones (miles de miles de millones) y que iban a acabar en más de lo mismo. O sea, corporaciones más enriquecidas a costa de los ciudadanos de las clases subordinadas, aumentando así la desigualdad.
Hay alternativas malignas, como nos han recordado pensadores como Branko Malinovic. Hagamos que el COVID-19 se extienda irremisiblemente por el planeta y que nuestros mayores pasen por la morgue alisando lo que algunos consideran una demografía inútil y sin futuro. O sea una guerra, no necesariamente bélica, sino de relajación de nuestros estándares de salud. Otros escenarios de futuro no destructivos deberían respetar la naturaleza intrínseca del ser humano y su dignidad social.
Mientras tanto los computadores cuánticos ya estarían trabajando frenéticamente para descubrir la estructura molecular del nuevo virus (lo que en el argot técnico se conoce como folding). Dichos computadores son "supremos" (supremacía cuántica) para efectuar operaciones en paralelo, buscando patrones en un sistema que es lo que se necesita para desarrollar una vacuna o antiviral. Es decir, cuantificando cómo la molécula del virus se ha "armado" (folded). Desde el punto de vista de la organización social, también ayudaría --y no poco-- que los drones (robotizados) de distribución de los tests y terapias distribuyesen diligentemente a los lugares de residencia los envíos establecidos por nuestros sistemas de sanitarios, evitando colapsos letales en hospitales y centros de atención de emergencia. Afortunadamente muchas escuelas han aprovechado la ocasión para establecer, de forma sencilla y rutinaria, conexiones en red que permiten la continuidad domiciliaria de las clases online para los estudiantes Lo apenas descrito sucintamente no pertenece a un mundo de ficción orwelliano, o a una distopía utópica de un futuro indeterminado. Es un contexto posible, probable y deseable. Buena parte de lo enunciado es perfectamente factible hoy en día.
El COVID-19 le ha cogido al mundo con el pie cambiado. Nadie se esperaba que la infección resultase malévolamente letal y mundial en tan poco espacio de tiempo. Casos anteriores como el virus Ébola o SARS habían sido contenidos con medidas "tradicionales" de aislamiento del foco principal. Es cierto que ha ayudado el hecho en esos casos que el virus era muy agresivo y por lo tanto mataba rápidamente a su portador, de tal manera que el virus no podía transmitirse a más de una persona, el llamado crecimiento exponencial. El COVID-19 parece es "inteligente" ya que tarda unas 3-4 semanas en matar a su portador, y no siempre, por lo que se puede transmitir a muchas otras personas sanas, más de dos con lo que se produce el crecimiento exponencial. En los casos del Ébola y SARS, aunque se acrecentó el miedo, por ejemplo a viajar, nadie dejó de hacerlo de un día para otro. Con el COVID-19 todo ha sido distinto. Desde los primeros avisos a principios de enero desde Wuhan hasta hoy mismo han pasado apenas dos meses y el transporte se ha paralizado a nivel mundial. Y la actividad económica también. Incluso los EEUU han tenido que frenar la maquinaria productiva y reclamar el confinamiento a sus ciudadanos (shelter-in-place). Las escenas de Manhattan con todos sus comercios cerrados pertenecen más bien a una película futurista de Hollywood basada en una novela del clarividente Philip K. Dick.
Nada de esto sería necesario si hubiésemos usado adecuadamente la tecnología actual a nuestra disposición. El ejemplo más claro es Corea del Sur. Como bien indicaba, Emilio Muñoz (ex-presidente del CSIC), allí la pandemia se ha contenido con medios de última tecnología, que al final se tradujeron en cantidades masivas de información y la voluntad de los ciudadanos de perder totalmente su privacidad (algo que Edward Snowden nos ha recordado inapelablemente). A través de análisis masivos para saber quién estaba contaminado y quien no; y mediante la geolocalización mandatoria a través del móvil, Corea del Sur ha evitado parar enteramente su cadena productiva restringiendo solamente la movilidad y vida de aquellos sujetos infectados. La tecnología podría haberse usado en Wuhan, lo que no se hizo inmediatamente.
Piensen los lectores en una realidad que ya existe. Cuando un paciente ve al doctor se registran todos sus datos en un historial médico central. Tales datos están siendo constantemente analizados por computadores cuánticos que buscan patrones de infección. En cuanto se detecta, se localiza el foco y los pacientes son aislados al mismo tiempo que se investiga la búsqueda de la vacuna. Ello conlleva un contrapunto, claro está. Significa en palabras sencillas que perdemos nuestra privacidad. La alternativa, como se ha demostrado el COVID-19, es estar meses encerrados en casa y con la economía destrozada.
Es difícil dejar de homenajear suficientemente la extraordinaria figura de Alan Turing y resaltar sus investigaciones pioneras que nos han llevado a desarrollar el actual mundo computarizado y ‘robotizado’. Sin ellas, la sociedad tal y como la conocemos no sería como es ahora, y como lo será más en un futuro inmediato. Si algún lector tiene la ocasión de hacerlo en estos días de confinamiento, le recomendamos que vea el primer episodio de la serie "Connections" del divulgador británico James Burke ( se puede encontrar gratis en el enlace https://archive.org/details/ConnectionsByJamesBurke). Allí se describe el suceso del apagón que paralizó la ciudad de Nueva York en los años 60.
Lo más interesante de la vida de Alan Turing, en los momentos en que vivimos, es que su desarrollo del computador fue crucial para ganar la guerra a los fascismos negadores de la dignidad humana. La guerra, en gran parte, la ganaron los aliados desde los laboratorios de Bletchley Park donde Alan Turing y su grupo consiguieron, a base de la tecnología, descifrar los mensajes cifrados por los nazis en las máquinas Enigma. Y es que la ciencia y la tecnología sirven y para mucho para la existencia del ser humano sobre el plante Tierra.
La nueva revolución está ya sucediendo, y será la computación cuántica. Esta debe su origen a muchos pioneros (orígenes de la computación cuántica) y gracias a estas ideas, al principio de puro pensamiento abstracto y sin ninguna aplicación obvia, son las que nos puede permitir salvarnos de la próxima pandemia sin perder a nuestros padres y abuelos y sin tener que estar en casa meses seguidos.
En esta partida de ajedrez contra el COVID-19 países como Italia y España con sus particulares formas culturales y civilizatorias han debido tomar formas de lucha muy drásticas que, esperamos y deseamos, vayan dando su fruto aunque en modo lento y doloroso. No hay otra. La estrategia de sus partidas ajedrecistas contra el Coronavirus ha sido el recurso a la proverbial apertura Ruy López, o española, que es un inicio del juego decidido y proactivo. El maligno rey del virus sigue enrocado y alejado de nuestras posiciones. Con la ayuda de la ciencia y la tecnología podemos darle jaque... mate.
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