Otras miradas

Lo que esconde el bicho

Mar Benavent i Ramon

Neurocientífica, investigadora y activista feminista. @Mar_Benavent

Pixabay.
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Cada día, junto a la tristeza del aumento de las cifras, los medios de comunicación destapan realidades que han quedado ocultas en el fondo de esta montaña de catástrofes colectivas y personales. Ayer y hoy, el horror que se escondía en residencias privadas de ancianos saltó a primera plana, dejando a la vista lo más espantoso de la condición humana.

Mientras "el bicho" va destapando sucesos que no podíamos ni imaginar, mostrando víctimas escondidas de esta pandemia, hay otras víctimas a las que nadie ayudará, víctimas silenciadas ya antes de que todo esto sucediese y que ahora solo unas pocas personas tienen en mente: sus madres. Esas víctimas están confinadas con su propio "bicho", su propio monstruo, con su peor pesadilla. Y ahora mismo, por mucho que griten, nadie vendrá a ayudarlas.

Hablo de niñas y niños que han quedado en manos de su padre, bajo sentencias alegales basadas en un síndrome inexistente, no aceptado en ningún manual de diagnostico médico internacional. Ese Síndrome de Alienación Parental que les cose la boca a ellos, oculta su experiencia y su realidad y convierte a sus madres en incapaces de defenderles al declararlas mentalmente inestables. Un supuesto síndrome inventado por un pederasta (Richard Gadner) para defender las violaciones a menores como opción sexual. Un señor que, entre sus tantísimas perlas, dice cosas como que un infante puede iniciar contacto sexual voluntariamente con un adulto, que todos llevamos un pederasta escondido dentro o que las madres son unas histéricas al "no comprender" esos "contactos" entre los padres y sus hijos e hijas.

Es difícil mirar ahora más allá de las cifras de infectados y fallecidos que no dejan de crecer alarmantemente, sentir más allá de la tristeza que nos produce todo lo que recibimos a través de los medios de comunicación. Incluso a los que nos ha tocado perder en carne propia a un ser querido sin poder despedirnos de manera alguna. Estamos en estado de alarma por fuera, de sitio por dentro. Encerrados en casa para protegernos, pero cuando el mal está en casa, en momentos como este, también se encuentra protegido, campando a sus anchas.

Nos encontramos en un país con un sistema judicial cerrado o bloqueado que ha dejado a las madres sin capacidad de acción y a los menores encerrados con su abusador, quince días, quince días más, cuántos más, quién sabe, sin esperanza alguna de que nadie vaya a socorrerlos ni de que se cree una vacuna para su "bicho", a disposición absoluta y plena de su violador. No despertarán mañana y su monstruo se habrá ido: seguirán encerrados con él.

Este país, el mundo entero, cuando consigamos superar la pandemia, en menor o mayor medida, tendrá una población absolutamente traumatizada, como los soldados cuando vuelven de la guerra. Miles, millones de personas que habrán vivido tales horrores que no habrá ayuda suficiente para resarcirles: desde el personal sanitario hasta las familias que han perdido un ser querido, que será depositado en una pista de patinaje de hielo, de quién no se han podido ni podrán despedir.

Quizás ahora puedan ponerse en la piel de esos niños y niñas, que llevan años, en muchos casos, viviendo en ese horror y miedo sin tregua, sin descanso, a diario. Quizás puedan ponerse en la piel de sus madres, a las que han conseguido que veamos como locas, histéricas, mentalmente incompetentes (qué fácil es conseguir que se piense todo eso de una mujer) que luchan solas, sin recursos, contra titanes, contra una justicia patriarcal que, a pesar de los avisos de las más altas instituciones en justicia, siguen aplicando SAP sin que nadie se lo impida. Madres que en su día ya recibieron agresiones de sus parejas y ahora, muertas en vida e impotentes, asisten a ver cómo el mismo que las destrozó, lo sigue haciendo a través de sus hijos y destrozándolos para siempre a ellos y ellas también. Piensen en cómo se puede vivir así, cómo alguien puede superar ese trauma, cómo después de salir de esa guerra, se puede, se quiere, seguir viviendo.

Estos días os ruego recordéis, ante esta situación, que hay cientos, miles de niños y niñas, conviviendo con su "bicho" a diario, pasando auténtico terror y con la sensación de que han sido abandonados por el sistema, pero también por todas nosotras: por las personas que deberíamos proteger a la infancia.

Ahora que nos damos cuenta de que, como individuos, solos, somos muy vulnerables, que es la unión, la comunidad, el colectivo, la que nos da la fuerza para sobrevivir, os ruego que no dejéis de pensar en ellos y ellas y en sus madres, solos, solas, lejos del pensamiento ni de la preocupación de nadie.

Entre las muchas cosas que vamos a tener que cambiar de todas las que hemos estado haciendo terriblemente mal, esta debe ser una de las primeras: nuestra infancia es nuestro mayor bien y en Europa las estadísticas revelan que al menos uno de cada cinco niños y niñas es abusado sexualmente en su entorno familiar (estudio del Consejo de Europa, Fapmi e Unicef).

Es deber de todas nosotras, todas las personas que conformamos esta sociedad defenderlos, salvarlos, porque ellos no pueden.

Una sociedad se mide por como trata a sus eslabones más débiles. No lo olviden cuando vean salir a nuestros mayores en cajas, fallecidos en las residencias, pero recuerden que nuestras niñas y niños todavía pueden ser salvados. No los abandonemos. Nos necesitan, a todos y todas, como sociedad, juntas, unidos, por nuestra infancia.

Paremos el SAP. Es un deber social proteger a TODA nuestra infancia.

Fuente estadística: Kevin Lalor y Rosaleen McElvaney, "Overview of the nature and extent of child sexual abuse in Europe" in Protecting children from sexual violence – A comprehensive approach. Estrasburgo: Ediciones del Consejo de Europa, 2010.

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