Otras miradas

Libertad y Salud Pública: Un apasionado encontronazo sin protección

Ander Jiménez Cava

Politologo

Un exconcejal de izquierdas critica en las redes sociales que se les llame chivatos a quienes recriminan desde el balcón a los que se saltan la cuarentena. Dice que la recriminación vecinal es un acto de responsabilidad social y de cuidado colectivo. Al que se salta la cuarentena lo identifica como un esquirol, que por individualismo pone en riesgo la salud de todos. El que reprocha desde el balcón, sigue, está ejerciendo un acto de solidaridad con la gente más afectada, un acto de vida, tal y como lo él lo llama. Incluso si avisa a la policía. Para una vez que la policía multa al esquirol, aprovechémoslo, apela.

Plantea una discusión interesante en torno a los límites de la libertad. ¿Se puede invocar a la libertad cuando hay un riesgo latente de enfermar y provocar la muerte de tus vecinos? La respuesta corta es No. Pero recordemos que estamos hablando de la libertad de andar por la calle, de salir de tu casa. No existe libertad más elemental que esa, más material. Por eso para dirimir este debate creo que hay que calibrar qué peligro real provoca qué tipo de acción concreta. Alinearse ciegamente con lo que expresa la Ley supondría renunciar a la Razón. O en todo caso admitir que el Pueblo no está preparado para actuar responsablemente y necesita ser custodiado mediante una maniobra autoritaria. Lo que es una triste posibilidad.

Concretamente. Mujer que sale a correr: prohibido; Cien personas en un supermercado: permitido; Pasear al perro solo y por el monte: prohibido; Trabajar con otros doscientos compañeros sin las oportunas medidas de seguridad: permitido y de obligado cumplimiento. Creo que este puñado de ejemplos basta para representar el arbitrio de la Ley. El Estado tiene una estrategia de pesca de arrastre, quizá porque su propia naturaleza le impide tener otra. Oye, pero comprar comida es necesario, dirán algunos. Yo me pregunto cuánta gente realmente NECESITABA ir a comprar comida, y qué porcentaje de la población podía haber aguantado dos semanas racionándola sin ponerse en peligro ellos ni a los demás, en esos verdaderos focos de infección que son los supermercados. Si se trata de la muerte de los vecinos, quizá podíamos aguantar un mes con pan duro y conservas. No sé, digo yo.

Los términos también son importantes. Al que se salta la cuarentena le llama esquirol. No. Esquirol es el trabajador que no se adhiere a una huelga. No se puede estirar tanto la cuerda y afirmar sin evidencias que quien se salta la cuarentena no se interesa por el bien colectivo, va a lo suyo, y por tanto es un esquirol. No se puede rebuscar una (supuesta) característica común entre dos realidades diferentes y decir que se trata del mismo fenómeno; es una falacia lógica, y de falsa equivalencia. Yo podría afirmar del mismo modo que el que rompe la cuarentena es como el huelguista que transgrede la Ley buscando unas mejores condiciones para su bienestar. Estaría mintiendo. Estaría haciendo una deducción interesada y sin fundamento. Por otro lado, un chivato es un delator, un acusador. Puedes defender que en determinadas circunstancias el chivato actúa correctamente y con responsabilidad social, pero incluso en ese caso el término chivato está bien utilizado para referirnos a él.

Este exconcejal defiende que los vecinos llamen a la policía para denunciar a quien rompe la cuarentena, obviando las consecuencias: en primer lugar, que las multas son sanciones económicas y como tales tienen un sesgo de clase, puesto que a los ricos siempre les sale mucho más barato cometer delitos de ese tipo, es un hecho. Y segundo y más importante, es que en estas circunstancias, al acudir la policía existirá un riesgo exponencial mayor de contagio en el proceso de identificación, detención, etc. Parece que el único pretexto para defender la actuación policial es como medida intimidatoria, para que no lo hagan los demás. Esta sería una respuesta basada en el miedo para atajar el problema, y sería contraproducente si lo que queremos es una comunidad de iguales cuyos lazos solidarios emanen de la voluntad libre y consciente.

Como he dicho antes, creo que la solidaridad tiene que estar fundamentada en una convicción de justicia, no en los bajos instintos como la envidia y el "y tú más". Algo que se intuye cuando se habla de "jetas" y se oyen comentarios del tipo: Nosotros aquí encerrados y ese paseando al perro por ahí, o, yo hice la compra para toda la semana y ese hombre ha pasado tres veces esta mañana, etc. Pero nadie, ni en el mismo barrio, conoce la realidad personal de todos sus vecinos ni posee la información suficiente para juzgar al prójimo, a no ser que exista una evidencia incontrovertible (una fiesta, una declaración verbal, etc.). En esta crisis, el confinamiento combinado con las noticias alarmantes y alarmistas, provoca en mucha gente un trastorno mental de ansiedad o de estrés, y necesita salir de su casa. Pero muchos no tienen prescripción médica para ello por tratarse de una situación imprevista. Hay gente que necesita un paseo terapéutico para no sufrir un ataque de pánico. Y además, estas personas son las que menos pondrán en riesgo la salud colectiva, siquiera por hipocondría. Pero claro, como algunos nunca se han visto en esa tesitura, ni lo entienden, ni lo toleran. Y prefieren denunciarlo.

El miedo es un instrumento incontrolable que en situaciones complicadas hace que unos vecinos acusen a otros, se genere un clima de paranoia colectiva, se inventen enemigos imaginarios, y se acaben cometiendo injusticias muy graves contra personas inocentes. Es el caldo de cultivo de cualquier sistema totalitario y en él se apoyan los déspotas para mantener su hegemonía. Hoy, mucha gente de izquierdas opina que el control social total es una medida que favorece al común; mientras las libertades políticas serían una desviación individualista y pequeño burguesa. Pero los desviados son ellos porque creen en ese control social en un marco de democracia liberal, donde la libertad de comercio de las grandes empresas no ha sido apenas restringida; pero la realidad del obrero es la del convento de clausura.

Honestamente he de decir que creo firmemente en esta diatriba que acabo de hacer. Sin embargo, sería un hipócrita si no reconociera la posibilidad de que si fuera alguien querido por mí el que terminase contagiado, matizaría mucho e incluso, quizá, cambiaría algunas frases aquí expresadas. Lo que me hace reflexionar sobre mi capacidad de empatía a la hora de expresar mis opiniones políticas. Pero por otro lado, creo que es insalvable el hecho de que pensamos y sentimos (por eso escribimos) desde la testaruda subjetividad humana. Un abrazo y toda mi solidaridad con todas las personas que están peleando y con quienes están sufriendo.

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