Otras miradas

Hacia el norte invisible

María Márquez Guerrero

Diputada de Unidas Podemos por Sevilla

"Permítanme aseverar mi firme creencia en que nada debemos temer sino el miedo en sí"
F.D. Roosevelt

El discurso político es por naturaleza polémico, porque supone el enfrentamiento de diversas posturas en torno a un mismo asunto. De aquí se deriva necesariamente una tensión, que subyace siempre en este tipo de textos, estén o no explícitamente presentes los contrarios. Igualmente cierto es que, desde que nació la Retórica en el siglo V a.C., la verdad fue desplazada por la verosimilitud, auténtico objetivo del discurso político, pues la finalidad de la retórica política es el poder, y para alcanzarlo muchas veces son más eficaces las falacias que los silogismos (B. Gallardo-Paúls y S. Enguix). Lo llamativo hoy no es la difusión de contenidos no contrastados, o la utilización de las emociones -también aconsejadas por la retórica clásica, aunque muy limitadas en su uso- sino la propagación por las redes sociales de infinitas mentiras, enunciados sencillos cargados de violencia que, una vez contrastados y comprobados como falsos, no suelen ser desmentidos. Por poner solo un ejemplo, baste el tuit del eurodiputado Herman Terstch:

"¿Esto será cierto? No puedo garantizarlo. Sí les aseguro que es verosímil y que creo que hay que leer esta carta. ¿¿Dos ambulancias con dos respiradores en casa de Iglesias y Montero??" (14/03/2019).

De nada sirvió que la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid lo negara; el tuit seguía difundiéndose, semanas después del desmentido, a la velocidad del rayo; incluso, la misma negación servía para reforzar la difusión de una noticia que dejaba flotando mil sospechas en el aire. Sería interminable la lista de los coronabulos difundidos, a veces de manera perfectamente organizada y sincronizada, procedentes de cuentas creadas ad hoc por parte de los adversarios políticos. Pero no es ahora el momento de analizar los disfraces de la mentira, ni de ver qué estrategias se han utilizado para construir ese discurso del odio, una violencia verbal que solo ha potenciado nuestra incertidumbre, el desamparo y la rabia, precisamente en momentos tan críticos en los que necesitábamos justo lo contrario: sosiego, seguridad, protección y certidumbre.

De todos es conocido que el miedo es un arma de control muy poderosa. Se ha utilizado desde siempre por parte de regímenes totalitarios como herramienta para crear una conciencia sumisa. Inducirlo es una forma muy básica de neutralizar nuestra energía rebelde e indagadora, porque ante la amenaza de empeorar, "mejor nos quedamos como estamos". El miedo como poderosa herramienta de dominación ha sido estudiado por psicólogos y sociólogos; la Teoría del Shock, de Naomi Klein, es uno de los ensayos más conocidos. Para ello, nada mejor que crear un enemigo común, que actúe como chivo expiatorio contra el que dirigir toda la frustración y la rabia de nuestra identidad deteriorada por crisis económicas, naturales o sociales. Es exactamente lo que está haciendo la derecha extrema en nuestro país, nada menos que en tiempos de máxima emergencia sanitaria. La falta de humanidad que supone rentabilizar políticamente la crisis sanitaria  habla por sí misma.

Pero ¿qué funcionalidad tiene hoy esta retórica del odio? La primera respuesta que, seguramente, a todos se nos ocurre es que obedece al interés de desestabilizar al Gobierno y hacerlo caer, tal como explícitamente lo han solicitado representantes políticos de VOX y del PP. Precisamente todos esos mensajes de odio vomitados en las redes tendrían la función primera de legitimar esta aspiración; para ello, se habría empezado por degradar al adversario, cosificarlo o deshumanizarlo. Bueno, de hecho, se ha presentado al "Gobierno socialcomunista" como "criminal" y "asesino", directamente culpable de todo el dolor y la muerte, y también de la angustia ante la incertidumbre de la crisis económica que se avecina.

Pero más allá de este objetivo primero, el odio, y el miedo que concita, con su cortejo fúnebre de alaridos y sombras, pretenden ocultar las infinitas posibilidades de crecimiento que esta crisis abre en nuestra vida social, porque hemos aprendido muchas cosas en estos larguísimos días de confinamiento y de dolor; por ejemplo, que las profesiones más valiosas para conservar con calidad y dignidad nuestra vida suelen ser las peor reconocidas y remuneradas: enfermeras, médicas, auxiliares, celadoras, camioneras, cajeras..., personas que entregan su energía y su tiempo para cuidarnos y que suelen vivir en una situación de lacerante precariedad. Hemos aprendido que lo común es lo que más nos protege, y que tejer redes de apoyo mutuo puede ser nuestra salvación. No los poderes globales e invisibles del mercado, ni toda esa riqueza privada ingente, sino lo próximo y lo público, eso es lo que nos sostiene y lo que nos levanta: #SoloElPuebloSalvaAlPueblo decía uno de los hashtag más utilizados en las redes. En estos días de doloroso encierro, hemos madurado y nos hemos transformado sacando de nosotras mismas lo mejor que tenemos. Ya sabemos qué no queremos –la privatización de los servicios públicos, una política de buitres desalmados desmantelándolos- y hacia dónde nos dirigimos, cuál es nuestro norte, todavía invisible: el reforzamiento de todo lo común y de lo público.  Para ello, necesitamos cambiar el modelo productivo; un "horizonte verde" puede guiarnos: la transición ecológica, que supone industrialización e inversión en energías renovables, así como un "horizonte morado", la inversión en los cuidados, sectores capaces de generar riqueza y puestos de trabajo sin destrozar el planeta.

Claro que esta necesidad de reforzar lo común tendrá que ir acompañada necesariamente de la implantación de una fiscalidad justa y progresiva, tal como se recoge en el artículo 31.1 de nuestra Constitución; una fiscalidad que acabe con la ínfima contribución de las grandes sociedades, de los grandes patrimonios, de las entidades financieras...; una justicia fiscal que termine para siempre con el fraude de las sociedades offshore  y de los paraísos fiscales.

El virus será vencido con el trabajo de todas esas personas a las que no olvidaremos y por las que lucharemos desde las instituciones. Y entonces tocará remontar; para cuando llegue ese momento, no podemos estar temerosos y deprimidos. No podemos consentir que el miedo convierta nuestra energía transformadora en fragilidad y en pena. Tenemos que esperar ese momento con toda nuestra determinación y nuestra fuerza.

Porque no es al Gobierno de coalición a quien apuntan: el odio y el miedo van contra la redistribución de la riqueza, contra la justicia fiscal, contra poner límites a los abusos en las contrataciones temporales, a los falsos autónomos, a los falsos becarios...; van contra las medidas que combaten la precariedad, la desigualdad y la pobreza. Apuntan directamente al corazón, no de Sánchez o de Iglesias, sino de nuestro derecho a una vida segura, digna y de calidad. Frente a ellos, no existe un arma más poderosa que la esperanza. No perdamos el tiempo defendiéndonos, empecemos a imaginar el mundo que deseamos; por ahora es suficiente. Ya lo decía Antoine de Saint-Exupéry: "Si quieres construir un barco no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo; primero has de evocar en los hombres el anhelo del mar libre y ancho".

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