Otras miradas

La pandemia que no permite ver el bosque

Asier Blas

Director del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad del País Vasco, UPV/EHU, y miembro del grupo de investigación Geopolitikaz

Gabirel Ezkurdia

Politólogo y miembro del grupo de investigación Geopolitikaz

Las dramáticas consecuencias humanas que ha generado el covid-19 no deben impedirnos ver el bosque. La crisis sanitaria que comienza en otoño de 2019 se da en un escenario internacional muy concreto: la guerra comercial entre EEUU y China. Esta tensión se enmarca en un contexto de repliegue forzado de EEUU ante la influencia creciente de otros países del ámbito internacional.

Al fracaso de las políticas intervencionistas en Oriente Medio y Afganistán hay que añadir la crisis del petróleo como acelerador del final de la hegemonía de EEUU. La caída de la referencialidad del petrodólar se ha acentuado en plena crisis pandémica lo que supone un grave problema para los países occidentales, pero muy especialmente para EEUU con una ingente deuda pública y un déficit estructural, ambos sufragados desde la década de 1970 por todos los países del mundo al tener éste "la máquina de hacer dinero".

Esta situación previsible, enmascarada bajo la repercusión de la Pandemia, es directamente proporcional al reajuste de los patrimonios de las corporaciones que ven como China se coloca en posición de preeminencia en muchos consejos accionariales y protege su posición gracias al valor real de sus activos económicos reforzados además por su control del 5G y las derivas tecnológicas subsiguientes.

Así la crisis sanitaria ha creado las condiciones perfectas para tapar un contexto regresivo previsto. "Quita hierro al asunto" y, además, es el chivo expiatorio perfecto para "explicar de modo plausible" el desastre económico en ciernes.

La gestión ante la pandemia ha sido esclarecedora, ha desnudado aún más si cabe los criterios a-ideológicos de los gobernantes. Reyertas barriobajeras entre gobiernos por el control del mercado de mascarillas y respiradores explicitan que el "sálvese quien pueda" está por encima de alianzas, diplomacias, principios y demás.

Las ayudas brindadas por China, Rusia o Cuba demuestran que el orden geopolítico vigente en Occidente tiene los pies de barro. Las dependencias y las carencias occidentales respecto a China y Asia en general han quedado al desnudo, evidenciando que el modelo neoliberal ha fracasado frente a modelos intervencionistas con fuertes sectores públicos al servicio de la economía productiva. Una vez más, frente a la ilusión financiera es la economía real, la productiva, la que se revela como la necesaria: el dinero no se puede comer.

Sin embargo, una vez más corremos el peligro de no haber aprendido la lección. En 2016 Larry Fink del fondo de inversiones Blackrock recordaba que antes de comprar acciones hay que ver "sangre en las calles". Los grandes beneficiados de la gestión que se ha hecho de la Pandemia son las grandes corporaciones supranacionales y los fondos de inversión.

Solo las grandes empresas con músculo se aprovecharán del mercado de saldos en el que se convertirán las PYMES, reforzando las tendencias monopolísticas y concentrando el capital. Ni que decir que las carteras de los fondos buitre harán, otra vez, su agosto en el mercado inmobiliario y financiero. Al igual que Amazon, Glovo, Netflix... están ahora en máximos históricos. El mercado es de ellos, ellos están ganando esta "batalla contra la Pandemia".

Socialmente el confinamiento ha supuesto una situación distópica de sopetón que ha cogido a contrapié a agentes sociales y económicos. De un día para otro se ha impuesto la reclusión masiva sin debates, sin contrapropuestas, por decreto y manu militari. Pocos auguraban a primeros de marzo algo así.

El shock social y económico permite educar de "forma exprés". La gente asume sin rechistar el trabajo telemático, las compras online y las relaciones cibernéticas bajo la idea de qué reclusión en el hogar "es seguridad" ante "el mal" omnipotente en las calles.

La distopía se hace realidad. Miles de pequeños negocios desaparecerán ante una monopolización de las grandes compañías. Esto junto a una brutal proletarización de la "clase media" será el contexto en donde se reseteará y adaptará definitivamente lo que conocemos como sociedad de consumo al nuevo contexto que se avecina. El Consumo se exclusivizará para las élites adineradas que opten por experiencias presenciales más seguras (compras y restauración) que la gran mayoría deberá disfrutar "a granel" en internet y en franquicias sin alma. Nos dirán que será más fácil (y seguro) vivir "desde" casa, ya que todo nos lo traerá Glovo, Amazon o cualquier otra compañía, y tendremos un sinfín de productos audiovisuales y culturales para consumir gratis o a precios bajos.

Pagaremos sin dinero. El uso tarjetas y apps será el golpe final para las economías de subsistencia (que no para los grandes defraudadores) y un salto fundamental a un Mega Big Data que monitorizará, aún más, patrones de consumo, conductas, confidencias... mientras cada vez estamos más "en casa", vivimos en ella.

Fundamental es y será "el orden" y la sumisión a éste. El estado de Alarma ha sido un buen termómetro. La "securocratización" de la "Sociedad Civil" implementará, como vemos, un desaforado papel coercitivo de los servicios de seguridad, dique ante el posible "descontento social" y posibles focos de resistencia periféricos, supervivientes a la pobreza: el creciente lumpen-proletariado.

Las instituciones políticas, las patronales incluso algunos sindicatos exacerbarán su papel subalterno a los Grandes Fondos y Corporaciones, gestionando el mercado laboral o los derechos civiles al albur de los intereses de éstos. Así y sin remisión, la sumisión de las políticas públicas a las directrices y necesidades de "los mercados" seguirá permitiendo el expolio por parte de la iniciativa privada de los fondos públicos en la medida de que estos sean "el colchón" que corrija los "defectos "de ese "mercado que se regula por sí mismo".

Un colchón que acelerará la implantación de nuevas fórmulas como la extensión de una renta de garantías mínimas para hacer frente a los conflictos sociales. No es descartable que en el experimento acabe por imponerse la aproximación neoliberal. Robert Skidelsky explicaba que Milton Friedman "propuso un ‘impuesto negativo sobre la renta’ por el que las personas que ganaran menos de cierto mínimo recibirían ingresos complementarios del Estado, en vez de pagarle impuestos. La idea era sacar a las personas del paro y ponerlas de nuevo a trabajar". Precisamente, porque a pesar de la robotización, la necesidad de trabajo va a seguir siendo alta como estamos viendo estas semanas, la cuestión es que será un trabajo mayoritariamente mal remunerado como vemos en el sector de los cuidados o el de las cadenas de alimentación.

Es en éste contexto donde se evidenciará con horror cómo la pérdida de la soberanía de lo público sobre lo privado será el cimiento para deconstrucción política de los Estados por una suerte de "gestoras" de consumidores. No obstante, existen dos elementos determinantes para afrontar con éxito colectivo las pesadillas distópicas, muchas desgraciadamente hoy vigentes.

Debemos afrontar una imperativa reflexión sobre la Soberanía Nacional como remedio ante las injerencias exógenas. Los modelos intervencionistas con primacía de lo público y supeditación de lo privado al Estado, han demostrado con éxito que no solo se puede vencer a la pandemia, sino que además es posible otra lógica social. Una lógica en la que impera el interés colectivo sobre el individual, una dialéctica que prioriza el bien comunitario sobre el espurio interés egoísta. Una lógica que refuerce la vertebración de estructuras de Estado que mitiguen el poder omnívoro de los Mercados y otros actores, protegiendo el entramado público, blindando sus recursos como eje central de desarrollo social y económico para evitar que sean expoliados como fondos de rescate privado. Ese es sencillamente el antídoto, la vacuna que necesitamos.

Tanto la Soberanía como el carácter social del estado son los ejes que garantizan las estructuras democráticas que permiten la participación popular en las decisiones, la vacuna que necesitamos ante el salvaje empuje del Capital monopolístico. El diagnóstico está hecho, el virus es el covid-19, la pandemia: el capitalismo.

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