Otras miradas

Pandemias endémicas y hogares globales

Luis Moreno y Raúl Jiménez

Profesor de Políticas Públicas, IPP-CSIC, y Profesor Cosmólogo ICREA-UB e Imperial College

Una mujer sentada en un balcón de su domicilio, durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus, en Madrid. REUTERS/Susana Vera
Una mujer sentada en un balcón de su domicilio, durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus, en Madrid. REUTERS/Susana Vera

"El hombre es un animal de cercanías"
Francisco Murillo

Y cuando acabe el Coronavirus, ¿qué? ¿Volveremos a la situación anterior? Está muy extendido entre las gentes el convencimiento de que la pandemia pasará al baúl de los recuerdos. Un baúl de malos recuerdos por su crudeza y efectos socioeconómicos. Pero, ¿de verdad los procesos sociales reemprenderán su curso ‘normal’ como antes de 2020? Nuestro vaticinio es un rotundo "no". El impacto de la crisis de la crisis está siendo tan profundo que pocos procesos volverán a sus rutinas anteriores. El confinamiento habrá cambiado la actitud de las personas respecto a casi todo, y habrá afectado muy especialmente a la dimensión territorial de la vida social. Aun cuando la reclusión domiciliaria cese tras las diversas fases de desescalada que se anuncian, nuestro ‘chip’ existencial tendrá que ajustarse a las nuevas realidades.

Y es que como bien aseveraba Francisco Murillo, nuestro malogrado maestro politólogo, y cuya cita se reproduce al inicio de este artículo, el ciudadano en su condición de ‘animal de cercanías’ ha dispuesto en la inmediatez de su morada de un acceso fácil, directo y rápido a un sinfín de informaciones y productos generados desde los cuatro puntos cardinales planetarios. El ordenador personal, y muy especialmente el teléfono inteligente (smartphone), han provisto de una ventana instantánea y permanente al mundo exterior desde el ámbito más íntimo y hogareño. El propio Immanuel Wallerstein, pionero en la conceptualización global frente a los análisis estatalistas y parroquiales de los países, ya resaltó la importancia de los hogares en la futura configuración de las relaciones socioeconómicas y como unidades básicas del sistema mundial. El confinamiento ha evidenciado en manera inapelable la optimización comunicacional de todo tipo de actividades culturales, económicas y de entretenimiento. ¿Qué habríamos hecho (hacemos) sin nuestros móviles?

Indudablemente, la consecuencia de más largo alcance socioeconómico de la inacabada crisis del Covid-19 es el teletrabajo. Poco plausible parece que las cosas vuelvan a ser como antes, una vez que se haya desarrollado la vacuna, lo cual confiamos sea lo antes posible aunque no es posible garantizarlo, como ha sido el caso del SIDA. En este artículo ponemos el acento en el eventual desarrollo y optimización de las redes de ciudades, una propuesta avanzada ya hace años, pero que cobra renovado interés en conjunción con la progresiva digitalización y robotización de nuestras democracias.

Tradicionalmente se ha insistido en la ventaja comparativa de las ciudades como economías de aglomeración. Con la extensión, e intensificación, de la comunicación global en la red (World Wide Web), las ciudades pueden optimizar los recursos cibernéticos, lo que a su vez puede determinar en buena medida un urbanismo municipal de ‘rostro humano’ con la optimización de las economías en red. Las SOHO (Small office/home office) son negocios pequeños gestionados mediante teletrabajo domiciliario con potenciales beneficios para la conciliación familiar, los efectos perversos de los desplazamientos en coche, el tipo de vivienda a promocionar, o la facilitación del intercambio cultural en red, pongamos por caso.

Como se ha reiterado respecto a las ‘leyes universales’ de las ciudades, la interacción entre los habitantes de las urbes induce a un mayor crecimiento de la riqueza y la información en contraste con el mundo rural. El argumento es simple: cuanto más se desarrolla la red de conexiones, más fácil es generar conocimiento y riqueza. Esto se ha asociado tradicionalmente con el crecimiento de la población urbana. Es decir, los empleos aumentan en las ciudades y decrecen en el territorio ‘vacío’ de los países.

Sucede también que la pandemia del Covid-19 ha cuestionado la visión de las ciudades densas, ya que se relacionan con los peligros de la expansión exponencial de enfermedades. A diferencia de lo que ha sucedido en grandes urbes como Edimburgo -durante años ciudad de residencia de los autores de este artículo-- y ejemplo de ‘buena práctica’ urbanística y muy propicia para el desarrollo de las SOHO antes mencionadas, existen otras metrópolis hiperdensificadas como Hong-Kong, Nueva York-Manhattan o L’Hospitalet de Llobregat (con una densidad de población 10 veces mayor que la ciudad de Edimburgo), donde pandemias y otros efectos perversos del último desarrollo capitalista global pueden convertirse en endémicos (si no lo son ya). Ante tal escenario, la alternativa obvia es promocionar el teletrabajo para aquellas actividades que espacialmente lo permitan. Un ejemplo reciente lo ofrece la tecnológica Twitter que ha emplazado a sus empleados a trabajar ‘a distancia’ de por vida, si la naturaleza de su actividad lo permite (aproximadamente el 80% de su fuerza laboral). El gran beneficio para estos empleados es que pueden abandonar el congestionado y super costoso Sillicon Valley californiano y residir en lugares menos densificados. El estado de Vermont en EE.UU. (el equivalente a nuestra Soria o Teruel) ofrece incentivos económicos a aquellas personas que se hacen residentes en el estado y desde allí trabajan a distancia.

En una ciudad menos densificada, con hogares y ocupaciones en red, una buena parte de las actividades de índole económica y las culturales de naturaleza familiar, pueden realizarse distanciadamente. Ello beneficia, por ejemplo, a la reducción de la contaminación generada por la combustión de combustibles fósiles y es un incentivo a que haya una mayor igualdad de género efectiva con el reparto más equitativo de las tareas domésticas. Es deseable, por tanto, un gran impulso de desarrollo tecnológico que permita la ‘virtualización’ de todo aquel trabajo que no requiera presencia física fuera del hogar global. Los servicios bancarios ya son prácticamente ‘remotos’, proceso que debería completarse para eliminar la necesidad de desplazamientos a las sucursales de las entidades financieras. Es estimulante al respecto constatar el esfuerzo de innovación tecnológica y digitalización de una de las entidades lideres españolas. Sirva ello de ejemplo aplicable a una diversidad de actividades tales como gestiones administrativas, trámites oficiales ante la administración pública, viajes o educación superior de posgrado, por citar algunas de ellas.

La generación de redes debe mantenerse activa y para conseguirlo es necesario seguir investigando en tecnología e innovación. Así se mejorarán las conexiones virtuales entre las poblaciones más deslocalizadas y ‘vacías’ y los centros de población hiperdensificados. Por paradójico que pudiera parecer, ello será una consecuencia benigna de la irrupción del maligno Coronavirus. Y es que, como reza el viejo adagio, no hay mal que por bien no venga.

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