Otras miradas

Incendios en Australia, tormenta DANA, covid-19 y crisis económica. ¿Qué nos dicen cuatro sucesos extremadamente raros en pocos meses?

Luis González Reyes

Miembro de Ecologistas en Acción

Un rayo cae durante el paso de la tormenta DANA por Baleares. EFE
Un rayo cae durante el paso de la tormenta DANA por Baleares. EFE

En lo que va de año (y no va mucho) hemos vivido cuatro fenómenos absolutamente excepcionales:

Incendios en Australia. Los incendios en Australia han sido de una magnitud en extensión y en virulencia extremadamente inusual en los últimos 12.000 años. Detrás hay varias causas, pero sobre todas destaca el cambio climático.

Cuando los veíamos desde nuestras pantallas, en general pensábamos: "esto no nos va a pasar aquí". Y nos equivocamos. Las probabilidades de que se produzcan incendios de este tipo en la Península son cada vez más altos.

También flotan ideas (tal vez inconscientes) del tipo de "esto no es tan importante". Y nuevamente nos equivocamos, pues los bosques cumplen muchas funciones ecosistémicas absolutamente centrales para el sostén de nuestra existencia.

Tormenta DANA. La tormenta que hundió por la nieve los invernaderos de Almería y destrozó la infraestructura costera de Levante es de esas extremadamente extrañas. En este caso, detrás no hay muchos fenómenos, sino fundamentalmente uno: el cambio climático.

Los pensamientos mayoritarios a nivel social pudieron parecerse a: "esto no se va a volver a repetir". Es un pensamiento erróneo, pues los escenarios de calentamiento global hacen que su frecuencia será cada vez sea mayor. De hecho, es probable que podamos vivir más de una tormenta de este tipo encadenadas, con todo lo que ello implica.

Las sociedades también hemos tenido la expectativa de que "esto lo podemos arreglar", que con cemento y máquinas pesadas se reparan las infraestructuras sin mayor problema. En realidad, es un pensamiento que no entiende el momento de crisis múltiple en el que estamos, ni las capacidades limitadas del ser humano, ni los impactos de un cambio climático que va a seguir agravándose aunque tomemos las medidas más drásticas de reducción de emisiones (y si no las tomamos, obviamente se agravará más y más rápido).

Pandemia de COVID-19. En noviembre de 2019, no pensábamos que una pandemia iba a parar medio mundo. Incluso cuando paró China, seguimos pensando que eso nunca sucedería aquí. Pero ha sucedido. Detrás vuelve a haber muchas causas, pero una determinante es la degradación ecosistémica masiva que sufre el planeta.

Ahora los pensamientos mayoritarios ya son distintos a los de los incendios y la DANA (y creo que mucho más acertados): "esto sí es importante", "esto nos puede volver a pasar" y "esto no está nada claro que lo podamos arreglar".

Crisis económica. En 2007/2008 se inició una de esas crisis económicas profundas del capitalismo que suceden una vez cada siglo. La anterior había sido el crac de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930. Tan solo 12 años después tenemos otra crisis sistémica profunda. Es más, una crisis que todo apunta a que va a ser de mayor calado. Para explicarla, una vez más, tenemos que usar distintas causas. Una mucho más determinante de lo que la mayoría de personas cree es haber alcanzado el límite máximo de disponibilidad de petróleo.

Sorprendentemente, los pensamientos sociales se pueden parecer a esto: "esto pasará, podemos reactivar el crecimiento".
Esta crisis económica, que en realidad es continuación de la de 2007/2008, no va a pasar porque es parte de un proceso imparable de degradación de nuestro orden socioeconómico. Esta degradación tiene detrás (entre otros factores) el cambio climático, la degradación ecosistémica y la reducción en la disponibilidad material y energética. Lo que estamos viviendo en estos pocos meses del año no son una acumulación de casualidades increíbles, sino indicadores claros de que estamos asistiendo al colapso del capitalismo global y de la civilización industrial.

Un colapso socioeconómico y ecosistémico no es un hecho súbito, algo que suceda de golpe como el desmoronamiento de un edificio. Sino un proceso que dura décadas. Habrá momentos de cambios rápidos, como este 2020, otros más lentos e incluso otros (temporales) de vuelta a estadios anteriores. Probablemente, nos iremos acostumbrando a "nuevas normalidades" cada vez más alejadas de lo que vivimos a principios del siglo XXI (y no precisamente en el sentido de un desarrollo ultratecnológico).

Esto no es una suerte de "determinismo ambiental". Una cosa es que haya órdenes sociales imposibles por las condiciones ambientales existentes en el futuro cercano (por ejemplo, sin petróleo en abundancia no es factible mantener grandes urbes) y otra muy distinta es cómo serán esos órdenes sociales posibles, que están totalmente abiertos. Es más, están más abiertos de lo que lo han estado en los últimos dos siglos, al menos.

En este proceso, las convulsiones sociales van a ser muchas y el sufrimiento de amplias capas de la población está casi garantizado. Por ello, una apuesta por la justicia y al democracia tiene más relevancia ahora que nunca.

Con la pandemia de COVID-19, hemos vivenciado que lo que creíamos imposible está sucediendo. Los aprendizajes que hemos tenido, desgraciadamente a golpe de shock, han sido muchos y ricos. Hemos aprendido que para vivir necesitamos muchísimo menos que lo que nuestro entramado produce. Hemos descubierto que se puede poner el cuidado de la vida por encima de la generación de beneficios. Hemos vivenciado como en realidad sí se puede parar la economía. En todo caso, son aprendizajes frágiles, como están mostrando muchos de los pensamientos que afloran sobre la crisis económica y que, por lo tanto, necesitamos fijar.

Fijar un aprendizaje requiere aplicarlo de manera rutinaria en el orden social. Esos órdenes, inevitablemente, van a ser locales, integrados en el entorno (o, dicho de otra manera, basados en una economía agraria, no industrial) y con un consumo bajo de materia y energía. No hay planeta que soporte otra cosa. Para que se articulen además alrededor de la justicia y la democracia, necesitamos transformaciones urgentes y estructurales en la economía española (y mundial).

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