Otras miradas

Boris Johnson, emperador desnudo

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

El primer ministro británico, Boris Johnson, aplaude frente al número 10 de Downing Street, en apoyo a los sanitarios, durante la pandemia del coronavirus. REUTERS/Hannah Mckay
El primer ministro británico, Boris Johnson, aplaude frente al número 10 de Downing Street, en apoyo a los sanitarios, durante la pandemia del coronavirus. REUTERS/Hannah Mckay

"Britain has discovered what it is like to be governed by the British Empire" (Gran Bretaña ha descubierto lo que es ser gobernada por el Imperio Británico). Además del gracejo del juego de palabras, el chascarrillo describe un modo tramposo y chabacano de hacer política en las Islas Británicas y, especialmente, en una de sus naciones constitutivas: Inglaterra (con un peso demográfico de alrededor del 85% del total del Reino Unido). Y es que ahora ya es vox pópuli cual fue la principal razón de peso en la mayoría mínima del voto popular en el referéndum del 23 junio de 2016 a favor del abandono del UK de la Unión Europea. Y no fue otra que fue la de recobrar la épica y categoría de superpower que gozó el Imperio Británico después de Waterloo. Poco importa que tras el Brexit el icónico bulldog se haya convertido en un perrito faldero (lap dog) del Tío Sam. Todo haya sido por ganar protagonismo en el concierto mundial de los países, pese a la monstruosa desnaturalización de tratar de castrar su europeísmo innato.

Se justificó entonces que el principio democrático de la mitad más uno, legitimaba el desenlace inevitable del Brexit. Todo (casi todo) en la vida política británica se lleva a efecto aludiendo a un civismo y unos principios democráticos que la politeya británica ha reclamado como propios en tiempos contemporáneos. Civismo y principios que han quedado seriamente cuestionados tras el escándalo protagonizado hace unos días por Dominic Cummings, quien realizó con su coche un viaje desde Londres saltándose las reglas del confinamiento indicadas para el resto de la población británica.

Tras desatarse la indignación en los medios de comunicación y en las redes sociales, el primer ministro británico salió al rescate del proceder de su gran consejero áulico (spin doctor), a quien ha defendido en su decisión de saltarse las normas avaladas por él mismo. La reacción popular (al menos la no-imperial) ha sido furibunda, subrayando la gran contradicción que supone que las normas no sean aplicables a todos por igual. Cummings alegó que auxiliar a su hijo era causa de fuerza mayor, lo que para los otros ciudadanos plebeyos del Reino Unido no hubiera sido suficiente para abandonar sin previo aviso el confinamiento impuesto a causa del Covid 19.

Así pues, ¿qué ha quedado de aquella máxima, manners before morals (la educación antes que la moral), tan enraizada en un ideal de comportamiento entre las gentes del gran país insular? Después del enésimo escándalo protagonizado por el inefable (señalen ustedes aquí el calificativo de su preferencia) Boris Johnson, el cinismo no ha hecho sino acrecentarse en la actitud popular. Todo sea en pro de mantener la aspiración a ser un país importante, casi imperial, y defender lo indefendible.

Boris ya se quedó muy resentido políticamente al proponer en los primeros días que dejó sentir sus efectos letales el coronavirus la estrategia de la herd immunity (inmunidad de rebaño) Es decir en palabras simples, el plan de no hacer nada. Ya se inmunizarían los británicos de manera natural como si de otra gripe estacional se tratase. Sólo había que dejar pasar el tiempo para que la salud pública se encargase de atender los casos graves, mientras el común de las gentes esquivaría por su cuenta la letalidad del virus. Sucede que el propio Boris, contagiado por el Covid 19, estuvo internado en terapia intensiva durante varios días y aseguró que su vida había corrido peligro. Peor suerte ha sido la de los 38.000 británicos fallecidos que ahora suponen el 21% de todos los muertos a causa del virus en Europa. El Reino Unido es el país con más fallecidos en el Viejo Continente, y está al mismo nivel que España e Italia introduciendo el coeficiente corrector demográfico. Sólo Bélgica con 82 fallecido por 100.000 habitantes los supera.

Resulta, pues, que aunque el crédito del gobierno presidido por Johnson esté bajo mínimos, los súbditos británicos no pueden mandar a casa al líder conservador aunque hubiese una mayoría mínima que lo exigiese. El sagrado principio constitucional de la soberanía parlamentaria establecido tras la Revolución Gloriosa de 1688, protege por encima de cualquier otra consideración la democracia indirecta y salva políticamente al premier británico. Si no es mediante un golpe de mano conspirativo como el que sufrió la todopoderosa Margaret Thatcher por parte de sus propios correligionarios a finales de 1990 de partido, y que la hizo dimitir tras más de veinte años como primera ministra, es difícil imaginar una salida política al emperador por muy desnudo que se haya quedado.

Más allá de las interioridades del presente liderazgo político británico, es oportuno mencionar las coincidencias respecto al liderazgo existente en la otra orilla del Atlántico norte. Donald Trump, cuyo reclamo ‘L’état c’è moi’ apunta a una renovación por otros cuatro años al frente de la Casa Blanca, es otro inefable (elijan ustedes también el adjetivo calificativo que mejor les parezca) presidente de gobierno cuya conjunción con la permanencia de Johnson en 10 Downing Street podría apuntalar la supremacía socioeconómica del neoliberalismo global de matriz anglo-norteamericana, en aparentes horas bajas como consecuencia de la pandemia.

Es la época de los líderes inefables...

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