Otras miradas

Federico…

Ana Bernal-Triviño

Periodista

Detalle de la estatua de Federico Grarcía Lorca en la céntrica plaza de Santa Ana, en Madrid. AFP/TM GANDOLFINI
Detalle de la estatua de Federico Grarcía Lorca en la céntrica plaza de Santa Ana, en Madrid. AFP/TM GANDOLFINI

Federico,

Aquí estoy de nuevo, aunque llevo días de un debate interno sobre si escribirte o no. Ya sabes que no tenía muchas ganas pero si sirve para que alguien te recuerde es motivo suficiente y único para mí. Fíjate si tenía tan poca voluntad de escribir que ayer bromeaba que con un telegrama me bastaba. "Hola, Federico. Stop. Estoy cansadita. Stop. Haz un milagrito si puedes. Stop".

Me vino a la memoria aquella frase tuya en una carta donde decías: "mi silencio ha sido necesario... me lo he impuesto yo. ¿Para qué arañar las llaguitas que tengo debajo de mi túnica?" Y es así. Hay días mejores y días en los que estoy rara. Quizás en esa sensación de vivir unos años acelerados, atropellada de proyectos, de ilusiones y comienzos, de trabajar a destajo...

Aquellas cuestiones que levantaban mariposas en el estómago están coleteando en su final.

El año pasado no te lo pude decir pero publiqué dos libros, uno con una editorial que siempre ocupaba mi biblioteca. Como tú decías, viví aquello de que "una vez el libro en la calle ya no es mío", sino de todo el mundo. Y ahí lo sigo viendo, cómo avanza solo, cómo crece, cómo lo leen y lo tratan con cariño y respeto. También me di cuenta de que queda mucho por hacer en este país, que si lo vieras hoy te daría un patatús. No es tan diferente de lo que dejaste.

Este año también conseguí mejorar en mi universidad. Dejé de escribir reportajes y me aparté un poco porque en esta profesión, llena de codazos, ya sabes que yo callo y doy un paso atrás si vienen a por mí. Escribo menos, cierto, pero tengo mi conciencia más tranquila y creo que desde la universidad conseguiré plantar las semillas para que el periodismo pueda ser algo mejor en un futuro con nuevas generaciones.

Este año también hablé mucho de ti con dos personas de las que ya te hablé, que te interpretaron o te querían. Fran, Max y yo te pensamos mucho, cada uno con nuestras cosas y formas. Por cierto, que Max me recuerda cada día más a ti, en esa vulnerabilidad tan tuya del caballito de mar que temblaba cuando la realidad le superaba. Hablábamos de ti sin saber que, de golpe y porrazo, la vida se nos pararía a millones de personas en todo el mundo.

No sé si desde donde estés sabes algo, pero aquí ha venido un virus que nos ha confinado meses sin poder salir. El mundo se paró y hoy intenta aún arrancar como puede, a medio gas. Seguro que tú hubieras escrito mucho de él pero desde lo humano. Desde el drama de pérdidas personales y el abandono de los ancianos. Desde el sufrimiento de los hombres, mujeres, niños y niñas, de las pérdidas de trabajo, del hambre. Desde cómo la pobreza ya actuaba como el peor virus desde mucho antes, semiconfinando la vida de muchas personas sin trabajo o precarias. Pero también, a pesar de todo, escribirías de las ganas de vivir aún en la adversidad. Y hubieses escrito, seguro, sobre las relaciones en situaciones extremas, sobre el amor en todas sus manifestaciones. No te imaginas la de divorcios, separaciones o uniones casi increíbles que he visto estos meses.Tú decías siempre "solo quiero amar y ser amado" y tú sabías el dolor y la dificultad de que eso sucediera. En estos meses he sentido ese lamento en algunas compañeras como amantes, esperando a quienes nunca llegarán porque ni se acordaron de ellas en esas semanas. También he tenido mis decepciones de te quieros vacíos, de planes ficticios y de mentiras, aburrida de la gente que solo te busca cuando le va bien. A ratos estoy cansada de hacerme la dura, de aparentar que no pasa nada, de hacer demasiados borrones y cuentas nuevas sin marcar líneas rojas.

Supongo que arrastro mucho del esfuerzo anterior y de estos meses. El virus mató a un alumno. Mató a un amigo, Calleja. Vi demasiadas muertes de conocidos sin saber si la próxima sería de los tuyos, como todos. Casi al final del confinamiento murió mi último tío-abuelo y fue una sensación de pena y turbia. Ya no había nadie más vinculado a la yaya. Se acabó. Fue ese golpe de ver que lo siguiente que toca son tus padres, que ya no hay nadie más antes. Que esas raíces se van deshaciendo. Y justo a los días, el corazón de mi madre nos dió un buen susto, por si ya no teníamos suficiente. Entre mi hermana y mi madre ha sido el año de los hospitales. Ante cada cosa no me permití llorar, o si venía el llanto, lo cortaba. Así que supongo que arrastro un cansancio que me hace, a veces, hacerme una bolita y encogerme. También, en el peor momento, recibí el ataque de lo que se suponían que eran compañeras, aunque qué te voy a contar a ti de compromisos, de deslealtad, sectarismo y de puñaladas por la espalda cuando das la cara. Duermo tranquila, eso sí, y no todas podrán decir lo mismo. Ese cansancio me agota, me hace estar menos activa en público y me cuesta concentrarme para leer un libro o dibujar, por ejemplo. Y en eso no me reconozco.

Estas semanas me acordaba mucho de esta frase tuya: "todo lo que nos rodea está lleno del alma de los muertos" y yo creo que tienes razón. Por ejemplo, soñé que me cruzaba con Calleja por un pasillo de TVE. Estaba más delgado, pálido y vestido de azul marino. Le pregunté si ya le habían dicho en la tele los días que vendría en verano. Y entonces, él pasó de largo por mi lado. Yo me giré y él se paró, vino hacia mí y me respondió: "que no, Ana". Y ahí me di cuenta de la verdad. Solo recuerdo que nos abrazamos llorando. Yo me desperté de ese sueño, intentando asimilar que su muerte era verdad pero que, a la vez, yo acababa de abrazarlo. Te juro, Federico, que yo lo abracé. Con la respiración entrecortada me acordé que era día 21. Justo se cumplían dos meses de su muerte. Pienso que José María se despidió de mí, ¿no crees que fue así? Tú sabes más de los muertos.

Yo creo que aparecéis muchas veces para calmarnos cuando os echamos de menos. Por ejemplo, viendo un atardecer en Cádiz, eché mucho de menos a tita. Al día siguiente, cuando fui a ver un nuevo atardecer, un chiringuito que hay en la zona puso música y sonó su canción preferida. Pienso que fue una manera de comunicarse conmigo, para que no me preocupara por ella. O tú mismo. El 20 de mayo emitieron un capítulo de una serie donde haces un viaje en el tiempo. Te advierten de que no vayas a Granada para evitar tu fusilamiento por los franquistas. Y para que tomes conciencia, te trasladan a una sala flamenca de 1979. Allí ves a Camarón cantar "La leyenda del tiempo". Tú, con tu bondad, respondes: "He ganado yo, ellos no". Y asumes con templanza tu destino con un "dejemos las cosas como están". No te imaginas lo que me calmó verte en aquella interpretación. Creo que tú dirías justo hoy esas palabras hoy. A pesar de que hoy ese odio sigue, donde las banderas quieren tapar la pobreza, donde el negacionismo quiere destruir la ciencia, donde la ultraderecha no deja respirar ni avanzar, y donde más de uno volvería a asesinarte lleno de rabia. No me gusta el mundo que veo, Federico. Ojalá me equivoque.

Amigo, tengo que irme. No te preocupes por mí porque aunque tenga días raros y donde salto de la sonrisa al llanto me acuerdo de tus palabras y me impongo "vivir con alegría, como un deber". Todo sigue, aunque no tenga sentido. Yo, a pesar de todo, no dejo de arriesgarme y de aplicarme el "carpe diem" de nuestro Walt Whitman. Recuerdo cómo lo he pasado años atrás y eso me hace tener perspectiva y consuelo. A veces podemos dirigir la vida y otras veces tiene otros planes para ti. Camarón cantaba "enamorao de la vida, aunque a veces duela". Y es así. Hay que arriesgarse a vivir. También tengo gente que me quiere bien y no juega conmigo. Y eso es bonito, tú lo sabes bien.

Mi Federico.. Sigue reviviendo en otras personas y sigue viviendo en los recuerdos de los olivos, del trigo, del almíbar de fresa y de los veleros que atrapan los sueños. Te echo de menos, lo sabes de sobra, pero siempre que reapareces, de alguna u otra forma, respiro con alivio y me dibujas una sonrisa. Y eso, aunque el día sea torcido, me da paz. Yo no te olvido. Dile a los míos que los quiero.

Te mando un abrazo apretujao desde tu Málaga, con olor a jazmín,

Ana

Pd: Seguro que si estuviéramos frente a frente me dirías: "para querer enviarme un telegrama, te han extendido de lo lindo". Te reirías de mí a carcajadas, yo me reiría contigo mientras vendrías a darme un abrazo. Yo te miraría a los ojos, te contaría que a veces me dejo llevar por el aire y te preguntaría cómo puedo dejar de ser una brizna de hierba. Tú me mirarías sabiendo justo lo que quiero decirte sin más palabras. Y entonces, como un secreto, te acercarías a mi oído para calmarme y me responderías: "Nunca dejes de serlo". 

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