Se trata de una pandemia simétrica. Ha afectado a todo el mundo, sin diferencias en los cinco continentes. Naturalmente, sus efectos han sido devastadores en aquellas comunidades de ciudadanos precarios y vulnerables, y en las personas sin un acceso básico a sistemas de salud pública y a la obtención de recursos materiales para su supervivencia. En el caso de Europa, donde se manifestaron con contundencia sus efectos tras la identificación del Covid-19 en China, la situación se ha atemperado hasta que ha llegado la presente ‘segunda oleada’ que ha pillado con el pie cambiado a sistemas de gobiernos y gobernanza, algunos de los cuales sí son asimétricos, centralizados o descentralizados.
En los dos países medulares de la UE (Alemania y Francia), modelos del jacobinismo centralista y el federalismo cooperativo, la incidencia en las cifras de contagiados y muertos varía, aunque la supuesta mayor eficiencia germana no ha evitado que los fallecidos ya sean casi de diez mil (en España son el triple, hasta la fecha). Son muchos, pero comparativamente pocos, si tomamos en cuenta el grupo que encabeza el elenco de los países con mayor letalidad ajustados con el corrector demográfico (Reino, Unido, España, Italia, Suecia y Francia). Bélgica es el primer país con gran diferencia respecto a los demás países europeos.
Por cierto, la simetría de la pandemia se ejemplifica de algún modo en el caso de la centralizada Suecia. Con un enfoque de cierta autosuficiencia, su gobierno aplicó al desatarse la pandemia a inicios del año las tesis de la ‘inmunidad de rebaño’ (herd immunity). Es decir, en palabras simples, el plan de no hacer nada. Ya se inmunizarían los suecos de manera ‘natural’ como si de otra gripe estacional se tratase. Sólo había que dejar pasar el tiempo para que su excelente sistema de salud pública se encargase de atender los casos graves, mientras el común de las gentes esquivaría individualmente la letalidad del virus. Ahora es uno de los países donde el número de fallecido han crecido proporcionalmente en mayor medida en los últimos meses.
¿Es tan importante el sistema de gobierno y gobernanza en la lucha contra el Corona virus? La respuesta es transversal y depende más de la eficacia y eficiencia de las administraciones, sean estas unitarias o compuestas. La evidencia comparativa lo certifica sin paliativos. Hay federaciones, como USA o Brasil, en las que la situación ha empeorado dramáticamente. Aunque a nivel subestatal hay ejemplos de ‘buenas prácticas’, como es el caso de la densificada ciudad de Nueva York, donde el gobernador Andrew Cuomo propició medidas efectivas. Pero ya ha avisado que podría ordenar otra vez el cierre de los bares y restaurantes en la Gran Manzana si el cumplimiento de las estrictas normas en funcionamiento no mejora.
En países descentralizados y de gobernanza multinivel, como es el caso de España, la gestión desde la instituciones públicas de la pandemia y sus efectos se ha convertido en un asunto de confrontación política. Y tal confrontación ilustra muy bien las llamadas políticas de evitación de la culpa (blame avoidance) y la vindicación del mérito (credit claiming) en la implementación de las políticas públicas en los diversos niveles estatal, subestatal y local. Ambas son herramientas analíticas que sirven para explicar con alto grado de plausibilidad lo que ahora enfrenta al gobierno central y las CCAA, especialmente en lo que hace a la evitación de la culpa.
Los políticos están motivados principalmente por su deseo de evitar la culpa de lo que entienden pueden ser medidas impopulares, en vez de tomar iniciativas que pudieran ser proactivas y efectivas para luchar contra la pandemia. Naturalmente, los estragos del virus son asunto que escapan al control integral de las administraciones involucradas. Pero la ‘negatividad’ de las prácticas de la evitación de la culpa evita la acción innovadora de políticos y políticas. Se trata, en suma, de pasarle la ‘pelota’ de la tragedia causada por el Covid-19 a las otras administraciones. Un ejemplo de tal proceder lo tenemos en el rechazo de la mayoría de la CCAA al ofrecimiento del gobierno central de apoyar el eventual establecimiento del estado de alarma en el territorio de la comunidad autónoma que pudiera solicitarlo. Se rehúye por todos los medios el aparecer ante sus electores como responsables de los ajustes drásticos que pudieran exigir tales medidas, pese a que algunas han visto elevar estratosféricamente la cifra de contagios en los últimos días.
Tales prácticas van en la dirección opuesta a los principios fundamentales de la Europeización como son la subsidiarización y la rendición de cuentas democrática (democratic accountabiliy). Algunos observadores arguyen que la recompensa –incluso electoral-- de la innovación excede las ventajas de la uniformidad característica de los modelos verticales tradicionales del ‘ordeno-y-mando’ estatalista. Es decir, cuando mayor es la necesidad por la innovación --de un nuevo problema o solución-- mayor es la lógica para que dicha función la asuma un gobierno subestatal. Pero, en realidad muchos de estos siguen las directrices centralizadas que indican las jerarquías de sus partidos. Se va, así, a las prácticas del seguidismo uniformizado para no ser ‘culpables’ de sus posibles arriesgadas decisiones.
Mientras estuvieron operativas las conferencias telemáticas durante el largo período del estado de alarma, se consiguió una actuación eficaz en su conjunto. Pero no olvidemos que cuando se implementó la desescalada por fases, algunas CCAA de las de mayor peso poblacional pasaron de la penúltima a la última fase en un solo día (¡!). Así lo decidieron creyendo que ya todo había pasado y que se volvía a la ‘vieja normalidad’. Ahora no parecen querer correr el riesgo de ser ‘culpadas’ de una nueva mortífera oleada en sus territorios. Alternativamente, el gobierno podría volver a la aprobación en el Congreso de nuevos estados de alarmas para toda España arriesgándose, de tal manera, a derivar la percepción de la culpa de los nuevos fallecimientos en el gobierno central de coalición.
Estando así las cosas, los gobiernos suspiran --y los ciudadanos también-- por la llegada deus ex machina de la vacuna, el desarrollo de la cual se hace de rogar y puede que no sea definitivo. En el entretiempo, políticas y políticas siguen tratando de esquivar la culpa. Quizá piensen que la vida no es azarosa...
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