Otras miradas

Luz de gas entre política y medios

Ana Bernal-Triviño

Protestas en el barrio madrileño de Vallecas contra las medidas de restricción decretadas por el Gobierno autonómico de Isabel Díaz Ayuso. REUTERS/Javier Barbancho
Protestas en el barrio madrileño de Vallecas contra las medidas de restricción decretadas por el Gobierno autonómico de Isabel Díaz Ayuso. REUTERS/Javier Barbancho

"Apago la tele porque me van a volver loca", ha dicho mi madre más de una vez en estos últimos meses, y también amigas o compañeras. Que si el virus existe, que si no, que si mascarilla sí pero no, que distancia sí pero en metro no, que si rastreadores sí pero luego que no había, que si estado de alarma sí pero luego era dictatorial, que mando único pero déjame mis competencias, que si PCR a todos los contactos de positivos pero luego ya no, que llegamos a un acuerdo para Madrid pero ahora pido otros criterios...

Esa "locura" no es otra que las versiones contradictorias de declaraciones a las que asistimos sin pudor ya desde estos últimos años... pero aún peor desde que llegó la epidemia. Algunos políticos siempre han ejercido así pero no con tanto descaro como ahora. Mentir, en su caso, es un arte y estos días tan delicados muchos de ellos no tienen ninguna vergüenza. No solo en mantener sus intereses propios por encima de los sociales, sino en mentir a sabiendas sin ruborizarse en cuestiones más que evidentes, en sostener una cosa y su contraria, en inventarse datos y todo lo que haga falta con el fin de crear tanta confusión que al final cada persona dude de si se está equivocando, ponga en tela de juicio ideas que ya tenía claras y se produzca tal desgaste mental que se desista de hacerle frente. Recuerda mucho a una luz de gas continua en mayor o menor intensidad, que golpea en tus certezas para desmontarlas de golpe y dudar. Una manipulación psicológica sobre la percepción de la realidad. 

Lo hemos visto también esta semana en Casado, diciendo que hemos votado al Rey (algo evidente que no lo ha sido) o diciendo que quiere un mando único nacional pero no que Sanidad intervenga Madrid. Lo hemos visto mucho en Vox creando enemigos y criminalizando menores no acompañados, migrantes y feministas a pesar de que la historia o las cifras oficiales tumben su relato. O lo hemos visto incluso dando una repercusión inusitada a quienes niegan la existencia del virus o rechazando la vacuna. A todo este cóctel de sinrazón se une el bombardeo informativo donde apenas hay tiempo para la reflexión ni el contraste, y con esa celeridad se consigue implantar la duda y la confusión. 

Podríamos incluso llegar a asumir que hay partidos y políticos más mentirosos que otros, porque forma parte de su estrategia y del interés por el poder y ocupar el sillón. El gran problema que nos encontramos desde hace años, y de forma más evidente aún en esta epidemia, es que no hay suficientes periodistas que hagan de muro frente a tanta mentira. Y lo que es peor, mucho menos moderadores o moderadoras en tertulias que pongan líneas rojas en esos mismos debates ante mentiras más que evidentes. Algunos y algunas parecen representar más a un partido que a la ciudadanía.

La libertad de expresión existe pero el derecho a la información está condicionado por la verdad. Y cuando los medios no acorralan y desmontan las mentiras en aras de esa "libertad de expresión", no informan, sino que confunden. Y si eso no se puede permitir en democracia, mucho menos cuando en una situación de pandemia la comunicación a la sociedad es lo más básico. Es que la buena comunicación es una de las bases de la Salud Pública.

Estos días de tantos datos y versiones contradictorias, me han escrito periodistas para confesarme que hay aspectos de los que ya no saben porque se han perdido, que van de shock en shock informativo, que tienen que pararse a pensar y comprobar lo que antes eran certezas, que dudan más que antes y que están agotados mentalmente ante tanta información que o no tiene base, se hace difícil contrastar por la falta de transparencia o es una manipulación burda. Y ese es uno de los objetivos de la luz de gas, que al final quien la ejerce tiene la palabra y la persona que lo sufre queda ya rendida y sin capacidad de actuar. El resultado es un juego constante con la gente, que termina en la sensación de un "sálvase quien pueda".

Cuando pienso en todo esto me viene a la memoria este texto de John M. Barry en La gran gripe: "La lección definitiva que nos dejó la pandemia de 1918 -una lección muy sencilla pero muy complicada de llevar a la práctica- es que los que ocupan puestos de autoridad deben aplacar el pánico que puede alienar a todos los que componen la sociedad. La sociedad no puede funcionar si cada uno se preocupa solo de sí mismo. Por definición, la civilización no puede sobrevivir a algo así. Los que ocupan puestos de autoridad deben preservar la confianza de la gente. Y para ello se impone no distorsionar los hechos, no trastocar la realidad y no manipular a nadie". Otra epidemia, tantos años después, lleva a la misma reflexión. No solo a políticos, sino también a los medios, que para algo debían servir.

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