Otras miradas

Marketing humanitario made in USA

Diana López Varela

Los videos publicitarios de Instagram son esa pequeña molestia que tenemos que tolerar para poder disfrutar de píldoras de felicidad ajena. Se reproducen automáticamente y, con suerte, no nos roban más de un segundo de atención dispersa hasta la próxima publicación. Cursos de inglés, blanqueamiento de grandes bancos a través de entrevistas a profesionales vendidos a las fauces del capitalismo, blanqueamientos dentales, másteres online con gran proyección en la próxima pandemia, psicólogos online para aprender a vivir en pandemia, y diversas oenegés que a cambio de firmas prometen resolver conflictos armados y crisis de refugiados. Esta semana uno de los videos que me sacó del scroll compulsivo fue precisamente uno de Save the Children en el que Zahara, una niña afgana de 13 años, pide ayuda desesperada para sobrevivir con su familia después del incendio del campo de refugiados de Moria mientras cuida de su hermano bebé.

Esta vez lo vi entero, atenta a cada una de las palabras y los gestos de Zahara, cuyo dolor y desesperación estaban siendo empleados, una vez más, para recibir alguna donación para un paquete de arroz mientras las instituciones comunitarias son cómplices de la mayor crisis humanitaria en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Porque Moria, Lesbos y Grecia están en esta Unión Europea de los derechos y las libertades. La misma Unión Europea cuyo parlamento se apresuró ya en junio a aprobar una resolución a favor del Black Lives Matter después del asesinato de George Floyd en USA, expresando solemnemente "su solidaridad, respeto y apoyo a las protestas pacíficas" en Europa. Poco después, Zahara y otros 13.000 refugiados eran abandonados a su suerte en una carretera a pocos metros de un parking del Lidl en donde se peleaban por una parcela de sombra mientras la última panificadora en oferta volaba de la estantería de novedades. Esta Europa progre que ahora se lava la cara defendiendo los derechos de los negros americanos, lleva años negándoles la dignidad a cientos de familias que huyen de la guerra en campos de detención ilegales en los que muchos niños han intentado suicidarse, y otros tantos se autolesionan a diario. Por no hablar de la violencia sexual.

Ya en 2018, un informe de Médicos sin Fronteras alertaba de las condiciones de estos pequeños. "En nuestro grupo de actividades de salud mental para niños (de entre 6 y 18 años) el equipo de MSF ha observado que casi uno de cada cuatro se autolesionan, han intentado suicidarse o han tenido pensamientos suicidas. Otros menores sufren ataques de pánico, ansiedad y de ira, pesadillas constantemente y mutismo por elección". Y si los niños están así, imaginen como estarán esos padres que no pueden velar por lo más sagrado: el bienestar de sus pequeños.

Leer las crónicas de Patricia Simón en La Marea acerca de lo que está ocurriendo en Moria y en otros campos griegos desde el incendio del principios de septiembre pone los pelos de punta. Sobre todo, porque nada ha ido a mejor en tres largos años de detención ilegal. Si de Moria se podía salir, ahora los han obligado a ingresar en un nuevo campo en donde además de las miserables condiciones de vida tienen que aceptar la reclusión para poder seguir con un eterno proceso de asilo que está llevando al límite mental y físico a todas estas personas. El ministro griego de Migraciones, Notis Mitarachi, ha chantajeado a todas estas personas para que acepten ser encarceladas a cambio de que se cumpla con su derecho a la protección internacional. Además, prohibió a las oenegés, so pena de sanciones económicas, repartir comida y agua a los rebeldes que se negaban a entrar en la nueva cárcel-campo de concentración europeo.

Porque no solo hay violencia entre la policía americana. En Moria, las personas refugiadas que decidieron quedarse fuera después del incendio, en la calle o en el parking del Lidl, se expusieron a los gases lacrimógenos de los agentes y a los ataques de los fascistas que, también aquí, campan a sus anchas. Si hace pocas semanas, inundamos Instagram y salimos en plena pandemia para manifestarnos por el Black Lives Matter mientras futbolistas y famosos de todo el planeta se arrodillaban en prime time, nuestro holocausto particular no tiene el mismo impacto que lo que nos llega desde el otro lado del charco. El capitalismo maneja también las causas humanitarias y el discurso de la épica, y aquí todavía no hemos encontrado un eslogan bonito con el que decorarnos el pecho para vender camisetas.

El video del asesinato de George Floyd fue la gota que colmó el vaso en un país, Estados Unidos, harto de racismo policial e institucional. Pero el video de Zahara en youtube apenas supera las 100 reproducciones mientras escribo esto. Estoy segura de que alguna gran productora no tardará en hacer la película sobre George Floyd. Estoy segura de que tendrá un gran impacto en la conciencia colectiva. Recemos también para que HBO, Netflix o Amazon se fijen de una vez en lo que pasa en Moria, en Lesbos, y en las decenas de campos de detención ilegales europeos. Quizá eso ayude a nuestros altos representantes.

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