No es casual que los diferentes Gobiernos de este país desde el nacimiento de la "Democracia Constitucional" hayan evitado homenajear, recordar o, tan siquiera, pronunciarse sobre los acontecimientos históricos que protagonizaron los andaluces y andaluzas el 4 de diciembre de 1977. No es casual. Aquella fecha esconde el que probablemente sea el mayor hito netamente democrático de la Transición, porque la auténtica transición no fue promovida por élites políticas sentadas en torno a una mesa en despachos madrileños. El gran logro de la Historia democrática en España tuvo como protagonistas a los andaluces y andaluzas ocupando las calles de las ocho capitales de nuestra comunidad y la comunión de los andaluces en el exilio: el pueblo andaluz, sin siglas y sin más armas que sus voces, su esperanza y deseos de cambio, fue el sujeto político que frenó una composición territorial de primeros y últimos para reivindicar sus aspiraciones, su derecho a soñar.
Como sujeto político, el objetivo que movilizó a aquellos andaluces virtuosos de 1977 no fue lograr la igualdad entre todas las comunidades autónomas en ciernes –como se han empeñado en reescribir las fuerzas políticas centralistas- sino el derecho a decidir un autogobierno propio en el marco de un país plurinacional. Andalucía reclamó la ruptura de las dinámicas centralistas que nos condenaron a la desigualdad respecto a las regiones ricas y prósperas, reclamó autogestión para tomar por sí misma las decisiones que se venían tomando en despachos de la capital alejados del sufrimiento, la pobreza y la desesperación de un pueblo. Andalucía reivindicó el 4D su derecho a autogobernarse, los andaluces y andaluces nos soñamos al fin, después de siglos, con la posibilidad de establecer nuevas políticas económicas y fiscales para alcanzar las cotas de desarrollo industrial y bienestar social que disfrutaban País Vasco o Cataluña. Aquel 4 de diciembre fue un acto de impugnación del régimen postfranquista, salimos a la calle con los símbolos que habían sido condenados al polvo, porque la verde y blanca y el himno son emblemas de la soberanía que necesitamos para desatar el nudo de la dependencia colonial milenaria que oprime cualquier sueño de auténtico progreso en Andalucía.
La cristalización de las aspiraciones andaluzas a través del Estatuto de Autonomía refrendado en 1981 que igualaba a Andalucía a las comunidades denominadas ‘históricas’ fue el principio del fin de aquella gesta. Cuarenta años después, la conciencia de Pueblo que se visualizó en aquella jornada memorable fue anestesiada por un gobierno hegemónico del PSOE que fue ejecutando un plan minucioso de exterminio político y social de cualquier alternativa emergente que agitara las aspiraciones históricas que dieron sentido al 4D, con un relato didáctico sembrado y cultivado a través de su monopolio mediático. Cualquier brote de pensamiento crítico ha sido demonizado o ridiculizado, perseguido, silenciado, reprimido... Y siempre en sintonía con los intereses que primaban y dictaban en Madrid.
El régimen bipartidista -defensor de un centralismo férreo que sólo toleraba el discurso periférico cuando era necesario para apuntalar el poder- adormeció las aspiraciones de Andalucía con la perversión de sustituir los derechos conquistados por ayudas compensatorias en su defecto. Esa fue la gran traición al 4D. Los andaluces hemos sido las víctimas del idilio entre partidos centralistas que supieron dominar nuestro deseo de autogobierno y nuestro empuje como pueblo mediante la construcción de redes clientelares y una estudiada política de subvenciones. Cuando escuchamos a dirigentes políticos hablar de Andalucía como una tierra subvencionada, deberíamos recordarles que esa nunca fue nuestra aspiración: la política de subsidios nace en Madrid con el único objetivo de atemperar a un pueblo que dijo ‘basta’ a la desigualdad a la que fuimos condenados respecto a otras comunidades que contaron con las transferencias necesarias para consolidar una red de transporte, un modelo productivo autóctono y un vigoroso sistema de cuidados sociales.
Como demostramos los andaluces y andaluzas el 4D, ser pueblo es el acto más democrático que existe. Ganar el derecho a ser pueblo en la calle es el proceso más revolucionario y emancipador que podemos vivir. Por eso es necesario recuperar aquel espíritu, pero no como una reliquia que se custodia (y ahora se disputa) cada año por diciembre, sino como el impulso, el referente necesario, para deconstruir los esquemas colonizadores, opresores, que actúan de cloroformo sobre el pensamiento colectivo. Necesitamos despertar del espejismo del estado de bienestar en Andalucía para desactivar las políticas depredadoras de derechos y libertades, las mismas que inició el PSOE y desarrolla sin freno el Gobierno de las tres derechas.
Necesitamos volver a ser pueblo porque seguimos teniendo derecho a soñarnos mejores, más iguales y prósperos. Sólo si trabajamos desde esa ambición podremos desterrar la dependencia económica, la subordinación política, el chantaje legislativo que ancla Andalucía a la periferia, frenar la nueva oleada migratoria y cultivar el potencial andaluz desde coordenadas feministas, ecosocialistas y soberanistas. Es hora de volver a ser pueblo para iluminar una política, una ciencia y una tecnología nuevas que estén al servicio de una sociedad más justa. Ser pueblo para alumbrar el universo de lo imposible.
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