Otras miradas

¿Por qué llora Enrique Ruiz Escudero?

Marta Nebot

En la inauguración del Hospital Enfermera Isabel Zendal, Enrique Ruiz Escudero, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, leyó un discurso de más de cinco minutos en el salón de actos, rodeado por el cielo azul de Madrid, al otro lado de una impresionante cristalera, y de la plana mayor del Gobierno madrileño. Muy por encima de su cabeza, porque los techos son muy altos, dos banderas extendidas tamaño XXL: la de Madrid, y, por supuesto, la de España.

Los lugares comunes de estos discursos, así como la pompa son previsibles. Lo sorprendente fue que el protagonista se rompiera en medio y su público no le arropara.

Afirmó sin dificultad que estos edificios, más que medio vacíos, son "ya" "un icono de nuestra sanidad que viene a completar y reforzar la potente red hospitalaria de Madrid", que "qué mejor día que este para rendir homenaje a cada uno de los centros asistenciales de la región que están haciendo un esfuerzo ímprobo..." y, de repente, se atascó. Pasaron siete segundos eternos en los que tragó saliva y no sabemos qué más. El realizador cambió de plano para hacer el silencio menos incómodo. La presidenta de la comunidad y el alcalde de Madrid, que estaban en primera fila, levantaron los ojos de sus móviles y le miraron incrédulos y tal vez asustados. El consejero y médico, a partir de ese momento, siguió leyendo: contenía la emoción con cierto éxito. El público presente se hizo el loco; nadie le aplaudió ni le envió ninguna otra señal de apoyo. Continuó dándole las gracias a "todos los profesionales sanitarios y no sanitarios" y "a los directivos". Se acordó también, "cómo no" de "los pacientes". Y llegando al final subrayó: "como consejero, como médico, como madrileño y como español, el Hospital Enfermera Isabel Zendal es un orgullo", y al decir "orgullo" su voz se hizo sollozo. De nuevo, no encontró empatía ninguna en su auditorio.

Cuando terminó, después de tanto esfuerzo y emoción contenida, recibió uno de los aplausos más sosos que recuerdo.

Es probable que allí la mayoría supiera que estaba ocurriendo en realidad, que es lo que su cuerpo había contado más allá de sus palabras. Los demás tenemos que imaginarlo.

Es posible que el médico, por un momento, ganara en su cabeza al político; que, mientras recitaba el mitin, pensara en que no tiene el personal sanitario necesario para que este amasijo de ladrillo cobre sentido. Seguramente también se acordaba, cada vez que decía el nombre del hospital, de las cifras que en esos cargos manejan: en la Comunidad de Madrid faltan 12.000 enfermeras para igualar la media europea. Debía también venirle a la cabeza, entre tanto agradecimiento, que en otras comunidades han agradecido a sus sanitarios con una paga extra Covid por los esfuerzos brutales que hicieron. Cataluña, Castilla y León y Andalucía han tenido este detalle. Madrid, el epicentro de la primera ola, de la más alta y brutal, no les ha dado ni los refuerzos que pedían. Ahora, sin embargo, les va a quitar 1000 manos, de las extras que contrató a regañadientes, para poner en funcionamiento un hospital que no se va a poder encargar de los que empeoren, ni tampoco de diagnosticar a los que llegan, porque no tiene ni quirófanos ni urgencias.

Una médica del Gómez Ulla me confiesa: "no hay médicos que defiendan esa barbaridad". "Un hospital no se monta con contratados de hace seis meses, gente sin experiencia. Solo con los contratos Covid, como dicen, va a ser imposible".

Otro, del Gregorio Marañón, que se prejubila con 62 años porque no está dispuesto a vivir la tercera ola sin los refuerzos que ya es obvio que se necesitan, cuenta: "No nos van a poner más manos, nos las quitan".

Un enfermero me dice que, "no es que no nos hayan premiado, es que nos castigan. Teníamos 500 gestores Covid que organizaban la entrada en los centros de salud". Se los han llevado y tendrá que volver a hacerlo una enfermera que dejará más solos a sus compañeros. "Seguimos teniendo centros de salud en el centro de Madrid en sótanos, donde no se puede ventilar, con instalaciones más que deterioradas y no los arreglan, pero hacen esa mole, mientras todos los hospitales de explotación mixta tienen alas diáfanas", me cuenta y me pide disculpas por usarme de desahogo.

Recopilando toda esta información, que seguro que no es ni un 10% de la que él maneja, podemos elucubrar con cierta base sobre las no lágrimas de este médico metido a político. No es consuelo para nadie, pero cuando le escuché pensé en que llorar duele pero duele más tragarse las lágrimas. ¿O era la decencia?

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