Otras miradas

El asalto al Capitolio: la hora de la fuerza

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

Un seguidor de Donald Trump, con un cartel con una foto del presidente estadounidense como si fuera John Wayne, cerca del Capitolio, en Washington. reuters/Hannah Gaber/USA TODAY
Un seguidor de Donald Trump, con un cartel con una foto del presidente estadounidense como si fuera John Wayne, cerca del Capitolio, en Washington. reuters/Hannah Gaber/USA TODAY

"Dejad que los débiles se vayan. Es la hora de la fuerza", "vamos a caminar hasta el Capitolio": el día 6 de enero, Donald Trump seguía agitando a sus seguidores con el fantasma de unas elecciones fraudulentas, una mentira repetida durante meses cuyos efectos perniciosos los medios han multiplicado al reproducirla, como un eco, sin la obligada cautela o distancia epistemológica.

La lengua es una forma de acción (J. L. Austin). Al hablar actuamos, modificamos el estado de cosas del mundo o nuestra percepción de la realidad, base sobre la que construimos nuestra experiencia. Y cuando mentimos ejercemos una forma de violencia, que Paul Grice describió como violación de la Máxima de Calidad, una de las normas que regulan, de forma tácita, nuestros intercambios comunicativos: "Intenta que tu contribución sea verdadera. No digas nada que creas que es falso. No digas nada si no tienes pruebas suficientes de su veracidad".

La teoría conspirativa del presidente sostenía que se había producido un fraude masivo en los Estados que habían sido decisivos en su derrota, que se habían destruido miles de votos trumpistas, que los demócratas habían llenado las urnas de papeletas de fallecidos, que los votos se habían contado en España y en Alemania por una compañía venezolana de "aliados de Maduro y Chávez"...

Aun cuando ni el Departamento de Justicia ni las autoridades electorales habían  hallado pruebas de tal fraude electoral, la mentira siguió propagándose alimentando la ira de los seguidores de Trump. Los medios, necesitados siempre del espectáculo y, por tanto, de la polémica y de la confrontación más encarnizada, asumían la defensa del fraude electoral como una de las posiciones ideológicas posibles en el conflicto; "tanto unos como otros"..., la terrible falacia de la equidistancia, que llega a equiparar posiciones ideológicas antagónicas sin confirmar su veracidad ni su alcance, sin exigir el mínimo respeto a las normas democráticas.

La tolerancia hacia la mentira crecía sostenida por la falsa oposición entre palabras y hechos -"No miren lo que dice, miren lo que hace y cómo gobierna"-, quitándole hierro a la retórica incendiaria de Trump (Amanda Mars 7/ 01 / 2021). Pero la palabra es acción y la misma violencia que latía en la afirmación del fraude iba calentando los ánimos. En el fondo, no se aceptan las normas que nos hemos dado ni para conversar ni para gobernar; ni siquiera se acepta que hayamos de sujetarnos a normas: "Este es nuestro Congreso", nuestra patria, nuestro dios, nuestra lengua. La concepción patrimonialista del poder no entiende de elecciones; por supuesto, tampoco de límites, de respeto a las reglas democráticas.

Finalmente, la violencia de la mentira se desbordó en la conducta vandálica de los seguidores de Trump rompiendo ventanas, arrojando gas pimienta, fotografiándose en los despachos de los representantes con los pies encima de la mesa, arrancando de cuajo la placa de madera con el nombre de la presidenta de la Cámara.

La insurrección ha terminado con el saldo de 4 muertos y el terror de millones de personas; con la inseguridad y la desconfianza proyectadas desde la sede de la soberanía popular de la que pasa por ser la democracia más antigua del mundo.

Allí en las Cámaras estaban las cajas que contenían los certificados del Colegio Electoral, los datos necesarios para ratificar la victoria de J. Biden, los que confirman, sin desconcertantes sospechas, que D. Trump es efectivamente un perdedor. La policía las retiró cuando los asaltantes ya habían derribado las barricadas instaladas a los pies del Capitolio y se habían esparcido por todo el edificio hasta la tercera planta, llegando incluso a los pasillos y túneles subterráneos construidos después del 11 de septiembre para garantizar la seguridad de los representantes. De haber desaparecido esas cajas, la mentira habría triunfado sesgando de un tajo la base de la verdad. Todo se habría tornado incierto y confuso abonando el terreno para el dominio de "los fuertes".

Los medios de comunicación han de asumir su responsabilidad sin parapetarse en el ejercicio de un falso relativismo moral. Hoy en La Hora de La 1 una tertuliana equiparaba a los asaltantes del Capitolio con "los manifestantes de ultraizquierda españoles que rodearon el Congreso". Otra vez la falaz equidistancia que naturaliza y justifica las posiciones ultraderechistas violentas, en este caso, bajo la máscara del populismo. Sobra decir que ni el contexto, ni la intencionalidad ni los hechos que se produjeron en ambos casos son equiparables.

Cuando me refiero a la responsabilidad de los medios en la propagación de la mentira, recuerdo siempre la paradoja de la tolerancia descrita por K. Popper: si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Para que esto no ocurra, es fundamental la transparencia en la difusión de estos contenidos intolerantes con la mención explícita a la fuente y  acompañados de argumentos racionales, datos, pruebas que muestren su naturaleza y los cuestionen, si procede.

No se trata de justificar la censura, sino de garantizar la difusión de contenidos veraces. Claro que este ejercicio de responsabilidad por parte de los medios exigiría la renuncia a la concepción de la información como espectáculo-negocio y su enfoque como el derecho que es, consagrado en el artículo 20  de la Constitución Española.

No es ningún juego de palabras. Es la violencia sorda que crece en las sombras al amparo de una malentendida "libertad de expresión" y que  amenaza nuestra convivencia. Lo decía el propio senador republicano Mitch McConnell: si no se ponen límites a la mentira y a la fuerza bruta nos veremos arrastrados a una angustiosa  espiral de la muerte.

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