Otras miradas

Cómo Podemos manipula la democracia

Víctor Gómez Frías

Profesor titular en ParisTech y miembro de ‘Socialismo es libertad’. Milita en la agrupación parisina del PSOE y en la sección ‘Léon Blum’ del Parti Socialiste

Víctor Gómez Frías
Profesor titular en ParisTech y miembro de ‘Socialismo es libertad’. Milita en la agrupación parisina del PSOE y en la sección ‘Léon Blum’ del Parti Socialiste

Podemos ha marcado desde su origen un hito de implicación ciudadana en la actividad orgánica de un partido. Las demás formaciones deberían aprender del talento comunicativo, tecnológico y de gestión que supuso montar en meses un sistema de participación que nunca había funcionado en España a esta escala.

Pero este éxito no debe ocultar que Pablo Iglesias y su equipo han demostrado saber que la democracia directa se presta a ser manipulada, con la ventaja de que además puede hacerse a la vista de todos. Veamos los principales trucos que estos prestidigitadores de la democracia usaron para desviar la atención en su toma de control del partido.

La piedra angular fue que un "equipo técnico" (como eufemísticamente se autodesignaron quienes como juez y parte interesadamente redujeron las opciones de lo "posible") dictó todas las reglas de funcionamiento del partido desde su fundacional "Asamblea Ciudadana". Iglesias y los suyos, en plena resaca de las elecciones europeas, impusieron por sorpresa que este equipo se elegiría por democracia directa... pero entre listas cerradas y no paritarias que tendrían ¡menos de una semana! para presentarse y ser votadas, sin permitir un debate sereno entre sus círculos. Se presentó contra ellos una lista de "ingenuos útiles", e Iglesias arrasó con el 86%. A partir de aquí, todo quedó bien atado para decidir solos todas las normas que siguen.

Democracia directa... pero los estatutos y cargos se elegirían por mayoría simple. De esta manera, aun en el poco probable escenario de que en dos meses surgiera una mayoría discrepante (casi ocurre respecto a no presentarse a las municipales o al modelo de partido muy personalista), haría falta que se organizara en torno a un líder alternativo. Así, un 40% de apoyos a la propuesta oficialista se impondría sobre alternativas que sumaran el 60% pero fueran defendidas por varios candidatos minoritarios. Se habría podido solucionar sencillamente con una segunda vuelta, pero no interesaba.

Por si acaso, decidieron en el último momento que los tres documentos que regirían el partido (organizativo, político y ético), respecto a los cuales habían anunciado que se admitían propuestas solo a uno de ellos, podrían votarse agrupadamente. Se argumentó que estaban conceptualmente vinculados. En realidad, Iglesias se aseguraba que dominando en uno solo arrastraría en los otros, sabiendo que era difícil que surgiera un debate amplio en los tres ámbitos a la vez. En efecto, hubo bastante controversia respecto al modelo organizativo (Pablo Echenique encabezó una propuesta más horizontal) pero poca respecto a las orientaciones políticas y éticas. En consecuencia, quienes hubieran querido apoyar la organización de Echenique no tenían más remedio que confiar a desconocidos sus propuestas éticas y políticas. Resultaba más fácil votar el 3-en-1 de Iglesias, que logró así un 81% de los votos, advirtiendo a los perdedores de que "deberían echarse a un lado".

En la votación de equipos, ya sin sorpresa, Iglesias fue prácticamente aclamado como secretario general, con un poder amplísimo gracias a normas tan insólitas como que su revocación exigiría un referéndum con mayoría absoluta en contra, no podría tener lugar durante la primera mitad de su mandato ni instarse sin el apoyo de un 25% de militantes (cifra que hace palidecer las exigencias de avales de cualquier partido). Sin contrapesos, porque él puede proponer por sí solo la revocación de miembros de otros órganos, y porque las supuestas instancias de control están compuestas al 100% por personas nominadas por él (resultado del conocido truco de listas abiertas pero donde los votantes señalan tantas preferencias como puestos a elegir, favoreciéndose elecciones "en bloque"). Este mismo sistema se ha utilizado en cascada en las elecciones de cargos regionales, donde además la dirección nacional no se mantuvo neutral sino que apadrinó "listas oficiales", reforzándose de esta manera la centralización del poder que emana del líder.

Esta es la democracia que practica Pablo Iglesias: la que –pretextando ser directa y que todos tienen las mismas oportunidades– fuerza los procedimientos para lograr un poder omnímodo, mientras se escandaliza de las carencias –que efectivamente existen– en otros partidos. La que se aprovecha de que resulta complejo descifrar estas manipulaciones, mientras que invocar la "democracia directa" funciona como un bálsamo universal que excluye toda responsabilidad. La que con injusticia denomina "casta" a decenas de miles de cargos públicos cuyos puestos ambicionan, aunque sean cientos los corruptos y sus encubridores (y ya son muchos: pero solo son ellos los culpables), mientras tolera empleos públicos ficticios entre sus colaboradores cercanos y esquiva las explicaciones sobre su posible financiación irregular. La que con oportunismo critica el funcionamiento de la sociedad actual utilizando un diagnóstico que calca los resultados de las encuestas de (in)satisfacción ciudadana, sin arriesgar propuestas concretas. La que evita insistir en la falta de proporcionalidad del sistema de voto español, porque le podría convenir si se sitúa como primera o segunda fuerza política. La que rechaza la responsabilidad de gestionar alguno de los más de ocho mil municipios españoles, no vaya a demostrarse que Podemos no tiene una varita mágica y el gran líder pierda votos para su meta de ser presidente del Gobierno. Un presidente que es de temer exigiría al Parlamento que le concediese amplios poderes porque la urgencia de la situación lo requiere y así lo ha querido "la gente".

 

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