Otras miradas

Marruecos se rearma

Javier López Astilleros

Un grupo de soldados marroquíes vigilando el perímetro fronterizo entre Ceuta y Marruecos. EFE
Un grupo de soldados marroquíes vigilando el perímetro fronterizo entre Ceuta y Marruecos. EFE

Marruecos se rearma con la mejor tecnología. Su ejército es mastodóntico, y cuenta con 320.000 militares. Además, el reino vecino espera recibir material muy sofisticado como cazas, submarinos, drones, bombas y misiles ¿De dónde saca los medios la monarquía alauí y cuáles son sus objetivos? La gran inversión contrasta con la ausencia de infraestructuras en el interior del país y millones de pobres.

Estas compras masivas de armas sorprenden a muchos españoles, aunque en general, se ignora casi todo sobre el reino alauí y su tradicional competencia con Argelia. En España hay quien confunde una mezquita con una pagoda, y el desierto con las playas de Tetuán, por eso los dromedarios esperan a algún turista despistado. Los magrebíes son auténticos desconocidos. De hecho, en Algeciras o Ceuta hay quien se jacta de "no pisar jamás África". Un rosario de prejuicios se ciñe sobre el mauro asociado a la arabidad y el islam. Sin embargo, la mayoría de los musulmanes en España son de origen rifeño con dificultades para hablar el árabe. Incluso muchos de ellos relativizan la cuestión religiosa. Prevalece aún una historia artificial de reconquistas, moriscos y el protectorado de Franco.

El reparto colonial de la Conferencia de Algeciras (1906), no parecía una opción muy inteligente para España. Las minas de hierro del Rif distaban mucho de ser un Potosí. Instalarse en un marco geográfico tan estrecho, agreste e insumiso, era absurdo, mientras que la auténtica potencia -Francia- desarrollaba el Marruecos útil, el de los recursos y el gran comercio. Para los franceses, el protectorado "era una penetración a través de una asociación estrecha administrada través de sus propios órganos de gobierno...y no un sometimiento a nuestras libertades o por la fuerza", escribió el mariscal Lyautey. El resultado de aquel ingenio administrativo sobrevive: el reino alauí es la puerta del África francófona (31 países en total).

Al trauma del protectorado hay que añadir el Sahara Occidental, lo que culminó con la marcha/marea verde (1975), impulsada por el unificador (Hassan II). Es "la proeza y epopeya de un pueblo". No es para menos. Sin embargo, la ocupación del Sahara (1975) y su coreografiada y pactada cesión resultó ilegal desde cualquier punto que se mire. El abandono de este enorme territorio, equivalente casi a la superficie de Italia, tiene otra lectura para el vecino: las fronteras se amplían o encogen al arbitrio de un ejército poderoso, como en el siglo XIX y comienzos del XX.

Desde su creación, el reino alauí ha sorteado formidables barreras. Los años 70 del siglo pasado eran delicados, pero alguien imaginó un Gran Marruecos, a pesar de las repúblicas árabes y los intentos de asesinato de Hassan II. El fracaso de las intentonas aumentó su carisma con una baraka formidable (Buraq, 1972 y Sjirat, 1971).

"Marruecos reconoció a Estados Unidos en 1777. Por tanto, lo correcto es que reconozcamos su soberanía sobre el Sáhara Occidental", escribió Trump en tuiter. Luego, el embajador estadounidense David Fisher coaguló los dos territorios en uno solo. Y anunció una inversión de 3.000 millones de dólares en este nuevo Sinaí israelita. Sin embargo, las apreciaciones del expresidente Trump eran infantiles. ¿Qué deben los norteamericanos a España, país sin cuya ayuda no hubieran alcanzado la independencia? Es absurdo un pago retroactivo tan magnánimo de hechos simbólicos pasados.

¿Cuáles son los motivos para que un reino con tantas necesidades gaste un 30% más en armas que el año anterior (2019)?

Desde aquí hay suspicacias tras la pretensión soberanista marroquí sobre las mestizas Ceuta y Melilla, aunque por el momento, se trate del Sahara. Incluso el sueño panmagrebí se atreve con las Canarias, enclave mítico y perdido de la cultura amazigh (bereber). Al margen de estos edenes, alguien tiene que ejercer de policía del África subsahariana. El rey y su majzén son los santos custodios de la inmigración, aunque no controla los cayucos que salen de las costas atlánticas, ni las riadas de africanos que se ocultan en los barrios más pobres del país, mezclados con la policía y los jabalíes en los densos bosques fronterizos. En realidad, los africanos son una formidable fuerza política en Europa y el Magreb. Son monedas con las que trafican a ambos lados del Estrecho.

El rey es el emir al muminin (emir de los creyentes), una figura carismática y sagrada, la encarnación de un poder benefactor.  En una ocasión, un comerciante de coches de Rabat (Nabil Sbai) tuvo la ocurrencia de disfrazarse del propio monarca. Usó las mismas gafas y turbante amarillo para pasearse con un descapotable por Tetuán. Los policías se cuadraban a su paso, mientras una muchedumbre se agolpaba sobre el coche, en busca de dádivas. Finalmente, un policía descubre el fraude. A Sbai lo condenan a tres años de cárcel por suplantación de identidad. "Lo volvería a hacer...hasta pasarme 100 años más en la cárcel, si es voluntad del rey", dijo el penado en una entrevista.

La familia real es una de las más ricas del mundo, gracias a la participación de Siger en el holding familiar Al Mada. El prestigio de la monarquía alcanza varios países del África Occidental. Hay que considerar a Marruecos como una auténtica potencia cultural, porque exporta un "islam moderado". A pesar del desinterés por Marruecos, cientos de empresas patrias operan en el reino alauí. España es el principal socio comercial del reino. Solo durante el año 2018, cerca de 900.000 marroquíes visitaron nuestro país. Por primera vez, recibimos más turistas desde el reino alauí que en sentido contrario.

Los vecinos no desaparecen, tan solo se transforman, y el vecino del sur tiene un encanto especial. Cualquiera que haya visitado Marruecos sabe que esto es así. Sin embargo, el Sahara es un territorio inmenso por el que compite media Europa. Y casi todos prefieren la titularidad marroquí. El problema está en que, si la monarquía alauí es sagrada, también las leyes internacionales lo son. Su vulneración deja un rastro que recoge la memoria de los pueblos y los libros.

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