La primera vez que tuve conciencia de que Mario Draghi podía sustituir a Giuseppe Conte en la presidencia del gobierno italiano fue después de leer un artículo de Enric Juliana en La Vanguardia (Cuando veas a Conte peligrar), a mediados del mes pasado. Viniendo de otra persona quizás no hubiera otorgado credibilidad a la afirmación, pero viniendo de alguien como Juliana, que conoce lo que se cuece en la política italiana como pocos, pensé que la conjetura podía convertirse en realidad. Y parece que puede acabar pasando, una vez la Cámara y el Senado lo aprueben.
La política italiana nunca deja de sorprendernos. Hasta no hace tanto, se hablaba de Giuseppe Conte como un gran líder emergente que había conseguido buenos datos de popularidad en su país a raíz de una gestión ejemplar de la pandemia del coronavirus. Pero llegó (mejor dicho, volvió) Matteo Renzi. El antiguo premier decidió retirar las dos ministras de su pequeño partido (Italia Viva) del gobierno, en plena crisis sanitaria, abriendo una crisis política que gran parte de la población italiana ha seguido con una mezcla de asombro (siempre limitado en el caso de los italianos), indignación y resignación. Renzi sabe que en la política italiana tiene un futuro quizás improbable, pero su acción determinante quizá tenga su recompensa en otros organismos de alcance internacional. Al tiempo.
Enric Juliana se cuestionaba en un interesante hilo en Twitter para quién trabaja Renzi: "¿se trata de una maniobra 100% italiana o ha sido inspirada de alguna manera desde Bruselas como ocurrió con la caída de Berlusconi en 2011, en el momento más salvaje de la crisis del euro, para formar el gobierno técnico de Monti?". Esta creo que es la cuestión. Según Juliana, "el núcleo de la crisis ha sido el desacuerdo sobre la gestión de los fondos europeos que recibirá Italia (209.000 millones de euros). Renzi acusaba a Conte de querer acaparar la gestión de los fondos para urdir un proyecto cesarista". Quizá aquí tengamos parte de la respuesta. Juliana nunca da puntada sin hilo. Tampoco en estos hilos de Twitter.
¿Pero quién es Mario Draghi? Estos días estamos escuchando y leyendo en los principales medios internacionales y también españoles que se trata de una de las personalidades más prestigiosas de Italia. Vale. Pero quizás convenga recordar brevemente algunos aspectos importantes de su biografía, que se suelen pasar por alto:
Entre 1985 y 1990 fue director ejecutivo del Banco Mundial. Entre 1991 y 2001, presidente del Comité de Privatizaciones italiano, llevando a cabo algunas de las más importantes privatizaciones de empresas públicas del país transalpino. Formó entonces parte del consejo de administración de diversos bancos y empresas públicas, como el Ente Nazionale Idrocarburi (ENI), el Istituto per la Ricostruzione Industriale (IRI) o la Banca Nazionale del Lavoro. Muy importante: entre 2002 y 2006 fue vicepresidente para Europa del banco de inversión Goldman Sachs. En aquella época fue responsable de empresas y deuda soberana de los países europeos, y entre sus funciones se encontraba vender productos financieros concretos para ocultar parte de las deudas soberanas. Así se falsearon las cuentas de Grecia, por ejemplo, un hecho clave para entender la enorme crisis de la deuda del país heleno. Entre 2006 y 2011 fue el gobernador del Banco de Italia, para después ocupar la presidencia del Banco Central Europeo hasta 2019, siendo relevado por Christine Lagarde.
Se trata de una biografía indudablemente destacada, pero al mismo tiempo llena de agujeros negros que deberían preocupar. A los italianos y no solamente a ellos. Porque como bien intuye Enric Juliana, el desaguisado italiano y la designación de Draghi como premier puede comportar repercusiones en España, sin ir más lejos. El periodista catalán explicaba en su artículo que "detrás de la maniobra está la hipótesis de un gobierno de amplia base encabezado por Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo. Un gobierno que gustaría en Bruselas, que complacería a los poderes fuertes de la economía y que podría llegar a obtener consenso social pese a los sinsabores del gobierno tecnocrático que presidió Mario Monti entre el 2011 y el 2013". Y señala algo inquietante en clave española: "un mayor debilitamiento político de Italia no es bueno para España, aunque esta extraña crisis a la romana revalorice temporalmente la relativa estabilidad española tras la aprobación de los presupuestos. La maniobra contra Claudio, digo Conte, susurra un aviso a Pedro Sánchez: cuidado con la gestión de los fondos europeos, no pierdas de vista a quienes siguen suspirando por un gobierno de unidad nacional, cuidado con la Catalogna, la región más occidental de Italia...". Efectivamente, en la gestión de los fondos europeos que llegarán a raíz de la crisis de la covid-19 (150.000 millones de euros para España) está también otra de las claves, como también en las elecciones catalanas, si ERC no obtiene un buen resultado y se ve obligada a enmendar su política de pactos de funámbulo con el gobierno español. Mientras tanto, personalidades como Felipe González se friegan las manos, porque los vientos que soplan de nuestros vecinos mediterráneos contienen aromas de "gobierno de concentración nacional". Y recordemos que en los momentos más duros en los inicios de la pandemia no fueron pocas las voces (singularmente desde la extrema derecha) que reclamaban un ejecutivo de esta naturaleza, para aprovechar la ocasión y tumbar la primera experiencia de coalición de izquierdas en nuestro país desde la Segunda República. A veces da la sensación de que se está jugando una partida de ajedrez en la que las élites europeas, con Alemania jugando un papel destacado, van eliminando piezas. La última ha sido el gobierno italiano, y a nadie se le escapa que la Península Ibérica representa cada vez más una posición incómoda que también habrá que asediar. Quizá no tardemos mucho en oír hablar de una "Mayoría Úrsula" a la española. Quizá el cásting del Mario Draghi español ya ha comenzado.
En un artículo de Norma Rangeri en el diario Il Manifesto (Arriva Draghi. Missione compiuta) se explica muy acertadamente qué significa el nombramiento de Draghi como presidente del gobierno italiano: "se eliminan las diferencias políticas y se confía el destino de nuestro país a un ilustre economista (...). Y cuando la política da un paso atrás para dejar el campo a los hombres de las finanzas, significa que la democracia tiene una mala, muy mala salud. Una razón más para mantener la guardia alta". En otro interesante artículo, esta vez de Mario Ricciardi en la revista Il Mulino (Draghi e la sfida democratica), se explica que estamos ante una supuesta "vuelta a la normalidad": la victoria final del competente sobre el incompetente, el triunfo de la meritocracia sobre la soberbia del mediocre. Son estos sentimientos los que no se adaptan a una democracia liberal basada en el respeto igualitario. La idea de una aristocracia que se autoproclama como tal es una ilusión peligrosa, que sólo puede aumentar aún más, y de manera perniciosa, la brecha entre instituciones y sociedad civil, entre clases dominantes y ciudadanos (...). Una aristocracia cosmopolita cuyo principal interés es la movilidad del capital financiero no puede llegar muy lejos cuando entra en conflicto con una parte sustancial de la población. Este es el desafío de época del que depende la sostenibilidad de nuestras democracias. También tenemos este problema en Italia, y no habrá una solución estable a nuestra crisis hasta que hayamos encontrado un equilibrio virtuoso entre la clase dominante y el resto del país".
En lo que explican Rangeri y Ricciardi reside una de las claves de todo el asunto: se soslaya la voluntad democrática de la ciudadanía para situar en la presidencia del gobierno a alguien al servicio de las élites, porque la pandemia no aconseja ir a elecciones y además no hay alternativa: hay que tener buena relación con Bruselas por el bien de los italianos. ¿Imaginan algo similar en España? Puede parecer quimérico, pero no sería la primera vez que se empieza a hablar de ello. Oiremos hablar de Luis de Guindos, Pedro Solbes o incluso Nadia Calviño. Supongo que el nombre de Margarita Robles no volverá a salir. Que Pablo Iglesias, Yolanda Díaz o incluso alguien como Pedro Sánchez formen parte del consejo de ministros sigue escociendo, y los vientos que soplan de Italia no benefician en absoluto a quienes deseamos larga vida a este gobierno de coalición. Como dice Rangeri, mantengamos la guardia alta. Defendámonos ante el cásting del Mario Draghi español.
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