Otras miradas

Es ahora, también para las madres

Anna Canilla

MorozovichDoctorando en Derecho en la Reading University y miembro del Área de Igualdad y de la Comisión de Garantías Democráticas de Podemos

Anna Canilla Morozovich
Doctorando en Derecho en la Reading University y miembro del Área de Igualdad y de la Comisión de Garantías Democráticas de Podemos

La semana pasada se hizo viral un vídeo en el que una madre soltera, Toya Graham, de 43 años y a cargo de sus seis hijos y una nieta, vapuleaba a uno de sus hijos, que participaba en las revueltas de Baltimore a raíz del enésimo asesinato racial cometido por la policía estadounidense. El vídeo es realmente gracioso, muestra una escena cómica universal: una Aída de "Esperanza Sur" abroncando al Jonathan pero en versión yankee.

El caso es que a lo largo de la semana vimos a los medios, por un lado y en mayor medida, ensalzar la actuación de esta señora, hasta el punto que se ha ganado el epíteto de "madre del año" o "madre coraje". Por otro lado, los hay que han invocado, no sin razón, qué habría pasado si la madre de Nelson Mandela hubiera actuado igual que Graham. En el primer caso, se ha dejado en segundo plano la crudeza del asesinato de Freddie Gray. Y, en el otro, se ha insistido en la cuestión racista, eso sí, desde la condescendencia hacia el hecho de ser madre, símbolo primero y último de lo que Betty Friedan describió hace más de 50 años como "la mística de la feminidad".

No se puede evitar pensar que, en el fondo, ambas aproximaciones pivotan sobre la idea de que ser la madre del año -para bien o para mal según el espíritu revolucionario de quien opine- consiste precisamente en ser la eterna mujer abnegada y sacrificada que posterga su vida en pro de las personas que la rodean. Y llegamos a una situación que, pese a resultar llamativamente paradójica, se presenta incuestionable: las mujeres en general y las madres en particular tenemos la obligación de preocuparnos a la vez por que "nuestros hombres" sean revolucionarios y no sean revolucionarios. Mira tú por dónde: si las madres dejan a los hijos hacer la revolución -o cualquier otra cosa- son malas madres por no soltarles dos hostias y mandarles a memorizar nombres de afluentes de algún río ibérico. Si no les dejan, son las culpables de que el chaval quebrante su destino. En la anécdota de Graham se ha incluido, como no podía ser de otra forma, el relato de los amigos del muchacho que confirman: "A veces me gustaría que mi madre también me hiciera eso a mí, quizás entonces no estaríamos en las calles como estamos".

Y entre tanto nos preguntamos: ¿Cuándo revolucionamos nosotras? ¿Cuándo nos cuidamos a nosotras mismas? ¿Cuándo dejan de juzgarnos? Y pienso en mi madre y en las madres de mis amigos y amigas, que harían todas lo mismo o lo contrario que la señora Graham, y la verdad, no me inspira ternura y tampoco me hace gracia. Da rabia. ¡Déjennos tranquilas!

En una escena de la película Alma Salvaje (Wild, 2014) un periodista se muestra fascinado con la posibilidad de que la protagonista sea vagabunda: "Vaya, sólo he hablado con una o dos vagabundas en estos dos últimos años", le dice. A lo que la mujer le responde: "Perdona, pero te recuerdo que no soy una vagabunda. Y eso será porque las mujeres no pueden abandonar su vida. Tienen hijos y padres a los que cuidar".

El mundo encomienda a las mujeres la tarea de construir personas, lo que llamamos el trabajo de reproducción y cuidados. Y ello no sólo en lo relativo a la infancia, dependientes y mayores sino, parafraseando al recientemente fallecido Eduardo Galeano, reduciéndonos históricamente a la triste condición de respaldo de silla de los hombres en general. Así, no son de sorprender los bajísimos índices de natalidad que padecemos en nuestro país. Las jóvenes no queremos vivir como nuestras madres ni como nuestras abuelas, eso lo tenemos muy claro. Y los jóvenes tampoco quieren vivir como sus padres ni como sus abuelos, eso afortunadamente también está hoy más claro.

Por lo tanto, el Estado debe dejar de delegar el cuidado de las personas en las mujeres, en los hogares, en la otra marginalidad del sistema. En la actualidad, cualquier afán de ejercer una maternidad emancipadora hace entrar al sistema (o a una misma) en un cortocircuito. ¿Madre y joven? Seguramente el instituto o la Universidad no se adapte a tus necesidades para que continúes con tu formación académica. ¿Madre y lesbiana? La Seguridad Social ya no te practica la reproducción asistida. ¿Madre soltera? Ya puedes tener una abuela cerca que te cuide a la criatura. ¿Madre casada? Sin permisos de paternidad dignos, tres cuartos de lo mismo. ¿Madre trabajadora? Tendrás suerte si puedes mantener tus expectativas profesionales.

Es por todo esto que el pasado día de la madre, mi familia y yo brindamos por la señora Graham, por las madres de Baltimore y por las de más acá. Y brindé con una ilusión especial por que éste sea el año del cambio para las madres. Por una maternidad libre, digna, y a la altura del proyecto de país que compartimos una inmensa mayoría social. Es ahora, también para las madres.

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