Con ocasión de la propuesta del Ministerio de Igualdad de la ley para desarrollar los derechos de las personas trans se ha reactivado la polémica, protagonizada por algunas mujeres socialistas, como la propia vicepresidenta Carmen Calvo, que se oponen con argumentos alarmistas y excluyentes. Su reacción, ante el desborde de la amplia movilización feminista, tiene la función de intentar hegemonizar la representación, institucional y mediática, del llamado sujeto mujer, con la descalificación del feminismo de base, interseccional e inclusivo reforzado estos últimos años, al que acusan de un supuesto borrado de las mujeres, o sea, de no ser feministas.
No abundo en los argumentos a favor de la libre determinación de género reconocidos en el ámbito internacional y de una decena de CCAA, incluso con el apoyo del propio PSOE, y ya avanzada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero en la ley de 2007. Me sumo a la posición clarificadora y argumentada de personas como Violeta Assiego (diario.es, 9/02/2021) y José A. Pérez Tapias (CTXT, 10/02/2021). Por mi parte lo trato desde una mirada sociológica sobre el impacto y los reequilibrios representativos en el feminismo y los colectivos LGTBI y, en particular, sobre la necesidad de su refuerzo precisando la debilidad de algunos argumentos que diluyen su importancia en aras de un difuso sujeto postfeminista.
Pelea por la orientación feminista
La pugna por la hegemonía feminista tiene una expresión simbólica y discursiva pero tiene un fondo de carácter sociopolítico entre dos tipos de feminismos: El primero que defino como elitista, retórico y socioliberal, y el segundo que denomino transformador, popular y crítico. La capacidad social y transformadora de esta nueva ola feminista es inmensa. La mitad de la población (casi dos tercios de mujeres y más de un tercio de los varones, con mayoría entre la gente joven) apoya la igualdad de las mujeres y más de tres millones de personas han participado estos años en las grandes movilizaciones feministas por la igualdad, contra la violencia machista y por la libertad para decidir las propias trayectorias vitales. La pelea no afecta solo a las élites o al plano mediático e institucional. Tiene un sentido de fondo para definir el sentido de la amplia activación feminista y articular una dinámica de cambio real de las relaciones discriminatorias y de desigualdad.
Aparte de frenar el reaccionarismo conservador de las derechas, lo que se ventila entre las dos corrientes es el fortalecimiento o no de un feminismo transformador. Por una parte, la primera tendencia persigue la reorientación o neutralización de ese proceso igualitario-emancipador, intentando mantener su anterior posición de privilegio representativo e institucional e imponer su feminismo elitista. Por otra parte, la segunda corriente, más heterogénea, pretende consolidar el impulso igualitario, participativo e integrador por un cambio real y sustantivo de las desventajas que afectan a las mujeres y los colectivos LGTBI (en el que se incluyen las personas trans).
El feminismo ha demostrado una gran capacidad social, con efectos de cambio en las relaciones interpersonales, las mentalidades e, incluso, en las normativas, las instituciones y el ámbito político electoral. Todo ello en cuanto sujeto sociopolítico y cultural crítico y de progreso, autónomo, popular y que debe consolidarse.
Aquí señalo algunos discursos contraproducentes para la defensa de un feminismo transformador que dejan un flanco débil frente a las críticas de esas élites retóricas que pretenden apropiarse de la legitimidad del conjunto del feminismo. Me refiero a algunas ideas irrealistas que infravaloran la situación desventajosa de las mujeres y la conveniencia de una amplia e integradora activación e identidad feminista.
El análisis lo hago desde la sociología crítica de los movimientos sociales y la sociología del género. Parto, al igual que Judit Butler, de la distinción entre esos dos movimientos, feminista y LGTBI, con sus dinámicas específicas, al mismo tiempo que de la necesidad de su alianza por objetivos compartidos. En ese sentido, más allá de la posición común con esa feminista posmoderna de reforzar el feminismo (y el movimiento LGTBI), en ciertas élites posestructuralistas existen posiciones más rígidas e idealistas, con unos discursos abstractos sobre un posible sujeto postfeminista, que hacen un flaco favor a su desarrollo y la colaboración entre ambos. Así, el debate sobre la supuesta superación del feminismo y la emergencia de una nueva etapa transfeminista hay que plantearlo en términos relacionales y sociohistóricos.
Movimientos sociales y movimientos globales (post o trans)
Hay diversas experiencias históricas de la superación de una dinámica prioritariamente parcial o sectorial, incluso desde los movimientos sociales, ampliando su carácter interseccional y convergente. Así el ecologista, el antirracista, el pacifista, el sindical o el mismo movimiento feminista en los que han incorporado temáticas y dinámicas interseccionales o unitarias con otros movimientos, al menos en determinadas campañas o iniciativas. Por ejemplo, en el caso del ecofeminismo con el movimiento ecologista y la sostenibilidad medioambiental. O vinculado a las reivindicaciones económico-laborales y más en general a las reproductivas y de cuidados con el movimiento sindical. O relacionado con la sexualidad y el cuestionamiento del género jerarquizado, el interés compartido de la libertad sexual y de género con los colectivos LGTBI; es el caso actual de la defensa compartida de los derechos de las personas transexuales.
También podemos citar su interrelación con procesos étnico-nacionales, incluido en las dinámicas plurinacionales y decoloniales, en los que se insertan ideas y trayectorias específicas. Incluso se han conformado procesos populares con un papel sociopolítico más marcado y conectado con cambios sociales e institucionales más generales, como el movimiento antifranquista en la transición política. Igualmente, con el más reciente, base de la dinámica actual, del amplio proceso de protesta cívica entre los años 2010/2014 contra los planes de austeridad y la prepotencia institucional y por la justicia social y la democratización, uno de cuyos componentes más expresivos fue el movimiento 15-M, así como su posterior conformación en un campo político electoral alternativo y diferenciado de la tradicional socialdemocracia por un cambio global de progreso.
Esos procesos de articulación complejos e interseccionales van más allá del inicial protagonismo de un movimiento social particular y un enfoque rígido de clase, pueblo o nación. En ese sentido, se pueden denominar procesos trans o post respecto de las dinámicas particulares de los viejos y los nuevos movimientos sociales. Pero, todavía no hay que olvidar, el peso de las injusticias concretas como fruto de malestar, indignación y articulación de demandas inmediatas y específicas, así como su vinculación compleja con dinámicas y proyectos más amplios, en un marco de experiencias compartidas y pugnas por la hegemonía política y cultural.
En el plano político electoral y doctrinal también existe un vivo debate con conceptos como unidad popular o de las izquierdas y bloque progresista o antifascista, así como la formación de pueblo, clase y nación, como procesos de confrontación frente a los grupos de poder y con una cultura más o menos universalista. Es decir, superadora de las subculturas particularistas de cada sector sociopolítico. En ese sentido, los valores republicanos de igualdad, libertad, solidaridad y laicidad, así como la cultura de los derechos humanos o un perfil anticapitalista global, ya muy tradicionales como grandes relatos tradicionales, se pueden considerar post o trans en relación con los discursos parciales, dominantes para el pensamiento postmoderno fragmentado.
Pero una teoría social y crítica y una estrategia transformadora y global no expresan dinámicas abstractas ni son meros instrumentos discursivos desde los que construir el sujeto, sino que representan y articulan procesos concretos de una realidad diversa en una trayectoria común, que puede configurar una nueva etapa superadora aunque con muchos elementos anteriores.
La reafirmación feminista
El movimiento feminista y sus procesos identificadores tienen motivos estructurales y sociohistóricos para afirmarse. En la configuración de un movimiento popular o un amplio sujeto transformador, la articulación de los diversos movimientos, corrientes, proyectos y temas es compleja. Está unida a una identificación múltiple con una dinámica mestiza e intercultural y un proyecto de conjunto o universal. Está acompañada por la experiencia histórica de no estar sometido a los intereses y demandas grupales e identitarios más relevantes (étnico-nacionales, de clase, de género, ecologistas...) junto con elementos más universales (derechos humanos, ciudadanía...) o representaciones unitarias, sociales y políticas.
El feminismo, como comportamiento y cultura igualitario-emancipadores contra la opresión femenina, tiene unas bases estructurales y sociohistóricas duraderas y específicas; y más allá de la convergencia en procesos democrático-populares, sujetos globales e identidades múltiples va a tener una fuerte autonomía e identificación propia, aunque sea un feminismo interseccional.
No se puede diluir en un proyecto difuso de exigencia de derechos indiferenciados. No se puede difuminar bajo un discurso posfeminista sin arraigo popular. El no-sujeto colectivo, el individualismo radical e irrealista, sea liberal o postmoderno, no tiene futuro. El gran sujeto esencialista, tampoco. La activación feminista, en el marco de una amplia corriente social de progreso, tiene unas bases sólidas.
El discurso postfeminista es ambiguo y tiene un carácter doble. Puede ser compatible con el feminismo si lo fortalece y añade un componente interseccional y unitario con otros procesos igualitario-emancipadores, en particular los movimientos LGTBI. Pero es contraproducente para el feminismo una interpretación que, en defensa de un supuesto sujeto superador, lo diluya, infravalorando su papel sociopolítico y cultural contra la desigualdad de género. Es el pretexto utilizado de forma sesgada por la corriente socioliberal y excluyente que pretende apropiarse del feminismo para neutralizar su capacidad transformadora e igualitaria y aislar a la tendencia popular y crítica, impulsora principal de la nueva ola feminista.
En definitiva, el feminismo ha demostrado una gran capacidad expresiva, democrática y solidaria. La tarea progresista es su refuerzo como sujeto autónomo, en convergencia con otros procesos igualitario-emancipadores, sin dejarse arrebatar la bandera simbólica y la acción transformadora por la igualdad y la libertad de las mujeres en cuanto grupo social subordinado.
Comentarios
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