Ya tenemos resultados de las elecciones al Parlament de Catalunya, unos comicios marcados sin duda alguna por la pandemia del coronavirus y que arrojan diferentes hechos, aunque probablemente ninguna conclusión definitiva, como por otra parte era de esperar. El PSC de Salvador Illa es la fuerza más votada, el independentismo sale reforzado y ERC se impone a Junts en su batalla particular. Estos serían los principales titulares, bajo mi punto de vista. Y de ahí, parten innumerables derivadas que intentaré poner sobre la mesa.
En primer lugar, quiero detenerme en la lección de civismo de la sociedad catalana en estas elecciones, en una situación sin precedentes. Sí, el dato de participación ha estado muchos puntos por debajo respecto de las (excepcionales) últimas elecciones a Parlament, pero que un 54% del censo electoral ejerciera su derecho a voto en las circunstancias actuales me parece un dato importante. Se constituyeron todas las mesas electorales a primera hora de la mañana, y la jornada se desarrolló con normalidad gracias a la buena organización de los diferentes estamentos implicados. Quedó demostrado que se podía votar, a pesar de la campaña del miedo de determinados sectores. Tengamos en cuenta que algo tan importante y tan serio como un proceso electoral (el derecho a voto) estuvo a punto de ser suspendido sine die, con lo que se hubiera creado un preocupante precedente. Una buena noticia que estas elecciones se hayan podido celebrar, sin duda alguna.
La participación se ha quedado en el 54%, muy lejos del 79% del 2017. La pandemia, como es obvio, ha sido clave en este fenómeno, pero también debemos apuntar al hastío de determinados sectores con la situación política del país, al hartazgo y al cansancio. Los primeros datos apuntan a que podríamos estar retornando a una situación "pre-Procés", en la que se producía una abstención diferencial con respecto a las elecciones a Cortes Generales: determinados sectores, básicamente en la zona metropolitana de Barcelona, procedentes de la inmigración, con identidad mixta catalana-española, se abstendrían al identificar que las elecciones al Parlament "no van con ellos" o "no son tan importantes". El hecho de que el peligro de secesión haya desaparecido sería determinante, ya que en 2017 estos sectores sí percibieron que el choque de trenes por la independencia estaba cercano y agruparon su voto fundamentalmente alrededor de la candidatura de C’s, que a la postre fue la fuerza más votada.
Con respecto a los resultados electorales de las diferentes candidaturas, quiero empezar por el PSC. Desde los tiempos de Pasqual Maragall el partido de la rosa no era la fuerza más votada en unas elecciones al Parlament, y sin duda alguna se puede afirmar que el llamado "efecto Illa" ha tenido una importancia fundamental. Los dirigentes del PSC sabían que el hasta hace poco ministro de Sanidad gozaba de buena valoración entre el electorado (y no solamente entre los votantes socialistas), y parece que la jugada les ha salido bien. Una jugada que, no lo olvidemos, también se coció en Moncloa, con Pedro Sánchez e Iván Redondo en la sala de máquinas. Punto para ellos, indudablemente, porque además el resultado obtenido tendrá sus repercusiones en la política española, con un claro damnificado: Pablo Casado. Hay quien ha dicho que los resultados de las elecciones son más de lo mismo, porque el independentismo sigue sumando mayoría parlamentaria y el PSC "sustituye" al C’s de 2017. Creo que es un análisis equivocado: ni el PSC es C’s, ni es anecdótico que ERC haya obtenido un mejor resultado que Junts. La implantación territorial, la historia y la organización del PSC no son comparables a las que podemos encontrar en un proyecto a todas luces gaseoso como el que representa o representaba C’s, que se encamina a la disolución de forma inevitable desde la famosa "foto de Colón", uno de los errores políticos más importantes que se recuerdan en los últimos años y que ya tuvo una víctima clara: Albert Rivera, el mayor responsable de aquel despropósito. Illa ya ha anunciado que se presentará a la investidura, y es que cometer el mismo error que Arrimadas en 2017 es algo que no se puede permitir. Algún día alguien deberá estudiar en profundidad cómo C’s desperdició el resultado espectacular que consiguió en las anteriores elecciones al Parlament. Y repito: el PSC no es C’s, y a nadie se le escapa que la oposición que pueda ejercer Illa en nada se parecerá a la que efímeramente llevó a cabo Arrimadas.
Cataluña requiere de soluciones, de distensión, y éstas serán mucho más fáciles de perseguir con unos resultados como los del 14-F. Que el PSC sea la fuerza más votada no es lo mismo que si lo hubiera sido C’s, y que ERC pueda tener la presidencia de la Generalitat no es lo mismo a que la pueda ostentar Junts. Bajo mi punto de vista, la moderación gana, y eso es una buena noticia para quienes consideramos que a los problemas políticos hay que darles soluciones políticas. Con una ERC por debajo de Junts, se hubiera puesto en cuestión la estrategia posibilista de Junqueras, y eso hubiera sido una mala noticia, en primer lugar, para los catalanes y catalanas que piden soluciones, y en segundo, para los partidarios del actual gobierno de España.
Illa habla de reencuentro y me parece una buena manera de comenzar la legislatura. Pero más que "pasar página", como ha venido reclamando durante la campaña electoral, seguramente será mucho más útil analizar los errores cometidos por todas las fuerzas políticas en los últimos años, aprender de ellos y poner soluciones encima de la mesa. Raimon Obiols habla de "mejoradores" y "empeoradores". Pues bien, creo que los mejoradores se han impuesto a los empeoradores en estas elecciones, y no es poco. Sería conveniente que nuestros dirigentes políticos supieran aprovechar esta oportunidad, por modesta que pueda parecer. Toca dialogar, debatir, incluso discutir. Esa debería ser la prioridad. Demasiadas personas lo están pasando mal: la desigualdad crece, la gente no puede pagar sus facturas, la crisis económica será (está siendo) de consecuencias incalculables y las clases populares son quienes pagarán la mayor parte de la factura, como siempre pasa. Quizá quienes tienen unas perspectivas vitales aseguradas puedan permitirse un escenario de confrontación simbólica como el de los últimos años. Las clases populares, trabajadores, autónomos y pequeños empresarios demandan soluciones y resultados materiales plausibles. Que las izquierdas en su conjunto sumen 83 diputados y diputadas debería servir para algo.
ERC se impone a Junts, y este es uno de los datos más importantes, si no el más importante de estas elecciones. A priori, ello permitiría que Pere Aragonès fuera el nuevo President de la Generalitat, como así celebró Oriol Junqueras en la misma noche electoral. Todo parece indicar que las tres fuerzas independentistas con representación parlamentaria están condenadas a entenderse y pactar la investidura, pero no me atrevería a hacer de aprendiz de pitoniso. La CUP, fuerza clave nuevamente, pondrá sus condiciones a la investidura de Aragonès, y a Junts le puede convenir una repetición electoral, porque a nadie se le escapa que con el PDECAT y, en menor medida, el PNC fuera de combate, podría volver a ser la fuerza independentista más votada (no olvidemos que el independentismo está más dividido que nunca). No creo que el fantasma de la repetición electoral haya desaparecido por completo.
Se suele decir que, a la hora de la verdad, ERC siempre acaba perdiendo las elecciones al Parlament ante el gen convergente, en expresión de Enric Juliana, un gen convergente cuya mejor y más resistente expresión es Junts. El caso es que en estas elecciones por fin ERC se ha impuesto en votos y escaños a la candidatura de Puigdemont y Borràs, pero el margen ha sido estrecho y eso hace que no podamos decir que el partido de Junqueras haya ganado la hegemonía independentista. Seguramente aún no dispondrá de suficiente fuerza como para "independizarse" definitivamente del llamado gen convergente. Las caras de los diferentes dirigentes en la noche electoral lo decían todo: nadie ha ganado de forma clara, no es momento de euforias y la incertidumbre se prolongará al menos unas semanas más.
En el programa especial de La Sexta en la noche electoral, uno de los analistas invitados a la mesa de análisis fue Sergi Sol, una de las personas con más influencia en ERC, auténtica mano derecha de Oriol Junqueras. Cuando se le preguntó acerca de un eventual pacto entre ERC, el PSC y los Comunes, Sol respondió que ahora no se puede dar, pero que no lo descarta en el futuro. Me parece una afirmación significativa que deberíamos retener. Como dijo Jordi Cuixart en una entrevista de hace algunos meses que estos días se ha recuperado, que nadie se lleve a engaño: no habrá soluciones al problema político sin el PSC. Eso lo sabe todo el mundo aunque muchos no lo quieran reconocer.
De todas maneras, esta legislatura que ahora se abre ofrece a primera vista dos alternativas: o bien un gobierno con el apoyo de ERC, Junts i la CUP, o bien uno en clave de izquierdas. Si descartamos la segunda opción, que a día de hoy parece complicada, quizás podríamos hablar de una derivada de la que se ha hablado poco pero que no me parece imposible: un ejecutivo liderado por Aragonès con la participación de los Comunes o incluso la CUP (que no parece estar por la labor), facilitado por una abstención del PSC de Illa. Nada es descartable, aunque la primera opción quizá sea la más realista, a pesar de las desavenencias entre los hasta ahora socios de gobierno. Dicho esto, no debemos perder de vista que son muchos los cargos y sueldos a repartir en la administración autonómica, y ese no es un dato menor. Nadie querrá renunciar a ellos. Ubicar a personajes como Canadell en un gobierno con el apoyo de ERC o la CUP se antoja, a priori, como un quebradero de cabeza, aunque ambos partidos han encontrado siempre fórmulas imaginativas para justificar por ejemplo las investiduras de dirigentes claramente de derechas como Puigdemont o Torra, o compartir proyecto con políticos como Tremosa.
Los resultados de C’s y el PP son desastrosos, y Arrimadas y Casado tienen una parte de responsabilidad muy importante. La estrategia de ambos partidos ante el auge de Vox se ha demostrado temeraria y errónea, y ahora se pagarán las consecuencias. La foto de Colón, como ya hemos dicho, supuso el pistoletazo de salida a un proceso de radicalización que ha hecho que Vox mejore resultados y en Cataluña se erija en primera fuerza de la derecha nacionalista española. Dramático. Si a ello sumamos la también irresponsable estrategia de utilización de la crisis pandémica para intentar derribar al gobierno de coalición de izquierdas, tenemos un cóctel explosivo que ha acabado explotando en las manos de Casado. En términos partidistas, quizá eso suponga una buena noticia para Pedro Sánchez, pero que una fuerza de ultraderecha como Vox siga aumentando su representación institucional supone una amenaza y un peligro para nuestra sociedad, como ya se está demostrando en otros países. En el caso catalán, además, se produce un fenómeno que debería preocupar principalmente a las fuerzas de izquierdas: Vox pesca fundamentalmente en barrios obreros y entre las clases populares, en un proceso que recuerda demasiado a la lepenización de determinadas zonas de Francia. O las izquierdas en su pluralidad se ponen manos a la obra, aplicando políticas sociales eficaces y perceptibles para las clases trabajadoras, o será muy difícil contrarrestar el discurso del odio que tanto daño puede hacer a la convivencia. Ese es el camino: pisar calle, estar en los barrios con más problemas y ayudar a sus vecinos y vecinas.
Con respecto a los resultados de En Comú Podem, se salvan los muebles manteniendo los 8 escaños de 2017. Jéssica Albiach ha sido una de las sorpresas positivas de la campaña, con un discurso claro, bien elaborado y alejado de algunos tics procesistas que otros líderes podían tener. A día de hoy, la candidatura de los Comunes es la única que no se sitúa en ninguno de los bloques que ha venido trazando el Procés en los últimos años, y su papel en la arquitectura de puentes entre diferentes sectores sociales y políticos no debería desaprovecharse. Que a día de hoy el espacio político heredero del PSUC, el PCC, ICV y EUiA no haya desaparecido creo que demuestra la solidez e implantación social de unas ideas que beben de una fuente que nunca deja de brotar agua, por poca que sea. Si antes hablábamos del gen convergente, también existe un "gen psuquero" que nunca muere. Si a ello sumamos el buen hacer de su candidata y su equipo, unido al trabajo de unos cuadros repartidos por todo el país curtidos en mil batallas, creo que si bien para muchos el papel de los Comunes pueda parecer anecdótico, yo no los descartaría para jugar un papel importante en la gobernabilidad del país. Como bien ha dicho Enric Juliana en La Vanguardia al conocer los resultados de la coalición rojo-morada, "el mérito es exclusivo de la candidata Jéssica Albiach, que ha llevado a cabo una eficaz campaña, sin fallos, marcando distancias con los independentistas, especialmente con Junts. Pablo Iglesias también salva los muebles: el hundimiento de Ciudadanos le afianza como principal gestor del bloque parlamentario que aprobó los presupuestos generales del Estado de 2021". Vayamos por partes: ciertamente el mérito del resultado electoral debe apuntarse en exclusiva a la dirección catalana de En Comú Podem. No olvidemos que las relaciones entre PSUC i PCE, primero, e Iniciativa e IU, después, nunca fueron fáciles. A veces no es sencillo para las direcciones de Madrid entender la realidad catalana, no siempre fácil de analizar. De vez en cuando vendría bien repasar la historia de este espacio político, así como las biografías políticas de dirigentes como Comorera, López Raimundo, Guti o Ribó, por la parte catalana, y Pasionaria, Carrillo o Anguita, por la española. Pablo Iglesias sin duda conoce esta historia, aunque a veces pueda parecer que no. El vicepresidente no da puntada sin hilo y creo que tampoco la ha dado en estas últimas semanas, con algunas declaraciones que a muchos han podido sorprender e incluso desorientar. ERC queda por delante de Junts y En Comú Podem salva los muebles. ¿Podía pedir más Iglesias? Seguramente no. Si además C’s se estrella, la jugada es prácticamente redonda: el PSOE y singularmente Pedro Sánchez ya pueden ir olvidándose de mirar hacia el partido de Arrimadas para mantener a raya a los de Iglesias, Montero, Díaz o Garzón. Hay gobierno de coalición para rato, y creo que debemos felicitarnos por ello. Para ello, no hay más alternativa de progreso que el bloque de la investidura y los presupuestos. Sin las izquierdas ni los nacionalismos periféricos España no se puede gobernar. La alternativa ya sabemos cuál es.
Se abre pues una nueva etapa. Seguimos empantanados, como diría Joan Coscubiela, pero creo que debemos ser moderadamente optimistas porque no todo sigue igual. Toca sentarse, dialogar, debatir. Pactar el desacuerdo si hace falta, como también diría Coscu. No hay alternativa a intentar buscar soluciones. La mesa de diálogo debe reunirse urgentemente y empezar a trabajar de verdad. Los indultos a los presos deben producirse ya, porque éstos no deberían pasar ni una noche más en la cárcel. Toca ser valientes, arriesgar, trabajar para encontrar soluciones. Toca recuperar las instituciones, devolverles el prestigio perdido, pasar de la irresponsabilidad al compromiso con la sociedad. Estamos ante una correlación de debilidades, como diría Vázquez Montalbán, porque nadie puede imponer su voluntad. Ni los independentistas pueden recurrir a la unilateridad, por muy simbólica que ésta sea, ni el gobierno español puede permitirse el lujo de no remangarse y buscar soluciones políticas a un problema que es político. Hay que aprovechar este resquicio de luz que entra por la ventana, por muy pequeño que sea. Los Aragonès, Illa, Albiach, Sánchez o Iglesias deben coger el testigo de forma definitiva a los irresponsables Mas, Puigdemont, Torra o Rajoy. Porque no son lo mismo. Siéntense, dialoguen, transaccionen y lleguen a acuerdos. Es su responsabilidad y es su obligación.
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