Otras miradas

La última copa

Diana López Varela

Hace un año hacía un tiempo maravilloso en las Rías Baixas y yo estaba tomando el sol en la playa de Silgar de Sanxenxo. Lo recuerdo por la foto que me saqué ese día y que sigue en mi teléfono. Uniformada con leggins y sujetador deportivo de imitación de los de marca, poso mirando a cámara después de haber corrido los 10 kilómetros que separan el centro de Sanxenxo de la playa de Areas ida y vuelta. También recuerdo perfectamente la conversación que tuvimos aquel día ¿Nos tomamos una copa en una terraza? A lo que yo me negué en redondo, porque tenía el pelo lleno de sudor, los leggins y el sujetador barato, además de que no estaba dispuesta a estropear mi carrera por un gin-tonic en chándal. Total, que nos fuimos sin el copazo, con el sudor y los 10 kilómetros encima y, una semana después, un cólico me provocó un desmayo y una caída por las escaleras de la que aterricé con la boca por delante, así que me quedé sin otro fin de semana mientras se me recomponían los labios.

Dos semanas después de aquella última oportunidad, el gobierno decretaba el primer estado de alarma. Tan comprometidos estábamos nosotros esos días con el deporte que nos pasamos las siguientes semanas haciendo ejercicio en casa varias veces al día, e incluso habilitamos un gimnasio con todos los complementos que aún quedaban en la web arrasada del Decathlon: una esterilla, gomas, cintas de TRX, pesas, discos y mancuernas, pelotas y pelotitas, y hasta un aro de pilates que sigo sin saber cómo usar. Así que mientras la gente sensata estaba emborrachándose en su casa por si el fin del mundo llegaba, yo me dedicaba a hacer burpees, squats y planchas y, en un arrebato de temeraria responsabilidad, se me dio incluso por dejar de fumar. El tabaco para mí ya no tenía sentido sin el alcohol y en esa nueva vida entregada al mundo del fitness yo era otra mujer. Mi política de cero alcoholes solo se vio interrumpida por una cerveza que me tomé la noche antes de saber que estaba embarazada. El 7 de abril atravesé por primera vez una Pontevedra sin bares para ir al ginecólogo. No hubo ocasión para ninguna otra copa.

'La última copa'
'La última copa'

Me tomé la última el 18 enero de 2020, celebrando el 30 cumpleaños de mi amiga Alejandra durante el concierto de Camela en una sala de fiestas, el único al que fui en todo 2020. También hay foto: la de nuestras manos sujetando las entradas que nos parecieron una estafa. 25 euros en puerta por un concierto que empezó dos horas más tarde de lo anunciado (a la 1 de la madrugada) y en donde ni siquiera se incluía una consumición de cortesía. El concierto empezó tarde y nos pilló cansados de esperar entre grupis con el pelo cardado y adolescentes que disfrutaban de su propio botellón en el exterior, con altavoces a todo trapo. Empezó el directo y el cantante perdió los estribos entre giros absurdos y golpes de melena. Mientras nosotros, un grupo de siete, permanecíamos tan inmóviles y callados que parecíamos la Guardia Real Británica, a nuestro alrededor se desataban los primeros efectos de las dos horas de espera. Una de las fans del público se subía al escenario completamente borracha para que el señor de melena que daba vueltas sobre su propio eje la devolviese al foso de un manotazo. Apuramos la última copa antes de acabar el concierto y nos citamos para una mejor ocasión mientras salíamos por donde habíamos entrado y mirábamos con condescendencia a los chavales del botellón.

Solo volví a ver a Alejandra, Borja, Ana y Rubén una vez más, a principios de verano, en otra playa, ya con distancias de seguridad, barriga incipiente y agua mineral natural recalentada bajo la sombrilla.

Y aquí estoy, doce meses más tarde de aquella última oportunidad, con la teta fuera y un cuerpo de posparto que no recuerda los 10 kilómetros, ni las flexiones, ni las sentadillas, pensando cada día en el último gin-tonic que no quise tomarme y en aquel maravilloso concierto al que ahora iría previo botellón en el parking para acabar subida al escenario defendiendo a mi amiga con un cubata en la mano y un micro en la otra para gritarle a toda la discoteca: no os acabéis la última copa, ¡es una trampa!

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