Otras miradas

Gordas, delgadas, embarazadas y menopáusicas: todas mujeres

Aina Vidal

Portavoz de En Comú Podem en el Congreso de los Diputados

Os reconozco que, desde hace ya muchos años, tengo dos días favoritos. El 1 de mayo y el 8 de marzo. Y no es sólo por lo que significan, es porque son días festivos, felices, de encontrarse con la familia escogida, de abrazos, de risas, de reivindicación y de clase. Algunos dicen que la igualdad ya existe, otros nos llaman feminazis, y los hay que hasta aprovecha la pandemia para impedir que salgamos a la calle [a las feministas, a los nazis no]. Hoy no hay abrazos, pero sí los motivos para seguir celebrando y luchando como cada 8 de marzo.

Porque crece una extrema derecha que nos quiere devolver a la edad media. Porque los confinamientos nos han mostrado con crudeza la desconexión entre trabajo esencial y sueldo digno. Las que nos salvaban [y salvan] la vida dentro y fuera de casa lo hacían mayoritariamente en condiciones precarias y sin apenas reconocimiento. Los aplausos son bonitos pero no dan de comer. Quizás una de las reivindicaciones de este 8M sea reconectar el sentido común con el mercado. A trabajo esencial, sueldo digno. Y porque reivindicamos un feminismo donde todas las mujeres tengamos cabida. TODAS. No me cabe duda que la Ley trans #SeráLey.

Pero el 8 de marzo no es un día cualquiera, es el Día Internacional de la mujer trabajadora, un día con y de memoria. Es el día en que recordamos a las trabajadoras del textil de Nueva York, las del Lower East Side que en 1857 reclamaban la jornada laboral de 10 horas. Recordamos la huelga del textil de 1908 en Estados Unidos donde cantaban bread & roses. Recordamos a las 129 asesinadas en la Cotton cuando, en una protesta, los jefes las encerraron bajo llave y tiraron bombas incendiarias. Recordamos a las 146 mujeres que murieron atrapadas por el fuego en la Triangle en 1911 y a las cientos y miles de mujeres trabajadoras que compartieron su suerte y su lucha [nuestra lucha] en Rusia, México, España y en todo el mundo, unas más invisibles aún que otras. Hoy recordamos el Rana Plaza en Bangladesh, donde en 2013 murieron 1.130 mujeres cuando se derrumbó la fábrica.

Y exigimos. Hoy exigimos que conciliar no es teletrabajar desde casa con el bebé en brazos. Exigimos derechos y salud laboral para las trabajadoras del hogar, para las mujeres de la fresa en Huelva, para las que cosen zapatos en Villena, en el País Valencià. Para las que ven cómo se para en seco su promoción en el trabajo después de ser madres. Para las maltratadas, las asesinadas, para las violadas. Para las que no queremos sentir miedo ni ser valientes cuando volvemos solas a casa. Para las profesionales del deporte que sufren una brecha salarial escandalosa en comparación a sus compañeros. Para las que estudian, para las que hacen avanzar la ciencia, para las mujeres que hacen cultura. Mujeres como las actrices del Institut del Teatre de Barcelona o el Aula del Teatre de Lleida que, durante años, denunciaron abusos y a las que nadie escuchó.

Hoy estamos por todas, por las mujeres trabajadoras, porque "trabajadoras" no implica actividad ni adjetivo, sino clase, la nuestra. Y nuestra clase, exige futuro, memoria y avances.

Este ha sido un año duro, para todas, para mí también. Ha sido un año de batalla campal en algunos momentos contra mí misma. Porque la experiencia que he vivido me ha mostrado violentamente la profundidad de las raíces del patriarcado. En mí. He vivido muchos momentos de contradicción entre lo que yo creía y defendía de forma razonada y lo que sentía.

Me sentí menos mujer por perder el pelo.
Me sentí menos mujer por verme fea.
Me sentí menos mujer por una cicatriz.

Me sentí menos mujer por no poder ser madre.
Me sentí menos mujer por tener la menopausia.

Y nada de esto es cierto, lo sé. Pero lo sentí muy profundo porque las manchas que ha dejado dentro de mé [de todas] el patriarcado no se limpian en dos días.

Me [nos] queda mucho trabajo individual, pero sobretodo colectivo. Predomina, por ejemplo, una visión restrictiva de lo que es salud en la que se dejan al margen ámbitos como el sexual o el emocional, hecho que tiene un impacto mucho mayor en las mujeres.

Ayer leí un artículo de una feminista que habla desde una posición muy distinta a la mía pero quiero creer que desde una lucha interna no tan distinta. L ayer se preguntaba: "si mujer ya no significa persona que se puede quedar embarazada, ¿qué haremos?". Ella se refería al colectivo trans, al que definía como "señores con barba a los que nunca se les va a discriminar por posibles embarazos".

Yo he sobrevivido a este año de la mano de una amiga trans, y puedo decir que ella, su mirada y su experiencia, me han salvado la vida y la cordura, porque sí, una mujer que no se puede quedar embarazada claro que ES un mujer.

Gordas, feas, bonitas, delgadas, calvas, embarazadas, menopáusicas y hasta con pene. TODAS somos mujeres.

Hemos vivido años de un gran éxito del movimiento feminista, hoy afrontamos el reto de abordar temas que nos generan contradicciones o dudas profundas, y hasta ahora no siempre nos hemos tratado desde el respeto y la sororidad que representa el feminismo. La falta de comprensión nos divide y, lo que es peor, da alas a la extrema derecha.

Sería bonito que este 8 de marzo fuera un momento de reencuentro y de reconocimiento mutuo como hermanas. Todas.

Viva el feminismo y viva el día de la mujer trabajadora.

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