Con demasiada frecuencia lo secundario anula o difumina lo fundamental. Rechazar que se celebre en España la cumbre de la OTAN del 2022 puede tener sentido; ahora bien, lo importante es saber que en dicha cumbre se aprobará una nueva estrategia político-militar que básicamente defiende los grandes intereses geopolíticos de los EEUU y que, es extremadamente grave, la Unión Europea acepta y hace suyas con un entusiasmo conmovedor. Draghi lo ha expresado con el vigor de los grandes momentos: una Unión Europea más fuerte para una OTAN más fuerte; añadiendo, para evitar equívocos, que la llamada autonomía estratégica europea es justamente esto.
Hay tiempo para debatir y para discutir en serio. Una de las cuestiones más difíciles de entender de la política española es por qué han quedado fuera de la agenda pública las relaciones exteriores y de la defensa en momentos, es bueno insistir en ello, donde los cambios geopolíticos se aceleran, el gasto militar se incrementa sustancialmente, la competición tecnológica se convierte en un instrumento decisivo de poder y todos los conflictos tienden a conectarse en una pugna global que enfrenta a EEUU con China, utilizando a Rusia como línea de demarcación para una OTAN que necesita refundarse permanente.
Algunas cosas previas. La nueva estrategia se viene estudiando desde hace tiempo; en diciembre de 2020 un grupo de expertos entregó un informe completo elaborado colectivamente y discutido en diversos foros desde abril de dicho año. La existencia de la OTAN debe justificarse periódicamente porque, una vez desintegrada la URSS y (auto) disuelto el Pacto de Varsovia, su existencia carece de sentido; ese déficit de legitimidad la persigue desde hace muchos años. Su reciente historia se puede definir por la búsqueda imperiosamente de un enemigo; ahora lo tiene, China, añadida a la vieja Rusia. No hace falta ser especialmente perspicaz para entender que la OTAN sirve para controlar políticamente a Europa e impedir, entre otras cosas, una alianza con Rusia. Mahan y Spykman siempre se complementaron. Brzezinski habló en su momento de protectorado. No exageraba. EEUU tiene decenas de bases militares en Europa, centenares de artefactos nucleares desplegados y controla firmemente sus mares. Su presencia no disminuye, sino que se incrementa siempre hacia el Este. En la procelosa declaración conjunta final queda abierta la perspectiva de las incorporaciones a la OTAN de Ucrania, Georgia y otros países.
Para entender bien lo que está en juego es importante saber de dónde se viene y cómo se está. Partimos de un mundo unipolar hegemonizado por EEUU, organizado en una compleja red de alianzas y con la UE como socio fundamental. Era el mundo surgido tras la derrota del "imperio del mal" y con la pretensión de organizar un nuevo siglo norteamericano. ¿Dónde está lo nuevo? En la emergencia de una gran potencia regional (China) que, en alianza con Rusia, pretende reconstruir las instituciones y reglas que configuraban el dominio de EEUU e iniciar un proceso hacia un mundo multipolar. Lo que se cuestiona -de ahí su radicalidad geopolítica- es si el sistema mundo en el siglo XXI se va a redefinir sobre el acuerdo, el consenso y nuevas reglas que reflejen las realidades económicas, demográficas y estratégicas realmente existentes o se va a perpetuar, de una u otra forma, la hegemonía de EEUU y de sus aliados. Desde la caída de la URSS toda la política exterior norteamericana ha estado dirigida a impedir que surja una potencia o un conjunto de potencias que discutan su dominio. Se puede decir de otra manera: EEUU no va a consentir que en el hemisferio Oriental emerja una potencia que le dispute su poder. Empleará (y lo está haciendo ya) todos los medios disponibles económicos, tecnológicos, militares...
Para analizar la nueve nueva estrategia de la OTAN hay que partir de las diferencias entre Biden y Trump. Los dos tenían el mismo objetivo, neutralizar a China que emergía y que podía cuestionar el poder norteamericano. Las diferencias, sin embargo, eran muy fuertes. En primer lugar, para Biden, para el verdadero poder norteamericano, el enfrentamiento con China y sus alianzas, requiere de una estrategia compleja y larga en el tiempo con el objetivo de aislar, cercar y vencer a una clase dirigente que, de una u otra forma, pretende consolidar a China como una gran potencia mundial. En segundo lugar, para una política así definida, se necesitan aliados estratégicos y tácticos en una partida que se jugará a diversos niveles. La UE es decisiva para esta política. La clave de Biden frente a Trump es que está dispuesto, en determinadas condiciones, a incorporarla en la toma de decisiones. La OTAN sigue siendo el marco más adecuado, pero no le importaría negociar con las instituciones europeas y, específicamente, con Francia y Alemania. En tercer lugar, la política del nuevo presidente norteamericano será, por así decirlo, trilateral. Pretende neutralizar a China en Oriente incluyendo en la nueva política al grupo Quad; es decir, a India, Japón y Australia a los que habría que añadir Corea del Sur, Indonesia y Filipinas. Crear una línea político militar que aísle y encierre a China no será fácil. La batalla estará en el Mar Meridional de China y los jugadores estratégicos van a privilegiar lo que, no por casualidad, se llama hoy Indo Pacífico. Francia y Gran Bretaña retornan y EEUU nunca se fue. Formosa vuelve a ser territorio clave. En cuarto lugar, Biden, como anteriormente lo hizo Johnson, necesita la paz social poner fin a la guerra civil larvada entre blancos y negros e incorporar a las minorías étnicas. Su política económica se podría denominar de keynesianismo financiero-militar, una variante de lo que la sabia Joan Robinsón denominó keynesianismo bastardo.
Para la UE asumir esta política tiene consecuencias enormes. A pesar de los intentos, más o menos reales, de definir una estrategia autónoma, al final acaba siempre cediendo ante el amigo americano y subordinándose a sus intereses estratégicos. Con esta política está defendiendo, en la práctica, un mundo unipolar bajo hegemonía norteamericana y opuesto a la emergencia de nuevas potencias que luchan por otro orden internacional sobre bases no hegemónicas. No juguemos con las palabras. Multilateralismo y multipolaridad son cosas radicalmente diferentes. El primero es el modo en que la potencia dominante organiza su poder en las relaciones económicas, sociales y militares. Multipolaridad es otra cosa: un sistema internacional organizado en torno a potencias soberanas que definen conjuntamente las reglas del juego; en este caso -es un cambio histórico de grandes dimensiones- se gira hacia Oriente y se pone fin inevitablemente a un mundo hecho a la imagen y semejanza de Occidente. Es un giro de más 500 años lleno de complejidades y con amenazas de conflictos graves y hasta de guerras. La UE renuncia a ser un sujeto activo y autónomo en este orden que está por venir y queda conscientemente subordinada a una alianza que, a mi juicio, le condena a la decadencia.
Lo importante es abrir la agenda pública a estas realidades, discutir a fondo la política de defensa y seguridad por la que España preconiza. Estar en una organización como la OTAN en un mundo como este obliga a definirse sobre cuestiones centrales: las fuerzas armadas y su papel, el gasto militar y sus dimensiones, la política científica y tecnológica y su uso militar, el creciente control de las poblaciones y las nuevas formas de guerra. Se suele hablar mucho de crisis climática y de transición energética. Tampoco en esto cabe engañarse ni engañar; la dirección de esta transición geopolítica, apenas iniciada, las determinará.
Termino como empecé. La cumbre de la OTAN en España en el próximo año debe de servir como oportunidad para discutir y hacer política de verdad definiendo con precisión el mundo en el que estamos y sus líneas de fractura geopolíticas, ecológico sociales y climáticas. Se trata de meter en el debate público los problemas de la paz, del desarme y de la búsqueda de un nuevo orden internacional democrático, pacífico e igualitario. La clave, una vez más, es decir aquello de que la política y la guerra son demasiado importantes para dejárselas solo a los políticos y a los militares. Las poblaciones tienen que hablar.
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